Legado con vigencia: Miguel Villoro Toranzo, S. J., y la práctica del derecho en el siglo XXI

Luis Arriaga Valenzuela, S. J. comparte algunas reflexiones sobre la vigencia del pensamiento del filósofo Miguel Villoro Toranzo y la trascendencia que tuvo y tiene en la fundación y quehacer del Departamento de Derecho de la Universidad Iberoamericana.


El ejercicio del derecho en México siempre ha sido desafiante. Uno de sus retos centrales ha sido, y es, contribuir a la plena vigencia del Estado de derecho frente a una realidad de impunidad e injusticia. Para ello requiere profesionales formados en una tradición crítica de excelencia académica y compromiso con la construcción de una sociedad genuinamente democrática. 

Desde 1957 así lo hemos entendido en la Universidad Iberoamericana. Históricamente, nuestro Departamento de Derecho siempre ha sido un espacio con una arraigada tradición intelectual que le ha dado sustento el estudio de los derechos humanos, el derecho internacional, el derecho privado y el derecho social. Un espacio, en suma, donde nuestros profesores se reconocen en el legado de quienes les han precedido.

A mediados de mayo tuve el gusto de asistir al encuentro anual organizado por el claustro académico de nuestro departamento para rendir un homenaje al doctor Miguel Villoro Toranzo, S. J. También rendimos homenaje a destacados académicos y académicas en distintas ramas del derecho. Al hacerlo, coincidimos en que Miguel fue una figura central para la Ibero desde el momento en que nos propusimos cultivar con seriedad el estudio de la ciencia jurídica. Comparto, al respecto, algunas de las reflexiones que vertí en ese encuentro.

Nuestro Departamento de Derecho —creado en 1952— nació en una época en la que prácticamente sólo existían dos referentes académicos en la generación y la difusión del conocimiento jurídico: la Facultad de Derecho (1946) de la Universidad Nacional Autónoma de México y su prestigioso Instituto de Investigaciones Jurídicas (1940), y la Escuela Libre de Derecho (1912). 

En ese sentido, la fundación de nuestro departamento abrió un espacio innovador. Por ello, resulta trascendental reconocer el legado de quienes fundaron la escuela de pensamiento jurídico en la Universidad Iberoamericana: se trata de un conjunto de personas pioneras que sin duda sentaron las bases del quehacer que hoy realizamos. Entre aquellos profesores que con su labor cimentaron las bases de nuestra tradición jurídica destaco la figura del padre Miguel Villoro Toranzo, S. J.

Al respecto, don Jaime Álvarez Soberanis, profesor de nuestro departamento, señaló en alguna ocasión que el doctor Villoro no sólo cultivó la investigación y la enseñanza de la ciencia jurídica, sino que, sobre todo, contribuyó a la formación de muchos estudiantes que hoy son ilustres abogados, motivo de orgullo para el foro mexicano en el ejercicio de su profesión.1

Al mismo tiempo, don Miguel también creyó firmemente en la mejora de la sociedad. No a través de la violencia o la imposición, sino mediante la gracia, es decir, mediante el aprecio de los dones que el ser humano ha recibido para reflexionar sobre el diálogo y la libertad como instrumentos concebidos para esa mejora. Al respecto, un año antes de la muerte del padre Villoro el profesor Álvarez Soberanis apuntó lo siguiente: “Para él, el derecho no es simple afán de especulación ajeno a los imperativos de la vida que se dirige a normar, sino ejercicio práctico de búsqueda de soluciones a los problemas concretos que enfrenta el hombre en la realidad”.2

Así, para don Miguel la historia no era simplemente un camino predestinado. Más bien, la entendía como un tejido complejo de libertades individuales que pueden ser entrelazadas para construir un futuro más justo y equitativo. 

Lo anterior es relevante para considerar los desafíos relacionados con la práctica del derecho en el presente. De hecho, las palabras del padre Villoro resuenan con fuerza hasta el día de hoy: “No basta —decía— la impaciencia ante las injusticias sociales existentes; se requiere también sabiduría, prudencia y estudio de los medios aptos y lícitos”;3 es decir, una prudente combinación de teoría y praxis, de conocimiento y acción.

Para entender cómo fue que el padre Villoro llegó a estas conclusiones, mucho ayudará prestar atención a su trayectoria vital y académica. Su figura siempre destacó por su profunda bondad y su inmensa erudición, cimentada en su formación académica. Fue estudiante distinguido de grandes maestros como don Rafael Preciado Hernández, don Manuel Herrera Lasso y don Toribio Esquivel Obregón, entre otros ilustres nombres; juristas que entendieron que para saber realmente de derecho es menester cultivar la tradición humanística mediante la asidua lectura de los clásicos.  

