Jacobo Dayán: República de Weimar

Jacobo Dayán publicó República de Weimar. La muerte de una democracia vista desde el arte y el pensamiento (Taurus, 2023), un estudio que nos permite mirar a Weimar desde la perspectiva del arte como «sismógrafo que percibe los movimientos telúricos sociales». ¿Por qué regresar a esa difunta República?


Stibb: ¿Cómo nace la idea de escribir República de Weimar? ¿Por qué volver a la República de Weimar en estos momentos?

Jacobo Dayán – El tema de la República de Weimar ha sido recurrente en mis investigaciones y en mis gustos artísticos. Es una época sobre la que he investigado y leído mucho. En algún momento esto se convirtió en un curso que impartí sobre el arte en la República de Weimar; más tarde, la editorial me invitó a escribir el texto y la pandemia me brindó la oportunidad de hacerlo.

¿Por qué me parece relevante escribir este libro en esta coyuntura? Hay que recordar que en los primeros meses de la pandemia, en la época de Trump, empezaron a surgir muchos libros sobre la crisis de las democracias. En mi opinión, el sistema democrático, tal como lo conocemos, está en crisis. Este es el año en la historia de la humanidad en el que más seres humanos iremos a votar algo a las urnas, lo que nos obliga a pensar en que si hay más seres humanos viviendo bajo regímenes democráticos, la democracia goza de buena salud. Pero no es así, porque lo que estamos yendo a votar en buena parte de los países del mundo es qué régimen democrático queremos; es decir, si queremos un régimen democrático liberal o uno híbrido. En este sentido, me pareció oportuno reflexionar sobre el arquetipo de la democracia fallida, que es la República de Weimar. Cuando se habla de una democracia en crisis, suele voltearse a ver a Weimar por varias razones; entre otras, por lo que produjo. Fue una democracia que duró muy pocos años, muy convulsa, y que dio pie al régimen totalitario más brutal de la historia; por la gran explosión y la gran conjunción de artistas intelectuales, pensadores, escritores, de altísima talla, que vivieron en esa época, que tenían gran esperanza, que lo plasmaron en sus obras, ya sea artísticas, literarias, ensayos y reflexiones, y que nos dejaron mucho material acerca de las preocupaciones, la erosión paulatina de esa democracia y las alertas que hubo para defenderla y alertar a los alemanes del nazismo, y, por último, por los paralelismos que tiene con el mundo de hoy: en 2019 hubo una declaración del secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, que incluso relato en mi libro, según la cual él veía de manera muy preocupante que el mundo de hoy empezaba a tener ecos de los años treinta del siglo pasado.

Jacobo Dayán, República de Weimar. La muerte de una democracia vista desde el arte y el pensamiento, México, Taurus, 2023. Puedes adquirir el libro a través de este enlace.

Stibb: Al parecer, la República mexicana vive años convulsos como los que se vivieron en Weimar…

Jacobo Dayán – Sí, cuando uno enlista las situaciones que se vivían en Weimar, se estremece, porque hay muchos paralelismos, y con esto no estoy diciendo que el mundo o México están condenados a involucrarse en una Tercera Guerra Mundial, como lo que ocurrió en Alemania o en Europa, ni que estamos ante el surgimiento de figuras como Adolfo Hitler o el nazismo. Simplemente hay alertas suficientes para entender que las democracias no resisten todo; que jugar con fuego tiene sus costos, y que cuando se enlistan aquellas situaciones, uno ve esos paralelismos con el mundo y con el México de hoy: una sociedad polarizada, crispación política, violencia, particularmente violencia política y de género; los parlamentos prácticamente inservibles, la verdad como algo irrelevante, las emociones que prevalecen sobre la verdad, la incrustación del ejército como un elemento central en la gobernanza de una democracia, la impunidad como norma, el crimen organizado, los vínculos entre crimen organizado y clase política. Es decir, cuando uno enlista todo esto, es imposible no pensar en muchos países del planeta, con algunos elementos evidentemente diferenciados, e incluso en México.

Hay otras cosas que no ocurren en el mundo de hoy, o en el México de hoy, como una gran crisis económica, pero algunas otras sí: la desesperanza, el intento de rescatar una democracia que parece que da tumbos, una clase política que solamente está preocupada por acceder al poder y no por defender la democracia, son elementos que hacen reflexionar sobre el mundo de hoy. 

Stibb: Desde su perspectiva, ¿México necesita un nuevo modelo de sociedad en términos de gobierno, democracia partidista, medios de comunicación, entre otros?

