La industria farmacéutica está sumamente ligada con las políticas de muerte. Bajo la perspectiva del necroderecho, Aida del Carmen San Vicente Parada comparte su lectura analítica del reciente libro de Patrick Radden Keefe, El imperio del dolor.
Advertencia al público: en estas líneas no deseo satanizar a la industria farmacéutica, porque nos ha dada calidad de vida a millones de personas, porque la medicina y el avance que su labor ha auspiciado se ha reflejado en el alivio de síntomas, la prevención, la cura y rehabilitación. Por ello, hablo de la farmafia, para distinguir entre las farmacias que realizan su labor conforme al marco legal, la ética y el rigor científico, y el imperio de la farmafia, que no invierte en investigación y que lucra con la salud de las personas. Hago público todo mi reconocimiento al personal de salud y a la industria farmacéutica que brinda calidad de vida a millones de personas.
A propósito del escándalo del fentanilo, en estas líneas hablaremos de sus antecedentes. El imperio del dolor: la historia secreta de la dinastía que reinó en la industria farmacéutica de Patrick Radden Keefe, un relato de los hilos negros que mueven a la industria farmacéutica en Estados Unidos y que a lo largo de los últimos 50 años ha permeado en el mundo dando origen a la sociedad medicalizada.
El libro fue escrito por el famoso periodista de investigación, quien con su hábil y aguda pluma esboza la historia del clan Sackler, psiquiatras hijos de migrantes judíos, pioneros en tratar las enfermedades mentales con histamina −una hormona− en vez de administrar electrochoques, también fueron los artífices de la campaña del Valium y del Librium tranquilizantes de Roche que abatieron ventas y causaron miles de casos de adicción, estos medicamentos llegaron a la cima de ventas gracias a la compañía de publicidad Mc Adams −propiedad de los Sackler− que en los años 60 fue pionera en el marketing médico: las visitas de los representantes médicos, los artículos científicos y los anuncios pagados en prestigiosas publicaciones médicas, los productos patrocinados por los laboratorios, las altas comisiones para los vendedores −sin escrúpulos−, el falseamiento de los datos de los ensayos clínicos ante FDA, los sobornos a sus funcionarios −a quienes también les dieron altos cargos en la industria−, conferencias y congresos pagados para difundir publicidad engañosa sobre medicamentos altamente adictivos son obra de Arthur Sackler, el patriarca de la familia que en los años 50 compró para sus hermanos la farmacéutica Purdue Pharma.
A la muerte de Arthur, sus hermanos Montimer y Raymond se quedaron con la farmacéutica cuyo primer producto estrella fue el laxante Senokot, más comercializaron el desinfectante Betadine que la NASA utilizaba para desinfectar a los astronautas cuando llegaban del espacio a la Tierra. Pero en 1980 la compañía Napp, que en Inglaterra era una reciente adquisición de Purdue Pharma, logró inventar un recubrimiento para administrar de manera controlada dosis de morfina en el torrente sanguíneo. El medicamento se llamó MS Contin, que garantizaba que los enfermos terminales pasaran sus últimos días en casa y no en el hospital, pues antes se acudía a los hospitales para recibir una dosis intravenosa de morfina para controlar los terribles dolores causados por el cáncer.
El MS Contin fue un gran logro porque liberó a los enfermos terminales del hospital, con ello Purdue Pharma se encaramó a la cima al patentar un medicamento tan innovador. Para garantizar su éxito desplegó las mismas tácticas arteras que la compañía Mc Adams utilizó para posicionar al Valium y al Librium. Después de años de cuantiosas cosechas por virtud de la patente que estaba a punto de expirar, los Sackler deseaban tener el monopolio de los opiáceos, por lo que se propusieron inventar un nuevo medicamento.
