Cayetana Álvarez de Toledo: La batalla cultural

Desde la trinchera que ocupa en el Congreso español, la diputada Cayetana Álvarez de Toledo ha emprendido una batalla cultural contra los movimientos identitarios y los nacionalismos que destruyen las democracias liberales. Platicamos con ella sobre su visión del caso mexicano a la luz de su experiencia y de su libro Políticamente indeseable.


Descrita como la política española más libre y brillante de su generación, Cayetana Álvarez de Toledo actualmente es diputada en el Congreso por Barcelona. Doctora en historia por la Universidad de Oxford, trabajó como periodista en el diario El Mundo, donde fue nombrada “Joven Líder Global” por el Foro Económico Mundial. Es autora del libro Políticamente indeseable (Penguin Random House, 2021).


En sus memorias, John H. Elliott narra que se volvió hispanista tras su primer viaje a la península. Dijo: “Quedé impresionado por el campo, la vasta planicie de la meseta central castellana, reseca y amarillenta bajo el ardiente sol de verano”. Esta impresión de un historiador británico es algo similar a lo que pasa contigo, con esa triple posibilidad. ¿Por qué España, Cayetana? 

Cayetana Álvarez – Son circunstancias muy distintas, la de John Elliott, mi maestro, y la mía. Él descubrió España como joven universitario, una España en pleno franquismo. Y luego, especialmente conmovido, impresionado por el retrato del conde-duque de Olivares, pintado por Velázquez, que vio en el Prado, lo motivó a empezar a investigar esta figura del conde-duque de Olivares y finalmente dedicar su vida a la historia de España.

Mi caso es distinto. Yo nací en España un poco por casualidad. Me adelanté un mes. Mi madre tenía una pequeña casita en un pueblo de la meseta soriana, junto con su pareja de muchos años y padre de mi hermana, un gran pintor argentino, en un pueblo que se llama Medinaceli. La familia de mi padre, francés, también era española. Un tercer elemento fue conocer a John Elliott; un día, un poco por casualidad, mientras estaba en la universidad, llevada por la curiosidad entré a una de sus clases magistrales sobre España y el Nuevo Mundo. Me deslumbró. 

John Elliott era un grandísimo historiador, pero también un formidable orador. Él contaba la emocionante e impresionante historia del encuentro entre España y el Nuevo Mundo. A partir de ese instante, prácticamente, decidí dedicarme a la historia de España. Mi vuelta a ese país estuvo motivada por la curiosidad acerca del pasado español, que luego se convirtió en una implicación política y en una vocación a partir del descubrimiento de la España contemporánea. Volví como joven discípula de Elliott y como investigadora, con una idea de lo español marcada por mi experiencia anglosajona, por una parte, y por argentinos con una visión un poco peyorativa de lo español, por otra. Descubrí una democracia joven y ejemplar, en muchos sentidos, que estaba luchando por afianzarse frente al gran flagelo del siglo XX, que lo es también del siglo XXI, que es el nacionalismo, que es el separatismo, que son las políticas identitarias. Y ahí esa pasión por la historia española se convirtió en un compromiso político, en un compromiso con la vida contemporánea de España y con la defensa de la democracia constitucional.

Elliott también narra su simpatía inicial con el catalanismo, con su historia, pero al final también habla de la decepción que le generó a ciertas personas que esperaban que describiera una patria que no existió. De hecho, utilizó un concepto que me llamó mucho la atención: el “síndrome de la nación elegida”. ¿Crees que ese síndrome tenga algo que ver con los identitarismos y los nacionalismos que estamos padeciendo en América Latina? 

Cayetana Álvarez – Sí, todos los nacionalismos se basan en ficciones. Es decir, es la idea de que existe un cuerpo político con un origen y, a su vez, destino que está escrito y que responde a una misión superior; con lo cual esa idea del pueblo elegido, esa idea mesiánica de la nación, esa idea que hace y somete a los individuos y a los ciudadanos a esos objetivos colectivos, es la principal fuerza que mueve a los movimientos nacionalistas, que a veces tienen el carácter separatista, como en el caso que nos aflige en la España constitucional. Son movimientos de segregación y de separación. Lo que hace el nacionalismo es someter los derechos individuales a esos presuntos derechos colectivos y subyugar la realidad a la ficción y someter la igualdad de los ciudadanos, que es la gran idea de la que nace la modernidad política, al concepto basado en criterios arbitrarios, identitarios. Son movimientos extremadamente corrosivos para las democracias y para la convivencia.

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En relación con tu libro Políticamente indeseable, me llama mucho la atención el hecho de que vinculas la idea de la lucha identitaria con las izquierdas. ¿No es este movimiento producto de un contexto liberal? Me parece que se favorece un contexto liberal en el que las personas pueden desarrollar sus individualidades en contraposición a contextos que construyen más bien la idea de comunidad. No me queda muy claro por qué piensas que es más bien un producto de las izquierdas y no del liberalismo.

