Un infierno para los corruptos

Publicado originalmente en 2016 pero vigente en el México actual, Sheridan sitúa a México y a sus operadores en el Infierno de Dante.


Si hubiera una Divina Comedia ubicada en México la sección dedicada al Paradiso sería más bien escueta. El Purgatorio –una enorme sala con millones de quejosos, jueces, abogados y ONGs— sería algo más extensa. 

Pero el Inferno, me temo, se llevaría como el noventa y cinco por ciento del libro…

El poema de Dante, ya sabemos, es complejo en lo que concierne a los motivos de la corrupción y sus castigos. Se ubica bajo el denominador genérico del fraude y a partir de ahí deriva hacia otras clases de pecado, del soborno a la simonía, sin olvidar la venta de plazas y la evasión de impuestos. Sería ingenuo intentar siquiera un resumen de las variedades de quebranto moral, cívico y ético que lleva a los bad hombres y mujeres al Inferno

Acometamos pues, resignadamente, la apretada síntesis con la que, quizás, el poeta estaría esencialmente de acuerdo para describir a la pústula de la polis: el corrupto es quien se mete a la bolsa privada los bienes de la comunidad. 

Fantasear con que los políticos corruptos serán castigados como debe de ser, pero sólo una vez muertos, es un consuelo compensatorio propio de ingenuos. Apostar a que el castigo sólo les está deparado en el más allá es una forma de invitarlos a redoblar el crimen en el más acá. Hay en ello una complicidad que, por si fuera poco, se sustentaría sobre la dudosa certeza de que efectivamente exista un más allá que, además, cuente con un buen sistema judicial que practique las artes punitivas. Lo dudo: concuerdo con Borges quien, hablando de la vida en el mundo, ya reparó en que “otro infierno no esperes, ni otra gloria”. 

Y como, ítem más, los gomierdadores y demás corruptos suelen ser cristianos, y como esa religión perdona todo, previo acto de contrición sincera…   

Vengativo que soy, confieso que me gusta la idea del infierno. Lo imagino dividido en nacionalidades, con objeto de no atenuar el castigo con la curiosidad propia que se tiene ante lo extranjero. ¿Es usted un mexicano corrupto? Parte de su castigo será una eternidad poblada de desagradables compatriotas. Sería una ácida ironía para con los corruptos que lo primero que hacen con lo robado es exportarlo al extranjero.  

El Inferno sección México requerirá de una importante inversión en infraestructura, pues deberá tener capacidad para albergar obesas y proliferantes multitudes. Hordas de políticos y funcionarios, ristras de prestanombres anexos, amasias, mayordomos jueces venales, empresarios y proovedores untamanos, notarios de vista gorda y nalgas ídem, sagaces banqueros comprensivos.

Un infierno de tamaño natural, pues. Millones de hectáreas llenas de pasadizos lamosos y laberintos pútridos, bastantes ollas del tamaño del estadio Azteca para hervir cabrones, balnearios llenos de cal viva, fundidoras de fierro, fábricas de látigos y procesadoras de gargajos, laboratorios capaces de producir cien mil hectolitros diarios de peste bubónica, millones de bocinas para agregarle a la tortura las canciones de los cantautores apasionados por una dama o decepcionados por una mancirnadora. Y bodegas, y un aeropuerto, y periféricos elevados. Y obviamente la unidad habitacional para los diablos, con su comedor y su guardería infantil y su salón para juntas sindicales.

Un gasto importante. Y aún si las autoridades competentes contasen con algún tipo de presupuesto ilimitado, producto de requisas y expropiaciones, habría necesidad de licitar la obra para que los libros estén bien balanceados, y por tanto habrá miles de contratistas que, predeciblemente, van a inflar las cotizaciones y se van a mochar con Satanás (que de inmediato va a comprar una mansión en Houston) y el resultado será que la magna obra va a tardarse y va a salir medio chueca, y se va a colapsar a la primera y entonces las horas de gomierdadores y politicastros van a sobornar a las edecanes para que los dejen colarse al limbo, o de perdida al purgatorio. 

La otra cosa divertida va a ser observar si, arrebatados por amor a sus terruños respectivos y por lealtad a las instituciones, los corruptos ya internados comienzan a dar mordida para que ese infierno se llame Veracruz, o Coahuila, o Puebla, o Sinaloa o Chihuahua o Lomas de Chapultepec. Etcétera…

Hay un castigo en el Inferno de Dante que me parece el más adecuado para los corruptos mexicanos: consiste en verter oro derretido por las gargantas de quienes violaron todos los preceptos para llenarse de oro. ¿Con que te gusta el oro? Pues te lo vamos a dar de comer, calientito. 

Aunque claro, si saliera muy caro, habría que diseñar el plan B: obligarlos a comer mierda, eternamente. 

Ya tienen experiencia. 

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