A punto de terminar el otoño, Miguel Carbonell nos recibió en la Barra Mexicana, Colegio de Abogados, para platicar sobre los temas en los que tendrá que fijarse la abogacía este año; ciencia, tecnología y educación son esenciales para el desarrollo del Derecho.
Miguel Carbonell es director del Centro de Estudios Jurídicos Carbonell. Doctor en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid e Investigador nacional nivel III del Sistema Nacional de Investigadores, ha escrito más de 80 libros y publicado más de 600 artículos en 12 países. Es consejero editorial de esta publicación.
¿Cómo ves el panorama jurídico para 2023?
Miguel Carbonell – Está lleno de oportunidades. Hay muchas áreas de conocimiento del Derecho emergentes, temas que han ido cobrando relevancia y que no la tenían hace 20 o 30 años, determinadas por los desarrollos tecnológicos y por las nuevas realidades que vive el país. La propia pandemia fue un evento que nos obligó a repensar áreas completas del Derecho (de seguros, a la salud, administrativo en su vertiente de administración de servicios de salud, de atención hospitalaria, corresponsabilidad del sector público y el sector privado, migratorio, de nuevas tecnologías, mala praxis médica). Veo un panorama muy interesante. Siempre me gusta recordar la idea de que no hay mejor tiempo para ejercer la abogacía que este en el que estamos viviendo. Es una gran oportunidad.
De aprobarse el Plan B en materia electoral, ¿qué le espera a la democracia mexicana?
Miguel Carbonell – La democracia es la base sobre la cual se tiene que articular un ordenamiento jurídico. Me parece que así es como tiene sentido ejercer la abogacía. Desde luego sabemos que México es una democracia perfectible, incompleta, en la que hay muchísimas tareas pendientes, pero ciertamente sin ello todo lo demás deja de tener sentido.
En cuanto a lo propiamente electoral, creo que México ha sido un ejemplo a nivel internacional que nos ha costado décadas construir, en lo institucional y en los administrativo —con el anterior Instituto Federal Electoral, ahora Instituto Nacional Electoral— y en lo electoral-jurisdiccional —con el anterior Tribunal Federal, ahora Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación–. A lo largo de estas décadas hemos podido construir un sistema electoral confiable, transparente, en el que el voto cuenta y se cuenta; eso no hay que desperdiciarlo, es una gran fortaleza de la democracia constitucional mexicana. En ese sentido, hay que valorarlo y fortalecerlo en la mayor medida posible, pero no a través de ocurrencias o iniciativas que estando en cierta postura de poder se aprovechen para minar la construcción institucional y normativa del pluralismo mexicano que ahora vivimos y que ha permitido alternancias políticas en diversos sentidos. Para mí eso es un activo, no de un partido ni de un sector de la política, sino del Estado mexicano que hay que cuidar y preservar.
El Derecho está en constante cambio. El imparable desarrollo de la ciencia y la tecnología empieza a generar instrumentos que importan a la justicia, las leyes y la democracia (neurociencias, biología, inteligencia artificial). ¿Qué impacto puede tener esto en el Derecho? ¿En qué deberíamos estar fijándonos?
Miguel Carbonell – En buena medida ya está sintiéndose ese impacto. Lo que pasa es que no hemos querido darnos cuenta. La profesión jurídica ha sido un tanto reacia a asomarse a las grandes oportunidades que los avances científicos y tecnológicos le aportan al Derecho. Te pongo un ejemplo. Desde 2018 tenemos en México una regulación de las llamadas Fintech, toda la industria de las finanzas internacionales virtuales, los activos financieros virtuales, los flujos y los intercambios financieros internacionales. Pocos abogados y abogadas conocen esa regulación. Tenemos plataformas tecnológicas que permiten litigios en línea, así como normas jurídicas que prevén el uso de videoconferencias para desahogar audiencias. Pero somos reacios, no queremos utilizarlas, y tampoco las hemos desarrollado con el alcance y la profundidad con que se encuentra en otros países todo el sector de legal tech. Las nuevas tecnologías, no como materia de regulación jurídica en el sentido de que existan normas que establezcan cómo vamos a utilizarlas, sino en apoyo del ejercicio de la abogacía, cómo las nuevas tecnologías, pueden permitirnos hacer mejor lo que ya hacemos hoy. Esto sí se ha desarrollado más en otros países.
En relación con la ciencia, hemos venido repitiendo la idea de que tenemos que darle primacía cada vez más, de manera más relevante, a la prueba pericial, a las condiciones bajo las cuales la ciencia se inserta en el proceso judicial, se utiliza para el razonamiento jurídico y se construye argumentativamente con base en la ciencia, no con base en la prueba testimonial, que a partir de la falibilidad de la memoria humana puede dar resultados muy inciertos y hasta arbitrarios. La ciencia puede ofrecer aproximaciones para determinar hechos y para saber qué sucedió en un caso más concreto, mucho más confiables que lo que pueda aportar un testigo. Ahí está el área de oportunidad: prueba pericial, condiciones de acceso a información científica para el proceso y formas de valoración de esa información por parte de las autoridades competentes.
