abogacía ® es un medio comprometido con la consolidación de un espacio democrático para la difusión y la divulgación de ideas y opiniones. ¡Suscríbete!

¿Del lado correcto de la historia?

Después de acudir a la marcha del 1 de septiembre en defensa del Poder Judicial de la Federación, David F. Uriegas reflexiona, desde su perspectiva como historiador, la compatibilidad entre la democracia y la consigna «El lado correcto de la historia» a la que han apelado múltiples movimientos sociales y políticos en el mundo. Su visión crítica ayuda a replantearnos lo sustancial de las formas con las que se defiende la democracia.


En su crítica a la historia de bronce, ese tipo de discurso histórico moralizante, pragmático y didáctico que los historiadores aprendimos a odiar –como aquella frase latina de la “historia como maestra de vida”–, el historiador mexicano Luis González y González recordaba las reflexiones de Paul Valéry en torno al peligro que ésta representa: “la historia que recoge las bondades del pasado propio y las villanías de los vecinos ‘hace soñar, embriaga a los pueblos, engendra en ellos falsa memoria, exagera sus reflejos, mantiene viejas llagas, los atormenta en el reposo, los conduce al delirio de grandeza o al de persecución, y vuelve a las naciones amargas, soberbias, insoportables y vanas’»1. La historia de bronce es, afirma González y González, “la historia favorita de los gobiernos”.

El pasado 1 de septiembre tuvo lugar la marcha de Jóvenes y Estudiantes en defensa del Poder Judicial, la cual tuve oportunidad de acompañar y documentar fotográficamente de inicio a fin. Ello supuso no sólo estar atento a cuanto acontecía para poder construir las imágenes que buscaba, sino escuchar los discursos que configuraban el ejercicio democrático que tuvo lugar. Las razones de la marcha, por supuesto, son del todo conocidas: una oposición firme al impulso que ha tenido la propuesta de reforma constitucional al Poder Judicial y, de forma específica, a las múltiples implicaciones que podría tener si se lleva a cabo. Mucho se ha dicho al respecto y no es el propósito de este texto explicar técnica y/o políticamente el fenómeno, sino el de observar un componente de la narrativa que se construye en este espacio (grande o pequeño) de la oposición –la cual, dicho sea de paso, no se limita al mundo estudiantil.

Pero primero, una aclaración. Como muchos, además de oponerme a esa reforma, considero que el ejercicio de protesta que tuvo lugar aquel día –y que los ha habido de múltiples maneras con anterioridad–, es sano; levantar la voz y señalar al Estado (vaya, hasta pelearse con él) es un componente fundamental de toda sociedad democrática sin el cual no se gozarían una diversidad de derechos y sin el cual, también, no se garantizarían los mismos. La protesta es un instrumento útil y sano, y por lo mismo celebro que miles de personas, particularmente estudiantes (¡sobre todo estudiantes!) hayan salido a poner el cuerpo sobre las calles. La causa, en este caso, la apruebo, pero no por ello un componente de la discursividad que ese día se articuló y que se ha manifestado en espacios políticos semejantes.

Una de las frases más repetidas durante aquella mañana sostenía que “los movimientos estudiantiles siempre hemos estado del lado correcto de la historia”. A pesar de que los discursos e iconografías, en estos y otros movimientos políticos, siempre han desempeñado una función crucial en la cohesión y legitimación de causas, uno debiera cuestionar seriamente la instrumentalización política, histórica y conceptual –el mythos, diría Ricoeur– de los elementos que dotan de sentido a la configuración de una identidad. No habría que ir tan lejos para ejemplificarlo: Hitler, Mussolini, el Tío Sam, la Iglesia Católica, los zapatistas, y prácticamente toda identidad política, e incluso empresarial, se ha construido un corpus imaginal que les legitima, los diferencia de otros y les dota de propósito. No cabe un juicio ético o moral en ello, sino en los supuestos que, tarde o temprano, quedan al desnudo al momento de las confrontaciones.

Si bien el absoluto “los movimientos estudiantiles siempre” ya es un tanto problemático –podría pensarse, por ejemplo, en el movimiento estudiantil iraní que puso a Ruhollah Musavi Jomeiní en el poder, o los Guardias Rojos de Mao Zedong en los sesenta– , es el segundo componente el que, a mi juicio, contiene una serie de supuestos sobre los que habría que reparar, particularmente cuando de lo que se trata es de defender una idea tan densa como lo es el de la democracia y, sobre todo, en un contexto de alta polarización y tensión política como el que hoy atraviesa México.