Jacobo Dayán – Sí, sin duda. Me parece que nuestro modelo político está quebrado. Padecimos un partido hegemónico con todos los problemas que genera esa situación. Iniciamos una etapa de transición en el año 2000, pero se pensó que la alternancia política, que el ejercicio de los derechos electorales, eran suficientes para garantizar que el resto de las condiciones del país fueran mejorando. Pero jamás se reformaron la administración ni la procuración de justicia. Tenemos el mismo sistema de justicia que genera impunidad que teníamos en el México del Partido Revolucionario Institucional hegemónico. 

El ejército, por ejemplo, jamás fue llamado a rendir cuentas, ni fue transformado pensando en un México democrático. La mayoría de los medios siguen operando bajo una lógica de presión y de agendas. A la sociedad no nos ha caído el veinte de que tenemos que generar una ciudadanía de pleno derecho; en México todavía se voltea a ver al gobierno pensando en apoyos sociales, cuando lo que tendríamos que estar exigiendo al gobierno es la garantía de nuestros derechos. No somos una sociedad que haya entendido todavía la importancia de la articulación social, de la movilización, de la exigencia en el nivel que las necesitamos.

Stibb: En tu libro aludes al impulso, desde el poder, de las ideas radicales por actores políticos, a un parlamento frágil y a la violencia creciente como factores que encendieron las alarmas de la República de Weimar y su democracia. ¿Cómo podemos contrarrestar las señales de alarma que se han encendido en México?

Jacobo Dayán – Sin duda, el arte y la cultura son un vehículo para generar conciencia y reflexión. Hay una carta —que cito en el libro— que envió el gran dramaturgo Bertolt Brecht, un activista, a la joven promesa de la música alemana de entonces, Paul Hindemith, quien se había mantenido un poco al margen de la situación convulsa que estaba viviendo la República. En esa carta le dijo que la música no era un arca con la cual uno podía sobrevivir al diluvio. En momentos convulsos y complejos como los que se vivieron entonces, o como los que vive el mundo de hoy, no sólo México, con Estados cada vez más incapaces de resolver las grandes problemáticas, cada quien, desde su trinchera, tendría que generar una reflexión profunda y un diálogo para tratar de resolver estos problemas.

Stibb: En América Latina tienden a tomar el poder los partidos de ultraderecha y hay una alerta del despertar de nuevos fascismos. ¿En qué deberíamos de estar fijándonos para evitar que suceda la que ocurrió en la Alemania nazi?

Jacobo Dayán – No creo que estemos ante el surgimiento de una réplica del nazismo. Eso no existe, pero evidentemente en sociedades convulsas, caóticas, con gran violencia, con descontrol social, con polarización política, con una clase política incapaz de resolver las grandes problemáticas de la gente, las soluciones de mano dura y discurso fácil empiezan a ser cada vez más atractivas. Volteemos a ver el vecindario, vamos. Tenemos a Trump en Estados Unidos, a Bukele en El Salvador, a Milei en Argentina; Bolsonaro estuvo en Brasil. Aquí tenemos un presidente que también miente, que no está comprometido con la verdad, que intenta reducir los derechos a la voluntad del pueblo —lo que sea que eso signifique—. Esto no quiere decir que va a surgir la ultraderecha, pero sí surgen opciones, repito, de mano dura y discurso fácil, o de un discurso que apela más a las emociones que a la política pública. Eso constituye un riesgo en cualquier democracia.

Se ha repetido muchas veces, se dijo en Alemania en esos años, se dice en el mundo de hoy, en incluso en México: no hay democracia sin demócratas. La democracia no se autorregula. Las democracias pueden morir, se pueden transformar en formatos mucho menos plurales, mucho menos abiertos, en regímenes mucho más cerrados, incluso rayando en las autocracias o en las dictaduras. 

No hemos encontrado otro modelo de convivencia social y política más eficiente que la democracia. Tendríamos que salir en su defensa y en la de sus instituciones a partir de la conciencia social. Si no hay respaldo social, no hay democracia que sobreviva. Trump no es causa del declive democrático de Estados Unidos, sino consecuencia del germen social que hay allá abajo. Más allá de Trump, Bukele o Milei, hay sociedades que han perdido el deseo de una vida democrática como una alternativa y eso es perfectamente entendible porque las democracias no han entregado resultados suficientes para que las sociedades sientan necesidad de respaldar regímenes de ese tipo. 

Tenemos que empezar a ser más eficientes en la forma de gobierno, pero también en los órganos multilaterales. Hay grandes problemas en el mundo de hoy que los Estados son incapaces de resolver, porque no son de su competencia. Pensemos en el cambio climático, en los grandes flujos migratorios, en las millones de personas que buscan refugio, en las grandes violencias que se reproducen en el mundo y que no tienen contención, en la desigualdad y en la pobreza, producto del modelo económico que vivimos. Ningún Estado es capaz de resolver esos problemas por sí mismo. Se requieren Estados sólidos, democracias sólidas y también un sistema multilateral capaz de procesar la situación, pero no lo tenemos. Es momento de seguir reflexionando sobre las democracias y la forma de resolver sus problemáticas.