En 1993 entra en escena el OxyContin, hecho a base de la oxicodona que es dos veces más potente que la morfina y por ende posee mayor capacidad de adicción. Varios de los miembros del clan Sackler eran médicos, ellos sabían el riesgo del medicamento. Además a través de ensayos clínicos se percataron de que el medicamento no funcionaba 12 horas seguidas que habían pregonado en la FDA y en las etiquetas del medicamento, de esa manera la FDA avaló el medicamento con información falsa y, dicho sea de paso, esto sucedió porque la FDA se dejó engañar, pues muchos de los ex funcionarios de la institución consiguieron empleo en la farmacéutica después de dar luz verde al medicamento. Cabe resaltar que en los ensayos clínicos las pruebas demostraron que los sujetos de investigación necesitaban incrementar la dosis para paliar el dolor, lo que desencadenaba tolerancia y mayor dependencia o adicción.
Ignorando lo anterior, la compañía lanzó una agresiva campaña publicitaria, dando rienda suelta a abusos y ejercicios perniciosos de libre comercio. El OxyContin fue indicado como tratamiento analgésico de cualquier dolor desde el más pequeño al más intenso, incluso fue utilizado en niños menores de 14 años. Pronto surgieron clínicas cuyo negocio era vender recetas de OxyContin. Muchos médicos que las administraban terminaban enganchados al medicamento, perdieron sus licencias o fueron suspendidas, por lo que ya no pudieron ejercer su profesión. Las farmacias sufrían asaltos cuya única demanda era el OxyContin. Los traficantes llevaban a indigentes a las clínicas para que les expidieran las recetas, luego los llevaban a las farmacias para surtir las recetas, finalmente en el mercado negro comercializaban cada pastilla obtenida.
En el ámbito que nos atañe, o sea, en el jurídico, Purdue Pharma sobornó y llevó a cabo tráfico de influencias para no llegar a juicio, infinidad de veces pararon investigaciones locales y federales, dieron declaraciones falsas e incluso al final del imperio los Sackler vaciaron a Purdue Pharma para que se declarara en quiebra, mañosamente planearon lo anterior porque en ese momento la farmacéutica tenía encima 1500 demandas de particulares, estados y del ámbito federal, por ley en Estados Unidos. Cuando una compañía se ampara en la ley de quiebras, todos los procesos legales se detienen y además la compañía en concurso mercantil puede elegir al juez que llevará el procedimiento y Purdue Pharma escogió al que más le favorecía, por ello, desde el comienzo la farmacéutica tuvo todo a su favor. Lo poco que quedó en las arcas de Purdue Pharma fue destinado a regañadientes a un fideicomiso público para pagar los gastos derivados de la epidemia de opioides. El acuerdo al que llegó la farmacéutica con los demandantes le favoreció en todo momento, manteniendo las ganancias millonarias que hicieron a costa del cuerpo de los consumidores: solo dieron migajas, una vez más la avaricia fue defendida por un sistema legal transaccional que no atiende a la justicia sino a los bolsillos de los interesados.
En realidad, en el caso no hubo justicia, se inculpó a Purdue Pharma como si ella sola hubiera hecho todo lo anteriormente mencionado, los Sackler nunca asumieron la responsabilidad de sus actos, la única consecuencia que tuvieron fue el desprecio social, pues acabaron como parias, los otrora filántropos fueron castigados cuando sus onerosas donaciones fueron rechazadas y las salas de hospitales y de museos retiraron sus nombres. Por lo demás, evadieron la ley a plena luz del día, auspiciados por el mismo sistema legal. Ese es el relato que subrepticiamente asoma en el libro y que está muy bien documentado por el autor.
El imperio del dolor es un retrato fiel de la farmafia que gobierna a los consumidores, investigadores, trabajadores de la industria, profesionales de la salud y autoridades en Estados Unidos, además relata los vaivenes del sistema jurídico, porque la justicia está sometida a los intereses corporativos con arreglos extrajudiciales y judiciales que reniegan del orden público y del interés social, porque al final obtiene “justicia” o un pronunciamiento favorable quien tiene para pagar.
