Ingrid Solís Martínez reflexiona sobre la importancia del empoderamiento de las mujeres para que alcancen condiciones de igualdad sustancial en entornos laborales y para que puedan, ellas mismas, emprender.
En la actualidad es muy difícil pensar en algún sector en el que la mujer no haya sido víctima de violencia de género; para mí no lo hay. Y de los ámbitos en los que más observamos estos márgenes de machismo es en el laboral. Cuando era pequeña recuerdo que a los niños les enseñaban a superarse, los llenaban de sueños y les mostraban cientos de profesiones que podían ejercer: tenían la oportunidad de verse como pilotos, abogados, chefs, médicos y empresarios y podían alcanzar un sinfín de metas, mientras que a mí me decían: “Tu sueño más grande debe ser casarte y tener una familia”.
Y es que desde que somos niñas nos adiestran para eso: para servir a un hombre, para que nuestro destino sea estar al cuidado de la familia, mientras que el hombre el el proveedor, el que tiene la posibilidad de ser multifacético y tener miles de opciones para su desarrollo, replicando la frase: “Detrás de un gran hombre hay una gran mujer”. Y es que incluso parece una especie de sátira en la que les enseñaron a temerles a las mujeres empoderadas. Un claro ejemplo es el que hace poco se viralizó: un podcast en el que un hombre dice que a ellos no les atraen las mujeres de éxito, con empresas y con economía propia, porque —según él— a ellos eso les quita su utilidad.
Cualquiera habría pensado que esas son ideas del siglo pasado, pero resulta alarmante la cantidad de personas que estaban de acuerdo con su afirmación y entonces nos topamos con uno de los mayores retos de la mujer que quiere emprender: la burla y la presión social. En esto quiero hacer énfasis, porque nos enfrentamos a un sistema en el que las finanzas y las empresas han estado dominadas por una figura patriarcal, y si se observa que una mujer logra sobresalir se le considera una anomalía de ese sistema.
A menudo a las mujeres se nos cuestiona cómo logramos un puesto, se alude a nuestra vida sexual, o a que nuestro desempeño laboral es proporcional a la forma en que nos vestimos y a qué tan atractivas nos vemos en el trabajo. Nadie considera la cantidad de mansplaining que soportamos todos los días, las ocasiones en las que subestiman nuestro desempeño o el ascenso de un compañero no obstante que su desempeño laboral no ha sido el mejor.
Parece increíble que, a pesar del alcance que ha tenido la mujer en el mundo laboral, se le siga cuestionando. De acuerdo con el Instituto Nacional de Geografía y Estadística, en el Censo Económico realizado en 2019, una de cada tres micro, pequeñas y medianas empresas son dirigidas por una mujer. No obstante esas cifras la sociedad todavía tiene el descaro de subestimar el desempeño de la mujer. Investigando un poco, encontré un ensayo bastante absurdo en el que el autor argumentaba que una mujer no es tan buena en el ámbito empresarial porque no entiende la alta complejidad del mundo laboral, por lo que, según el texto en cuestión, un hombre debe ser quien dirija una empresa y la mujer quien lo asista. Realmente es absurda la cantidad de estigmas y desinformación que rodean el ámbito laboral femenino.
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Otro factor que hay que tomar en cuenta si hablamos del mercado laboral es la gran brecha salarial que existe entre hombres y mujeres. Es increíble cómo las mujeres acceden a empleos peor remunerados y cómo, incluso, habiendo cursado la misma carrera profesional, los hombres reciben mejores empleos y mejores sueldos. Lo anterior empeora si la mujer decide formar una familia, al punto en que se opta por reducirles sueldo o, simplemente, despedirlas.
Y esto sólo si observamos muy superficialmente la situación, pero si analizamos la situación un poco más a profundidad podemos encontrar que muchos hombres no permiten que su pareja ejerza un trabajo, por diversas razones: celos, deseo de control, intimidación o miedo al abandono, porque, claro, una mujer capaz de decidir representa un riesgo para el hombre.
En estas situaciones podemos identificar la violencia económica, la cual se basa en que la persona que posee el dominio económico manipula y agrede a la persona que depende económicamente de ella, lo que genera un ciclo en el que una debe permanecer con la otra por el temor de no tener a donde ir o por la incertidumbre de cómo va a subsistir.
Aquí surge la necesidad de empoderar a las mujeres porque, aunque es cierto que se han abierto oportunidades de superación para ellas, faltan muchísimas cosas más por hacer. La sociedad debe suprimir esos estereotipos y estigmas que las mantienen sojuzgadas y fomentar el crecimiento de las mujeres, quienes necesitan igualdad de oportunidades, no sólo laborales sino en todos los aspectos y en todos los entornos.
Nuestra lucha no ha acabado, y no sé hasta cuándo acabará, porque somos nosotras contra un sistema monstruoso que nos intimida, que nos agrede y que nos minimiza, un sistema que nos ha silenciado y que lo seguirá haciendo. Es una lucha que no tendrá pausa porque se la debemos a esas niñas que merecen tener todas esas oportunidades y porque mientras ellas puedan soñar todas lo haremos.