Y es que debiera cuestionarse: ¿hay tal cosa como un lado correcto de la historia? Como historiador –les aseguro– muchos de mis viejos profesores y colegas se estarían retorciendo en donde están –algunos, incluso, desde sus tumbas. Y no lo sería así tanto por la idealización misma de los movimientos, sino por la idea tan maniquea y reduccionista con la que se entiende el mundo y que sigue siendo reproducida desde múltiples ámbitos: la vieja y legendaria lucha entre el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto, el santo y el réprobo, el civilizado y el salvaje, el pueblo y el fifí, el recurso más básico y lugar común de algunas identidades.

La crítica, por supuesto, no apuesta ni defiende el que no haya o no exista una moralidad. No es objeto de este texto. La crítica radica, más bien, en lo que supone dicha comprensión y que, dicho de una vez, pareciera no diferir de aquella que se ha estado pronunciando todas las mañanas desde Palacio Nacional desde el 3 de diciembre del 2018 y que se ha encargado de caracterizar de múltiples formas a las fuerzas de su oposición. Las identidades políticas requieren de mecanismos de diferenciación, sí, pero la construcción de una alteridad a la que se le articula como enemigo, maligno y responsable de una condición negativa que se pretende combatir, es una valoración ciega y simplista que no atiende (ni pretende hacerlo) la complejidad de un determinado fenómeno: no da paso a un diálogo, a un análisis serio y profundo y, mucho menos, a la empatía. Y hay que decirlo también: la frase “del lado correcto de la historia” ha sido pronunciada de igual forma por simpatizantes de la 4T, como Arturo Zaldívar, Salomón Jara, o por simpatizantes de Nicolás Maduro en Venezuela. En este sentido, reitero, este texto no se inscribe como una crítica directa y exclusiva a los movimientos estudiantiles.

Una comprensión maniquea de la historia y de la actividad política, además de propagandística, es polarizante y reproduce divisiones allí donde el diálogo es fundamental en la construcción y fortalecimiento de un estado democrático de derecho. Ello no supone que la pelea o la lucha sea menospreciable o fútil; la mayoría de las veces la lucha es necesaria, pero no a costa de una estigmatización y entendimiento pobre de quienes no están en sincronía ideológica.

Una comprensión maniquea de la historia y de la actividad política, también impide una reflexión crítica sobre nuestras propias agencias y la responsabilidad que tenemos en los problemas de los que formamos parte. Afirmar que la historia tiene un “lado correcto” y que se está en ella, supone poder sostener, sin lugar a dudas y objetivamente, que no existe una necesidad de autocrítica y que no ha habido alguna contribución tanto al problema en cuestión como a la percepción del mismo. En este sentido, ¿quién aventaría la primera piedra? Esta forma de comprensión dualista, más que operar como un espejo crítico, se convierte en un instrumento de poder que, sin dudas, funciona para intereses particulares. La alternativa no supone una pulcritud moral, sino la apertura y un alto grado de vulnerabilidad que raras veces encuentra alguna disposición para ser sacrificada, porque eso también duele. Sin ánimos de ser idealista o romántico, ¿a cuántos no le haría bien escuchar que alguno de los tres poderes del Estado asuma su responsabilidad sin ninguna transferencia?, ¿a cuántos no les haría bien que integrantes de tal o cual movimiento dijeran “nosotros hicimos esto, y nos equivocamos”?

Hay una incoherencia sutil al defender la democracia y, al mismo tiempo, de clamar que se está del lado correcto de la historia. Además, como si sólo hubiera una…

Notas:
  1. Luis González y González, “De la múltiple utilización de la historia” en Carlos Pereyra, et al., Historia para qué, México, Siglo XXI editores, 1980; p. 53-75.[]

Una conversación con Linda Greenhouse

Linda Greenhouse fue ganadora del Premio Pulitzer en 1998 y corresponsal de la Corte Suprema para The New York Times de 1978 a 2008....

Newsletter

Recibe contenidos e información adicional en tu bandeja de entrada.

.