¿A qué se debe que el gremio es tan reacio a aceptar los aportes científicos y tecnológicos?
Miguel Carbonell – Históricamente, la abogacía ha tenido un componente conservador. Nos cuesta mucho trabajo cambiar. Y ahora el cambio es muy acelerado. No todas las personas se han podido adaptar.
Has escrito sobre argumentación jurídica. ¿Cómo podemos utilizarla para atender estos temas?
Miguel Carbonell – La argumentación jurídica requiere un bagaje de conocimientos, técnicas, habilidades y destrezas muy amplio, cada vez más complejo en la formación de los juristas. Y en algunos de estos aspectos no ponemos mucha atención. Por ejemplo la argumentación jurídica requiere el dominio de los principios de la lógica, desde la construcción de un silogismo en su sentido más elemental —digamos un silogismo deductivo de matiz aristotélica— hasta ejercicios de mayor profundidad —como argumentaciones ponderativas, proporcionalidad, precedentes extranjeros, etcétera—. Por un lado, nuestra formación en lógica, que debería venir de la formación básica que obtenemos en secundaria y en preparatoria, no es la más adecuada.
La otra parte importante de la argumentación es el carácter persuasivo. Argumentamos para convencer. Eso implica, en los estudios contemporáneos que se han hecho por parte de especialistas en psicología cognitiva, una serie de aproximaciones metodológicamente muy claras, que tampoco nos enseñan en la carrera.
Esto se puede reforzar con la tecnología, sin duda alguna. Respecto del alcance que tendrán los argumentos, respecto de los niveles de corroboración argumentativa, respecto de las fuentes de conocimiento que van a nutrir la argumentación. Ya ni siquiera es optativo el uso de las nuevas tecnologías en la abogacía. Quien no lo tenga claro se está asomando de manera cercana a un grado inmediato de obsolescencia.
Ahora que abordas el tema de la educación, ¿cómo ves la educación jurídica actual? ¿Se está preparando a los futuros abogados para que se enfrenten a este panorama?
Miguel Carbonell – El panorama ha cambiado mucho. No estoy seguro de que la mayor parte de las escuelas y las facultades de Derecho del país haya acompasado los cambios, en el sentido más tradicional y obvio, que tiene que ver con los contenidos de los planes de estudio, pero también con la formación de recursos humanos docentes que puedan ofrecer estos enfoques metodológicos de vanguardia. En muchas universidades los profesores que impartieron por mucho tiempo Derecho procesal penal, por ejemplo, lo siguen dando con el mismo enfoque. No todas las escuelas han cambiado sus planes de estudio, pero las que sí lo han hecho siguen dando, día a día, el mismo contenido porque es el mismo profesor quien lo imparte. Así como en general la abogacía tiene que aportar la perspectiva novedosa, en educación jurídica hay que acelerar el cambio, pues la realidad sobre la que tenemos que formar a nuestros estudiantes ya cambió.
¿Cómo deberíamos estar pensando el Derecho de ahora en adelante? ¿Cuál es el Derecho del futuro?
Miguel Carbonell – El sociólogo Zygmunt Bauman hablaba del mundo líquido. Es una metáfora que a mí me parece que tiene mucho sentido para explicar la modernidad. El mundo contemporáneo es una realidad líquida, fluida, donde los grandes modelos estáticos que permanecían en códigos civiles tenían 100 años. Ese modelo de un Derecho estático, permanente, que aspiraba a congelar la realidad, ya no existe. Hoy tenemos una realidad líquida que nos ofrece retos y enfoques diferentes a cada rato, y que, por lo tanto, nos exige a quienes nos dedicamos al Derecho una capacidad para reaprender permanentemente. El mayor activo profesional que uno puede tener en el mundo del Derecho en la actualidad es la capacidad de adaptación y de aprendizaje y estudio permanentes. No se cierran los ciclos profesionales de aprendizaje cuando uno recibe un título o un grado, así sea el mayor grado. Hay que estudiar todos los días. Lo que hoy uno sabe no le servirá en los siguientes años.
Nos gustan tus redes sociales porque siempre recomiendas a las personas qué leer, qué ver, qué escuchar. En esta ocasión, ¿qué le recomiendas a los profesionistas del Derecho para 2023?
Miguel Carbonell – Afortunadamente, los fenómenos jurídicos son transversales a muchas realidades de la sociedad. Uno puedo aprenderlos y desarrollar conocimiento, sensibilidad y atención desde muchas ópticas. La formación jurídica de base, la elemental, está en los libros y en las fuentes de doctrina jurídica, pero también contribuye a la formación de los juristas el cine, el teatro y la literatura; incluso visitar museos puede servir para pensar y apreciar el impacto del Derecho en cualquier actividad humana, y eso es en lo que tenemos que fijarnos. Ese es el modelo del abogado humanista en el que me formaron mis profesores. Hay que ser juristas integrales, y si para conseguirlo debemos acercarnos al cine, a la literatura o a otras expresiones, hay que hacerlo jovialmente, para el disfrute y el crecimiento intelectual, y para ser mejores en lo que hacemos cotidianamente.