Cayetana Álvarez – El liberalismo pone en el centro al individuo, al ciudadano libre e igual ante la ley. Ese es el gran descubrimiento de la modernidad política. Vamos para atrás. Nosotros venimos de tribus y el viaje de la civilización es un viaje de salida de la tribu, movido por la curiosidad, por el ansia de conocimiento y también por la necesidad del encuentro con otros hombres y con otras tribus, es decir, con los que son diferentes y distintos a nosotros.

Ese viaje, metafóricamente hablando, alcanza un punto extraordinario que es el nacimiento de la idea de modernidad política, cuando se forja esta idea de que los ciudadanos de un Estado nación son libres, iguales ante la ley, y no define sus derechos o su valor personal el hecho de pertenecer a tal o cual clase social o a tal o cual sexo o a tal o cual religión, o utilizar tal o cual lengua, sino que por el mero hecho de ser ciudadanos de ese Estado nación tienen un valor intrínseco; es decir que por el mero hecho de nacer, nacen libres. 

Eso acaba con el antiguo régimen e inaugura la nación moderna, la nación liberal. La democracia liberal. Durante muchos siglos, la izquierda abrazó esas ideas de libertad, igualdad y fraternidad; de hecho, había unas derechas extremas o reaccionarias que defendían ciertos privilegios de unos y otros. Pero se ha ido avanzando a lo largo de siglos y se ha aceptado ese tipo de nación, de ciudadanos libres e iguales: en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano francesa, en el nacimiento de la república en Estados Unidos, en el origen de las repúblicas americanas, en la Constitución de Cádiz. Hemos ido avanzando hacia ese consenso extraordinario y fundamental que es lo que a mí, como ciudadana española, me da el mismo valor que a un hombre español o que a una persona que habla catalán o que habla español o de origen indígena, o nacido inmigrante que viene y se convierte en ciudadano español. Somos libres e iguales ante la ley. 

Bien, lo que pasa es que, en una especie de movimiento insólito, inaudito y regresivo, la izquierda, cuando se queda sin ideas, a partir del colapso del muro de Berlín, descubre lo que había detrás del gran sueño comunista igualitario: miseria, represión y destrucción. En un ejercicio de travestismo político insólito abandona la igualdad, como gran tótem y causa, y abraza las identidades. Inicia una deriva reaccionaria hacia postulados que antiguamente podrían haber defendido las derechas más reaccionarias de algunos países, que son la idea, una vez más tribalista, de que se nos distingue por criterios puramente arbitrarios de identidad y no por nuestro valor intrínseco de ciudadanía.

El liberalismo nos permite ser, vivir en una comunidad política, libres e iguales, y, por lo tanto, convivir. Y lo que la izquierda ha hecho en su viaje regresivo es destruir, implosionar la comunidad democrática de libres e iguales y buscar lo que nos distingue y diferencia unos de otros. Mujeres contra hombres, catalanes contra el resto de los españoles, pueblos originarios indígenas que presuntamente son herederos de los españoles, etcétera; es decir, empieza a disgregar, a separar y a destruir los vínculos de una sociedad democrática.

Es cierto que esa tarea implosiva y de espiral identitaria acaba destruyendo la comunidad democrática hasta llevarla al individuo final. Si empezamos a pensar en hombres contra mujeres, luego en hombres homosexuales contra hombres que no lo son, después en hombres homosexuales negros contra quienes no son hombres homosexuales transexuales, entonces la comunidad LGBTTTIQ+ se lleva a las siglas infinitas y se acaba en el verdadero sujeto constituyente que es el individuo. En ese viaje se llegará al individuo completamente desprovisto de cualquier vínculo con otro. Ese es un camino demencial que ha iniciado la izquierda. El liberalismo no piensa al individuo completamente desprovisto de cualquier vínculo y segregado y separado; lo que sostiene es que a uno no se le va a juzgar nunca por un criterio identitario, sino por sus conductas. Eso es una justicia justa. Lo peligrosísimo es que estos movimientos identitarios se están trasladando a los códigos penales y a las leyes. 

En el escenario político mexicano, desde que entró en funciones nuestro actual presidente, se ha establecido una lucha contra el neoliberalismo; es decir, contra un sistema económico que ha resultado en la privatización de casi todo y que, en un intento de pensar que el Derecho lo puede resolver todo, ha querido regular un mercado que no logra regularse materialmente y termina generando un contexto de violencia, donde incluso los cuerpos se convierten en moneda de cambio con el narcotráfico, con la trata de personas, y donde una persona vale más como objeto que como persona. ¿Qué opina de esto? 