David: Me llama mucho la atención el paralelismo que establece desde la historiografía. Algunos historiadores y filósofos han rescatado y apoyado la idea de establecer estos paralelismos para empezar a hacer observaciones nuevas. 

Jacobo Dayán – Yo lo repetí varias veces en el libro, porque me queda claro que existe el peligro de pensar que lo que estoy ofreciendo es una alerta de que vamos a repetir la historia (“quien no conoce la historia está condenado a repetirla”); me parece que no es así. Lo único que yo intentaba hacer era relatar cómo murió una democracia, cómo fue vista y alertada la muerte de esa democracia. Porque con años de anticipación se alertó y se llamó a la unidad a la clase política, pero nada de eso funcionó. A partir de ahí, en nuestras sociedades están incubados algunos de esos elementos que llevaron a la muerte a la democracia de Weimar. Pero, repito, una y otra vez, eso no quiere decir ni que vaya a morir igual nuestra democracia, ni que estemos ante el surgimiento del totalitarismo, aunque hay cosas a la mano. Lo que vemos en Estados Unidos con Trump es preocupante. Con eso no quiero decir que va a abrir campos de exterminio, pero se están gestando fascismos de nuevo cuño en el mundo y es momento de abrir una ventana al pasado para reflexionar sobre nuestra realidad actual, sin pensar que estamos condenados a la repetición.

David: Estoy completamente de acuerdo con eso; sin embargo, me llama mucho la atención cómo abre estas ventanas a la reflexión. En ese sentido, me gustaría preguntarle: en el México actual, de cara a las elecciones que vamos a vivir, con esa mirada que ha construido con respecto a Alemania y a Europa, ¿qué observa?

Jacobo Dayán – A mí me parece que vamos a salir a votar el 2 de junio pensando que seguimos viviendo en una democracia. Yo me pregunto, nada más: ¿de qué democracia hablamos cuando buena parte del territorio nacional está controlado por grupos armados no estatales que gestionan territorio, población y recursos, es decir, que están en franco enfrentamiento por el control de la soberanía territorial de ciertas partes del país? ¿De qué democracia hablamos en un país con 97, 98, 99 por ciento de impunidad? ¿De qué democracia hablamos sin Estado de derecho? ¿De qué democracia hablamos con 4,000 fosas clandestinas y con más de 100,000 personas desaparecidas? Si esto no es suficiente para que la clase política, a pesar de sus diferencias, establezca un mínimo de seguridad y justicia que nos garantice un piso democrático institucional para contrastar ideas, ningún sexenio va a resolver nuestro déficit en esas áreas. No tenemos una clase política de esa altura, que haga a un lado sus diferencias, que siente a todas y a todos a delinear una política seria de seguridad y de justicia. Los partidos no están dispuestos a perder su monopolio en esos temas. Según mi opinión, vamos a elegir entre tres opciones que no van a garantizar una mejora democrática, cada una con matices distintos para continuar la erosión de la democracia. No hemos visto todavía quién levante la voz para poner límites en materia, al menos, de justicia y seguridad. Hemos ido perdiendo la democracia en las últimas décadas.

David: Quizá esa sea una de las grandes diferencias con respecto al periodo que usted abordó en su libro, pues no sólo en Alemania, sino prácticamente en toda Europa y en el mundo, tanto en la izquierda como en la derecha, había proyectos políticos sólidos.

Jacobo Dayán – Sí, pero sólidos medianamente perversos; es decir, se pensaba que el comunismo era una buena alternativa, porque todavía no se sabía lo que estaba ocurriendo en la Unión Soviética. Y del otro lado, surgieron los fascismos.

David: Ahora parece que ni siquiera hay un proyecto político serio y, sobre todo, si lo anteponemos a esta observación de que nadie se está preocupando por la verdad, el contexto es más preocupante.

Jacobo Dayán – Si me preguntas más a fondo eso, yo creo que estamos viviendo un quiebre civilizatorio de ese tamaño. El Estado dejó de resolver los problemas para los cuales fue creado y cada vez es más incapaz de solucionar los problemas de la gente de a pie. No tenemos un sistema multilateral capaz de articular nada. Hay un borramiento ideológico porque el mundo en el que vivimos en la actualidad ya no tiene dilemas ideológicos. El mundo de mediados del siglo xx hacia atrás, era un mundo de debate ideológico; es decir, existía, por un lado, la casi incipiente democracia liberal que surgía tras la caída de los imperios, y, por otro lado, el proyecto comunista, así como un fuerte debate ideológico. Hoy eso está medianamente borrado. Rs decir, tenemos gobiernos de izquierda que parecen más de derecha y gobiernos de derecha que parecen más de izquierda.

