Miguel Villoro Toranzo: decálogo de la vocación del jurista

En 1987 la Universidad Iberoamericana publicó el libro Deontología jurídica, escrito por el doctor Miguel Villoro Toranzo (1920-1990), con el afán de subrayar la importancia de la formación moral de los estudiantes de la licenciatura en derecho. Con singular destreza, el texto establece puntos de articulación entre la práctica profesional de nuestra materia y los ideales que nos preceden genética, cultural y doctrinalmente. Con el fin de lograr un equilibrio entre los diversos componentes que nos definirán como juristas, el maestro confronta nuestros estatutos morales con tétricas realidades burocráticas.


  • Elijamos el camino que más parece dar sentido a nuestra vida, ponderando a la vez nuestra adhesión a los ideales y a los riesgos que corremos dadas nuestras limitaciones.
  • La vocación del hombre o la mujer que entregan su vida al derecho requiere personalidades bastante equilibradas y completas, aunque descuellen más en unas cualidades y menos en otras.
  • En la penetración del espíritu que anima las palabras de las leyes reside el valor formativo de los estudios del derecho.
  • La vocación del derecho se dirige a todo ser humano: a su inteligencia, a su voluntad y a su corazón, a abrirlo ante la realidad de la vida.
  • La experiencia de vivir una vocación no ofrece únicamente dificultades. La alegría de haber contribuido a que triunfe una causa justa, la complacencia del trabajo bien hecho, el saberse útil para alguien, el formar parte de un proceso de mejoramiento o de barrera a la corrupción, son experiencias que llenan la vida.
  • La ciencia del derecho sin amor a la justicia sólo produce la actitud distante, teórica y fría ante los fenómenos sociales, que tal vez sea propia del antropólogo o del sociólogo pero no del jurista.
  • La vocación que no se ejercita y se vigila acaba decayendo y se puede perder. Las responsabilidades morales que se asumen por ella son inyecciones que la revitalizan, y, al contrario, cuando se rehúye una responsabilidad moral propia de la vocación, ésta se debilita.
  • La vocación, como la pasión de amor, es activa, quiere dar muestras de su existencia y por eso acepta las responsabilidades profesionales como los medios naturales de expresarse y con la alegría de quien así se declara al ser amado.
  • Los que tienen auténtica vocación no esperan recompensas materiales de su ejercicio profesional; para ellos es suficiente la satisfacción del trabajo profesional bien cumplido. Una vida así se siente llena, a pesar de los contratiempos y las ingratitudes, porque se vive por un ideal mucho más elevado que uno mismo, un ideal que se ama y que merece todos los sacrificios.

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