Rosángela Fernández: Fashion law

Con la creciente especialización del Derecho, diversas propuestas han surgido en cuanto las categorías a partir de las cuales es estudiado, sistematizado y ejercido. Así, por ejemplo, el Derecho económico y el Derecho policial empiezan a ser estudiados en las universidades, a pesar de no haber alcanzado aún plena autonomía. Una de estas propuestas es la del Derecho de la moda. Platicamos con Rosángela Fernández, abogada especializada en la industria de la moda.

Rosángela Fernández es abogada especializada en la industria de la moda y el entretenimiento. Es fundadora de PARTNER, Fashion Law Firm, donde ha trabajado con más de 30 marcas.


¿Qué es el fashion law?

Me gustaría precisar que el fashion law no implica sólo la defensa de la propiedad intelectual. Cuando las personas escuchan sobre el tema, inmediatamente imaginan diseños y marcas, pero el fashion law no es eso únicamente. La propiedad intelectual es un eje del Derecho de la moda, pero no lo es todo. Se asoman temas como privacidad y datos personales, protección de activos intangibles, e-commerce, entre otros temas. Las diversas ramas del Derecho se transversalizan para prestar asesoría a la industria de la moda. No se trata de un estudio del Derecho, propiamente, sino de un estudio de la industria.

¿Crees que podría ser una rama del Derecho?

No, porque no encuadra en la lógica sobre cómo están divididas las ramas del Derecho.

¿Cómo llegaste al fashion law?

Estudié un máster en España sobre propiedad intelectual, nuevas tecnologías y telecomunicaciones. Ahí supe de la existencia del fashion law. Me involucré directamente en el tema trabajando en un despacho que lo desarrollaba. Esa aproximación detonó cuestiones importantes en mí sobre qué era lo que estaba sucediendo allí, sobre su cartera de clientes, sobre la industria con la que trabajaba. Ahí conocí a personas muy cercanas al fashion law. Así fue como, a grandes rasgos, empezó este proyecto.

¿Cómo ves los alcances de la tecnología en el mundo de la moda?

Ahorita la moda ya está relacionándose con la tecnología. Pienso que hubo un antes y un después; el hito fue la pandemia. Antes, la moda no se vinculaba tan directamente con la tecnología como lo hace en la actualidad, tras los avances suscitados por el encierro de la pandemia. Toda la tecnología, cuya cabida en la industria ni siquiera imaginábamos, como el blockchain, ahora está más que presente aquí. Aunque hay aplicaciones de la tecnología muy diversas en la industria. Por ejemplo, lo que aconteció recientemente en una pasarela donde la empresa Fabrican engalanó a Bella Hadid con tela en aerosol, con un vestido lencero Coperni minimalista. La moda quiere reinventarse y digitalizarse, para que se pueda ver no sólo en la calle, sino también desde la computadora. La tecnología tiene todo que ver con la industria de la moda.

Y el Derecho, a veces tan reacio a los avances científicos y tecnológicos, ¿está a la altura para atender lo que derive de esta apertura al desarrollo?

Existe un estigma muy grande hacia la industria de la moda que le resta valor. Sin embargo, es una industria que genera muchísimo dinero en todo el mundo. El Derecho no ha estado a la altura porque sus operadores se han aproximado poco a la moda. No únicamente en cuanto al desarrollo tecnológico del que platicábamos; aún hay muchas lagunas en cuestión de protección de datos personales, por ejemplo.

Más allá de la cuestión legal, ¿qué relación hay entre el Derecho y la moda?

La moda está en todo lo que consumimos; está en el día a día. Es imposible separarla de la cotidianidad. Lo mismo que el Derecho. Así, Derecho y moda tienen una estrechísima relación. Sin embargo, ese vínculo ha sido explorado poco por el estigma que tiene la moda a los ojos del gremio jurídico.

Como emprendedora en el fashion law, ¿cuál ha sido tu experiencia?

La industria de la moda ha recibido bien el acompañamiento legal con el que me he aproximado. En cuanto al gremio de abogados, ha habido mucha resistencia. En alguna ocasión promoví un diplomado sobre fashion law y la reacción de muchos abogados fue negativa. Criticaron que hubiera un diplomado en la materia y esgrimieron comentarios misóginos: “Se trata de una agrupación de damas”. El hecho de que no hubiera vacas sagradas escribiendo al respecto generó mucho escepticismo. No obstante, en la actualidad hay más abogados que se quieren dedicar a esto.

Fuiste bien recibida en la industria de la moda. Eso denota que había necesidades o vacíos en ese ámbito. ¿Cómo los has ido cubriendo?

No había abogados, porque en esta industria ni siquiera sabían que era posible hablar con un litigante y saber que la resolución de sus problemas era más sencilla. Hay un gran estigma en torno del ámbito jurídico. Al acercarme propicié que se eliminaran algunos prejuicios. Ya no era la abogada que está enojada todo el día.

Un ejemplo histórico es el de la marca de Fashion Week México, que tardó muchísimo tiempo en litigio porque nunca tuvo acompañamiento jurídico, hasta que se vio obligada a involucrarse en una demanda en relación con su registro. Tampoco Mercedes Benz tuvo problemas para registrar su marca.

¿Qué dificultades jurídicas aquejan a la industria de la moda?

Hay una gran ausencia de formalidad que choca con el excesivo formalismo jurídico, lo que ha dejado a la industria en esa situación. La idea tradicional de que sin ritos en el Derecho se deja sin protección al negocio jurídico,es incompatible con lo dinámico y lo acelerado que son los negocios de la moda, a los cuales se presenta más bien como un obstáculo. Las empresas de la moda no tienen estructuras ni prácticas que hagan posible pensar en un acompañamiento legal. Las relaciones de poder o de amistad se basan en la confianza verbal, no en documentos formales.

La propuesta del fashion law también implica que los abogados vayamos acoplándonos a la velocidad de la industria y que, conociéndola, podamos negociar con sus lógicas sin fracturar sus relaciones comerciales.

En las escuelas de moda enseñan a crear, pero nunca a proteger lo que se crea. La industria está esperando que alguien les explique cómo hacer esas cosas. 

Gran parte de tu trabajo como abogada del fashion law tiene que ver, sobre todo, con la gestión de negocios en la industria de la moda y no tanto con litigios.

Sí hay litigios, pero la verdad son muy pocos. Se trata, sobre todo, de sentarse a negociar, a buscar soluciones a los conflictos. Y esta estrategia aporta soluciones en cinco días, y no en años, como ocurriría si acudiéramos a los tribunales. Son habilidades que uno tiene que adquirir cuando eres abogado de la industria.

Sostienes que el desarrollo del fashion law en México es lento. ¿Debería enseñarse en las facultades de Derecho?

Sí. Eso abriría la posibilidad de aproximarse y estudiar el Derecho de manera diferente; también formaría abogados con una visión más concreta sobre el tipo de clientes a los que deben acercarse con base en su especialidad. Debe promoverse la visión del Derecho, ya no para abogados, sino para usuarios. Sin duda, ayudaría a cambiar el chip de los abogados y la visión sobre su papel en la sociedad.

¿Qué deberíamos aprender de los abogados de la moda?

Historia de la moda, por supuesto. Es una historia política y económica que se vincula de manera fundamental con el Derecho. Desde cómo las siluetas han dependido de la economía de la tela o de diversas visiones políticas de la sociedad, hasta cómo la industria abrió paso a grandes tratados comerciales que permitieron acceder a otros materiales para mejorar la producción y para no ser sólo un país maquilador antes que creador.

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