La historia de los Sackler es la cruda realidad a la que estamos sometidos dentro del biocapitalismo, porque Purdue Pharma es solo un eslabón que evidencia la gestión jurídica y empresarial que es vejatoria de derechos humanos y es indignante, porque la farmafia ha cabildeado y diseñado sus propias leyes, evadiendo responsabilidades y lacerando la salud pública de miles de personas en aras de elevar sus ganancias.
La última parte del libro es un retrato de un sistema de justicia sesgado a favor de los que poseen riqueza, influencias y poder. Es la historia de la deformación del sistema legal y la corrupción de las instituciones públicas. Es en síntesis la narración de los excesos del libre comercio, porque no todo puede ni debe ser mercantilizado.
La invención del OxyContin constituyó a Purdue Pharma en un ejemplo de marketing médico con un nulo desarrollo en el área de investigación, pues las ganancias iban a los bolsillos del clan. Purdue Pharma era todo menos una farmacéutica y las leyes solaparon esta perversión. Estamos hablando de la aborrecible unión entre la medicina y el comercio auspiciada por el marco legal: “dejar hacer, dejar pasar” y el uso abusivo del principio de autonomía de la voluntad, que permite pactar transacciones que implican derechos humanos como la salud, la integridad física y psíquica y el acceso a la justicia.
El derecho de la posmodernidad presente en casi todos los países en los que se practica el capitalismo salvaje no posee autonomía, es un burdo ejercicio del poder, que permite erigir templos de la codicia como las tabacaleras en los 90´s, Enron, Valeant, Dunlop, Monsanto entre muchas otras industrias que han llevado sus gobiernos corporativos al esquema de la sociedad y a la aplicación de las leyes.
El libro en comento nos cuenta cómo la farmafia se dedicó a ganar dinero con el deterioro del cuerpo de los otros. Incluso está documentado que realizaron ensayos clínicos en niños para obtener 6 meses más de patente, lo que se traduce en una ganancia de mil millones de dólares. Sí: los Sackler son unos avariciosos mercaderes de pastillas que llevaron al cinismo al paroxismo al ostentarse como benefactores del arte y filántropos.
Tenemos en más de 800 páginas la narrativa de leyes que carecen de todas sus características: porque no son generales, no son abstractas, no son bilaterales y tampoco heterónomas ni coercibles. Las leyes que la farmafia invoca son leyes que solo se aplican a las trasnacionales, porque están expresamente diseñadas para los casos en concreto, son un traje a la medida, no producen obligaciones, solo derechos, son leyes autónomas porque son hechas por y para la industria y no son coercibles, porque la farmafia decide si se les da cumplimiento o no.
El derecho de la posmodernidad capitalista, en algunos casos, es un Frankenstein que opera con los principios deformados que caracterizan al sistema jurídico, lastimosamente estamos frente al relato de la degeneración del ius cogens.
En resumen, si el lector desea conocer las agresivas campañas de marketing en materia de salud y medicamentos, si desea conocer los albores de la sociedad medicalizada que fue el preludio del fentanilo y el Adderal, si desea conocer el origen de la segunda epidemia de opioides en Estados Unidos, debe leer esta obra, que además de relatar la historia de una poderosa familia de Estados Unidos es un valioso relato de Necroderecho (Narváez, 2017). Esta obra del investigador mexicano da cuenta de un derecho que a través de normas y políticas públicas decide quien vive y quien muere, al permitir y defender el comercio de productos perniciosos para el cuerpo.
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Puedes encontrar El imperio del dolor, de Patrick Radden Keefe, en este enlace.
FUENTES DE CONSULTA
Keefe, P. R. (2021). El imperio del dolor: La historia secreta de la dinastía que reinó en la industria farmacéutica. Madrid: Penguin Random House.
Narváez, J. R., (2017). #Necroderecho. México: editorial Libitum.