Entre abogados y televisores

Eduardo Luis Feher invita a reflexionar sobre el papel de los profesores de derecho en la educación que contrarreste los efectos negativos que los programas televisivos pueden tener en sus interlocutores. La literatura y el arte, por supuesto, juegan un rol en este proceso.


Hace algún tiempo tuve el gusto de ser invitado a un programa de radio. El tema  central que tratamos fue el relativo a los efectos de la televisión en la cultura general de los espectadores; también se habló de la deformación de la historia y los usos, abusos y desconocimiento del lenguaje, tanto por alumnos como, por desgracia, por algunos maestros. Yo llevé el recorte de una revista. En él se hablaba de un experimento que realizó una maestra de secundaria entre sus alumnos para evaluar sus conocimientos respecto de algunos pasajes de la historia de nuestro país. 

Voy a transcribir algunos pasajes que podrían mover a risa o a lágrimas. Son verídicos. Veamos: “Maximiliano de Hamburgo nos trajo las hamburguesas, las pizzas y la Coca-Cola. Después vino un general viejito, Porfirio Díaz Ordaz, casado con Salma Hayek. Hizo la Ciudad Universitaria, Santa Fe, el Palacio de Bellas Artes y el Metro. Le gustaba mucho la televisión y fundó Televisa y TV Azteca. Hubo un rey al que apodaban Moctezuma, porque le gustaba mucho la cerveza. Hernán Cortés descubrió América y luego vino Colón y se casó con Pocahontas. No todo fue malo en esa época: hubo curas muy padres como Las Casas, porque construyó muchas viviendas de interés social para los indios. Benito Juárez, un indio apache de Chiapas, proclamó la independencia; lo ayudaron dos gemelos que se nombran Francisco y Madero, así como los tres grandes: Miguel, Hidalgo y Costilla” (Proceso, JEP). 

Como podrá apreciar el aterrorizado lector, seguramente éste es uno de los muchos efectos de programas de televisión que provocan profundas confusiones en los espectadores, especialmente del área infantil y juvenil, aunque sin eximir a otras personas de diferentes edades. Además, la manifestación de vulgaridad grotesca campea, con frecuencia, muchas emisiones televisivas, lo que da como resultado la más absoluta de las banalidades. 

Por supuesto que no nos espantamos de nada, en tanto sea presentado con buen gusto.  Pero basta ver algunos programas para mejor tomar un buen libro y no volver a encender la llamada “caja idiota”. El filósofo George Steiner ya lo advirtió: «El libro agoniza; los locutores de los medios reemplazan a los intelectuales y el internet al texto. La cultura occidental oscila destempladamente entre Madona y Maradona. Dos nombres de santa etimología pero de usos profanos. La banalidad nos ahoga al tiempo que nos seduce, como una vistosa serpiente. Somos huéspedes en esta vida y en el planeta. Pero huéspedes malignos e ingratos, pues enlodamos a ambos con satánica puntería. Y satanás ajustará cuentas antes de que finalice el  banquete”. 

Los abogados, los catedráticos en particular, debemos ser especialmente insistentes en crear una cultura rica en imágenes, lenguaje, historia y conceptos, para invitar a nuestros alumnos a que aprendan a discernir sobre estos temas de una forma crítico-constructiva. Y quizás seguir el sabio consejo del comediante estadounidense Groucho Marx, quien sabiamente señalaba: “Encuentro la televisión muy educativa; cada vez que alguien la enciende, me retiro a otra habitación y leo un libro”.

En los tiempos en los que el libro agoniza y los influencers reemplazan a sabios, filósofos, poetas y maestros, los juristas que nos dedicamos a la enseñanza del derecho tenemos que rememorar las Lecciones de los maestros que Steiner dictó en la Universidad de Harvard a inicios del milenio: “Enseñar con seriedad es poner las manos en lo que tiene de más vital un ser humano. Es buscar acceso a la carne viva, a lo más íntimo de la integridad de un niño o de un adulto. Un maestro invade, irrumpe, puede arrasar con el fin de limpiar y reconstruir. Una enseñanza deficiente, una rutina pedagógica, un estilo de instrucción que, conscientemente o no, sea cínico en sus metas meramente utilitaristas, son destructivas. Arrancan de raíz la esperanza. La mala enseñanza es, casi literalmente, asesina y, metafóricamente, un pecado. Disminuye al alumno, reduce a la gris inanidad el motivo que se presenta. Instila en la sensibilidad del niño o del adulto el más corrosivo de los ácidos, el aburrimiento, el gas metano del hastío”.

Hacer interesante en el aula la enseñanza de la historia, el derecho, la literatura y el arte, es hacer ver a los alumnos lo valioso de la vida y una poderosa razón para amarla.

Newsletter

Recibe contenidos e información adicional en tu bandeja de entrada.

Fátima Gamboa: Justicia abierta

La falta de reflexión en torno de la justicia, la falta de legitimidad de las instituciones que la imparten y de sus operadores, la...