Cayetana Álvarez – Esa es una chatarra retórica que utilizan los populistas y que ha fracasado históricamente. A mí que no me hablen de neoliberalismo. El problema no es la libertad de las personas, ni un modelo que ha generado clases medias, prosperidad, seguridad jurídica y paz civil, que es el modelo de la democracia liberal. El problema es la corrupción endémica del sistema y una izquierda que se empeña en mantener un Estado corrupto y un modelo político autoritario, en censurar a la prensa independiente, en justificar o alentar que se acabe con los periodistas e, incluso, en que los liquiden físicamente. 

Lo demás es chatarra, retórica neocomunista fracasada. Lo que Moisés Naím llama necrofilia ideológica. Hay movimientos en Latinoamérica que se empeñan en abrazar ideas y conceptos y han fracasado cientos de veces. ¿Qué necesita México? Lo mismo que España. Necesita una democracia fuerte, separación de poderes, prensa independiente y de calidad, élites económicas comprometidas con la defensa de la democracia, educación de calidad, ciudadanía vigilante, alerta y exigente. Necesita una alternativa política. En México falta una alternativa política armada fuerte, clara, convincente, articulada y suficientemente financiada.

La visión que narra en su libro y el espacio desde donde usted se pronuncia, el de la España que está fracasando, me recuerdan el sentimiento trágico de la vida de Unamuno y de la generación del 98. ¿Hay vestigios de ese sentimiento en la España actual? 

Cayetana Álvarez – Existe la sensación de que entramos en eso que se llama la declinación, una palabra que se utilizaba en el siglo XVII; en ese tiempo también había una gran preocupación por la declinación española. Es un sentimiento de lánguida resignación y de introspección un poco apesadumbrada. A mí no me gusta eso, yo soy combativa y optimista y creo que de nosotros depende salir de ese socavón. No hay que hacer un análisis frío de la realidad. Es verdad que las instituciones españolas están siendo agredidas desde el interior por eso que yo llamo los burros de Troya de la democracia, que surgen del interior de las instituciones y las socavan desde su seno en todo el mundo. Por ejemplo, Podemos, de Pedro Sánchez, abrazado a separatistas identitarios, filogolpistas, filoterroristas. Es decir, toda esta amalgama de un gobierno Frankenstein que es, en fin, antiespañol por definición, es decir, que coloca a las instituciones españolas y a la vida pública española en un trance muy difícil. Pero no hay que caer en esa lánguida introspección, que es un poco paralizante, sino todo lo contrario: hay que tener una actitud lúcida, despierta, combativa y activa para construir alternativas, para ofrecer un camino distinto a los españoles, para trazar una esperanza, una reafirmación liberal.

Te refieres al guerracivilismo como uno de los problemas de España. En México aludimos a nuestra Revolución, acontecida ya hace más de 100 años, para dar sentido a lo que hacemos, no tanto como un lastre. ¿Hasta qué punto es posible referirse a estos momentos sin dañar el sistema? 

Cayetana Álvarez – En el caso español, el guerracivilismo es un conjunto de fuerzas políticas que pretende ganar la Guerra Civil 80 años después y, por lo tanto, revisan la historia y buscan una confrontación con la otra mitad de España; después de que este país hizo algo extraordinario, que fue no sólo pasar de una dictadura a una democracia, sino también reconciliarse unos españoles con otros y mirar hacia el futuro.

Ese guerracivilismo es una manera de buscar la confrontación, abrir las heridas y reescribir el pasado para ganar el presente y lo que está detrás de algunos movimientos de izquierda en España, lo cual es profundamente corrosivo, porque vulnera no solamente la historia y a los historiadores, sino la paz civil contemporánea, las relaciones cordiales y fraternas entre españoles y, por lo tanto, la posibilidad de mirar hacia el futuro. No sé lo que pasa en ese caso en México. Sí sé lo que hace el presidente Andrés Manuel López Obrador con la historia. Como historiadora y también como persona que ha dedicado su vida a la comprensión de la historia entrelazada entre mexicanos y españoles, me parece una aberración el revisionismo histórico que intenta culpar a los españoles de hace 500 años de los males del México presente. Eso es utilizar la historia con fines políticos espurios y escabullirse de la responsabilidad contemporánea sobre los males recientes de México. Es la típica maniobra populista. Un líder que empieza a culpar a los españoles de hace 500 años de los problemas contemporáneos incurre en una cobardía verdaderamente impropia de alguien que dice tener un estatus político como el que proyecta. 

Seguimos invocando a los viejos caudillos con los que se generó la revolución…

Cayetana Álvarez – Son maniobras cobardes y espurias. Se utiliza la historia con espurios fines políticos contemporáneos, para dividir a los mexicanos y eludir responsabilidades.