Lo que se busca es la eficacia del gobierno y una discusión de fondo. Sí hay matices evidentes entre las diversas posiciones políticas, pero lo que no existe es un anclaje ideológico; aparentemente, de la década de 1990 para acá, lo que prevalece es el triunfo de la economía de mercado, el proyecto neoliberal, las democracias liberales, con elementos muy preocupantes. Las alternativas están en los márgenes; por mencionar alguna, pensemos en la propuesta que ha venido elaborando el Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Hay opciones sobre los márgenes para cambiar el debate, para modificar la lógica de lo que entendemos por progreso —que es más bien devastación y acumulación ad infinitum de recursos— hacia una lógica de derechos y de futuro. Gran parte de los políticos del siglo xxi ofrecen futuro mirando al pasado; por ejemplo, Donald Trump, cuando dice: “Make America great again”, quiere decir que en algún momento fue great pero dejó de serlo; su futuro lo contruye a partir del pasado. Eso también ocurría con la ultraderecha alemana. Hay mucha oferta de futuro mirando al pasado de manera nostálgica, porque hoy no tenemos herramientas para construir futuro, porque estamos en el ojo del huracán en un sistema que, en mi opinión, está en crisis.

David: ¿México tiene un pasado hacia el cual mirar? 

Jacobo Dayán – La clase política hace referencia a un pasado —al que se refiere de manera idílica— del México prehispánico, ensalzando en la discusión pública y en los libros de textos a los pueblos indígenas, pero al indígena de hoy se le margina, se le discrimina, se le violenta. También tenemos nostalgia por algunos periodos de nuestra historia; podemos ver cómo se lustran la Revolución, la Independencia, la Reforma, por ser, como cualquier otro movimiento social, movimientos que proponían cambios. En nuestro país seguimos volteando al pasado de manera idílica.

David: Recientemente conversamos con el periodista Pablo Maluf, quien afirmó que es la ciudadanía la que, en cierta manera, es responsable de lo que nos pasa. ¿Usted está de acuerdo con esa afirmación?

Jacobo Dayán – Sí. Tenemos ejemplos de ello alrededor del mundo, y no muy lejos. Hay que ver, por ejemplo, lo que ocurrió en Guatemala hace unas semanas ante la élite política que impedía la toma de protesta de un nuevo presidente democráticamente electo, por lo cual la gente tomó las calles. Ejemplos de ese tipo hay muchos.

Somos ciudadanías diversas, complejas, muy plurales, con problemáticas cotidianas, que han dejado de darle valor a lo común. Pensamos en lo propio y no en lo común. Ese es un problema producto del modelo económico en el que vivimos, en el que lo que se privilegia, como también se privilegió en la Alemania de esos años, la acumulación de riqueza y los beneficios a cualquier costo, por encima de quien sea, y no hay una concepción de vida en comunidad. Vivimos en ciudades en las que es prácticamente imposible pensar en una vida comunitaria, donde lo común no tiene sentido. Sólo lo tendría en comunidades pequeñas, pero en ciudades con millones de habitantes, pensar en lo común resulta más complejo; con esto no quiero decir que no haya que hacerlo. La clase política, los fiscales, las policías, los soldados, los empresarios, los dueños de los medios, surgen de una sociedad, y si esa sociedad no tiene como valor central lo común, entonces sus acciones no serán definidas por ello.

David: ¿Cuál fue su mayor sorpresa al investigar y escribir este libro? 

Jacobo Dayán – Mi mayor sorpresa fue, como lo dice un director de orquesta británico muy famoso, Simon Rattle, ex director de la Filarmónica de Berlín, que el arte es un sismógrafo que alcanza a percibir los movimientos telúricos sociales que no son perceptibles a primera vista y que de repente revientan. La portada del libro, por ejemplo, es una pintura de 1926. El artista George Grosz coloca al centro, como una de las amenazas a la democracia y a la vida social, a un hombre con una svástica en la corbata (en esa época el partido nazi tenía 3 por ciento de preferencia electoral). Es impresionante la capacidad del artista de percibir lo que se venía. Como esta pintura hay muchas otras que alertan sobre la problemática. Otras expresiones hacían guiños al regreso de la guerra, evidentemente no como profetas, pero sí con la certeza de que algo estaba quebrado. Algo tendrían que haber volteado a ver y, cuando fue muy evidente, también fue demasiado tarde.

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