El trabajo del doctor Villoro en el ámbito de la deontología jurídica sigue siendo un referente importante para comprender el lugar de la moral en la práctica del derecho. Su definición de este concepto —incluida en su obra más conocida Introducción al estudio del derecho— es fundamental para guiar a los jóvenes estudiantes que se acercan a nuestra profesión. Para Villoro, el derecho debe ser entendido como “un sistema racional de normas sociales de conducta, declaradas obligatorias por la autoridad, por considerarlas soluciones justas a los problemas surgidos de la realidad histórica”. 

De esta definición destaco, sobre todo, el último componente: el llamado a entender el derecho como un sistema racional de normas. Para Villoro, esa invitación tiene que ver con la exigencia de brindar soluciones justas a los desafíos que una sociedad vive en su presente. Lo esencial es entender que las soluciones provistas por un sistema normativo no sólo sean congruentes en relación con el propio sistema, sino que, ante todo, sean justas. A partir de esta concepción, don Miguel introdujo un componente dinámico, de fuerte raigambre sociológica, en el entendimiento de lo jurídico. No era su pensamiento ni un iusnaturalismo ingenuo ni un positivismo acrítico. 

Su enfoque deontológico subraya, así, la importancia de la ética en la formación y la práctica del derecho. Al hacerlo, propone que los abogados no sólo sean técnicamente competentes, sino también moralmente responsables. Esta concepción dejó su impronta en el Departamento de Derecho de la Universidad Iberoamericana, un departamento que desde entonces ha estado atento a la realidad y su devenir histórico.

Tengo para mí que, en el presente, en nuestro México roto, esa atención a los problemas de la realidad histórica que demanda soluciones justas nos obliga a priorizar la reconstrucción del Estado de derecho. Especialmente para poner en el centro los derechos humanos y hacer frente a los estragos de la deshumanización y la pobreza. Así, el mejor homenaje que podemos rendirle al doctor Miguel Villoro Toranzo, S. J., es seguir recordándolo como el destacado jurista e intelectual que fue.

Así lo hemos hecho en la Ibero al mantenernos a la vanguardia en la investigación con publicaciones que abordan los problemas más acuciantes de la realidad nacional mexicana. También, al desarrollar la educación clínica en nuestro departamento y vincularnos con actores civiles que trabajan en primera línea ante realidades adversas o al procurar siempre que los derechos humanos y la dignidad de las personas estén en el centro de nuestro currícula académica. De este modo seguimos cultivando activamente el legado del padre Villoro.

Claramente, el sentido de identidad y el orgullo que nos embargan cuando miramos hacia atrás y reconocemos la encomiable trayectoria de nuestro Departamento de Derecho, no nos deben paralizar. Dormirnos en nuestros laureles implicaría traicionar esa herencia. La reflexión sobre el estudio y la práctica del derecho en un entorno como el nuestro obligan a la continua actualización y a evitar el anquilosamiento. 

Por aludir solamente a uno de los muchos desafíos que hoy se ciernen sobre el horizonte, actualmente tenemos el reto de pensar en la relación entre el derecho y la inteligencia artificial. No únicamente en cuanto hace a la propia educación jurídica, sino también en lo tocante al uso de estas nuevas tecnologías en ámbitos sumamente complejos como el derecho penal. 

De hecho, en algunas latitudes ya se debate sobre el uso de la inteligencia artificial a la hora de decidir sobre la imposición de medidas cautelares de prisión preventiva en casos criminales. Lo anterior sólo es una muestra de las implicaciones que trae consigo este desafío: si bien la tecnología puede simplificar procesos, es real e inminente el riesgo de que se reproduzcan visiones discriminatorias contra los más vulnerables. Frente a dilemas como éste, Miguel Villoro nos habría instado a no rehuir la reflexión y el debate. Al mismo tiempo, creo, nos habría invitado a buscar soluciones justas para hacer frente a cada momento.

El legado de Miguel Villoro Toranzo perdura no sólo en su obra académica, sino también en el impacto que dejó en cada persona con la que se cruzó. En la Ibero consideramos que su pasión por el conocimiento, su compromiso con la justicia y su bondad hacia los demás, siguen siendo una inspiración para quienes nos hemos comprometido con la práctica del derecho. Siguiendo a san Ignacio de Loyola, es posible afirmar que mi generación atestiguó el alcance de sus obras, que siempre fueron más que sus palabras. 

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