Esto tiene otra parte: el debate sobre si se puede juzgar el pasado con ojos del presente es un debate casi filosófico e historiográfico. Yo siempre digo que no tenemos otros ojos que los presentes, con los cuales evidentemente juzgamos el pasado; pero, en efecto, el hecho de haber visto lo que pasó entonces nos ha hecho aprender y ser mejores hoy.

¿Cómo se puede contrarrestar la agenda identitaria?

Cayetana Álvarez – Impulsando lo que ha dado en llamarse la batalla cultural y enfrentándola a nivel no sólo intelectual, académico, mediático, sino desde la política. Por eso es tan importante construir alternativas. A mí me preocupa mucho cuando veo que las ideas liberales se repliegan porque no tienen representantes. La razón necesita representación, eso es clave. Tiene que haber políticos por quienes se pueda votar, que defiendan las ideas liberales de la Ilustración y que apoyen la idea de un México como nación moderna, de ciudadanos libres e iguales, que no tenga miedo a las estrategias matonescas que pone en marcha la izquierda, que cuando se enfrenta a esos movimientos los tacha de todo: fascistas, machistas, racistas e indeseables, e intenta echarlos del tablero político.

Siempre he dicho que el tablero político está inclinado: la izquierda de los movimientos está arriba y el mundo liberal está abajo. Intenta más o menos luchar cuesta arriba; pero si el tablero cultural está completamente inclinado, no hay opción: tú podrás llegar de vez en cuando al gobierno, pero nunca tendrás el poder real y lo que habrá que hacer será trabajar para nivelar ese tablero político. Y eso se hace desde la batalla de las ideas, desmontando lo que hay de peligroso, corrosivo y profundamente injusto, antimoderno y reaccionario detrás de estas ideas identitarias. Y explicando cómo la otra visión que tenemos es la de la verdadera justicia social, la de la verdadera igualdad de oportunidades, lo que permite a unos y a otros avanzar y progresar y, en fin, a las naciones florecer y a los individuos progresar.

El debate debe partir de la decencia, más allá de los golpes bajos…

Cayetana Álvarez – Sí, efectivamente. Aquí hay una lucha desigual entre las bajas pasiones y la razón; no entre las emociones y la razón. Esa separación entre emociones y razón es ficticia y tramposa. Nosotros tenemos emociones. La razón es emocionante, la defensa de la razón es emocionante, la libertad es emocionante. Pero otra cosa son las más bajas y viscerales pasiones, que son las que mueven al populismo.

Cualquiera puede hacer de populista, salir a la plaza con un megáfono en la mano y empezar a incitar y a agitar las bajas pasiones y las vísceras de la gente; el odio, el rencor, el miedo, la lucha social, la lucha de clases, la cuestión identitaria, el victimismo de las mujeres, el victimismo de los pueblos originarios, el odio a los españoles. Siempre eso es muy fácil, cualquiera puede hacerlo; por eso el populismo es el atajo de los mediocres. En cambio, para hacer política con base en la razón hay que tener capacidad de comunicación, carisma, fuerza de convicción; hay que tener argumentos. Es una lucha desigual.

Lo que tenemos que conseguir es que haya suficientes anticuerpos en la sociedad; anticuerpos en el mundo académico, en el mediático, en el periodismo, en la política. Pongo el foco en la política. No basta con que haya grandes intelectuales o grandes periodistas en un país para defender una democracia. Lo que falta en los países son políticos dispuestos a dar esa batalla en las instituciones. En México hacen falta políticos que defiendan estas ideas y que estén dispuestos a asumir el costo inicial. Hay mucha gente sensata, huérfana de liderazgos políticos liberales; es una batalla que hay que librar.

Después del éxito de Políticamente indeseable, ¿qué sigue?

Cayetana Álvarez – Me gustaría escribir otro libro más específico sobre la batalla cultural contemporánea, pero todavía no he empezado a hacerlo porque estoy ocupada con otros quehaceres; entre otros, viajo a distintos países de América Latina para dar esa batalla en el frente político. No sólo en el ámbito de la escritura, sino en el campo de la acción. Mi objetivo es reagrupar ese espacio que yo llamo “de la razón” y articular alternativas en el seno de nuestros países: Chile, Argentina, México, Perú, Colombia, España. Y que además trabajemos juntos unos y otros, porque tenemos problemas comunes muy similares. 

¿Cómo va esa batalla en España? 

Cayetana Álvarez – Sí, yo creo que vamos saliendo airosos. No lo hemos hecho, pero lo vamos a hacer. Lo mismo que México, todavía no gana la batalla, pero lo va a hacer. Hay mucho trabajo por delante: construir alternativas con base en ideas de libertad. Y hay que tener mucha valentía para conseguir ese objetivo. 

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