Truman Capote vivía en Nueva York y una mañana de noviembre de 1959, mientras desayunaba, leyó una noticia en el periódico: la madrugada del 15 de noviembre de ese año, en Holcomb, condado de Finney, en Kansas, cuatro miembros de la familia Clutter fueron asesinados en su propia casa. Se trataba de Herb Clutter, granjero, su esposa Bonnie y sus hijos Nancy y Kenyon. Cuatro vidas cambiadas por 40 dólares, una radio de transistores y unos binoculares, el botín del crimen.
Capote y su amiga de infancia Harper Lee viajaron a Holcomb para conocer y reportar la tragedia para The New Yorker.
Mes y medio después, por indagatorias de la policía y datos aportados por un compañero de prisión de uno de los asesinos, capturaron en Las Vegas a Richard Hickock y a Perry Smith, autores del crimen.
En Kansas, en marzo de 1960, Richard y Perry fueron juzgados y sentenciados a muerte. Se rechazaron los argumentos de “locura temporal” de los defensores y al jurado le bastaron 45 minutos para declarar culpables a los dos incriminados.
Capote siguió de cerca los detalles del juicio, entrevistó a vecinos, amigos de la familia y fuentes policiales, conversó con los asesinos en prisión y reunió un archivo considerable para escribir A sangre fría, tal vez la más célebre obra del género que se conoce como “novela de no ficción”.
Richard Hickock y Perry Smith, sentenciados a la horca, fueron ejecutados la madrugada del 14 de abril de 1965, seis años después de la trágica noche de Holcomb. Capote publicó la novela en 1966 y Richard Brooks la adaptó y la dirigió para el cine en 1967. Novela y película ponen énfasis en el perfil psicológico de los criminales: dos ex convictos en libertad condicional que darían “un golpe perfecto”: robar una supuesta fortuna que se encontraba en la caja fuerte de la casa de los Clutter. Los ladrones se convierten en asesinos. Capote y Brooks se preguntan: ¿qué sucede en la mente del ladrón para dar el giro al crimen?
El juicio se transformó en un asunto mediático; la novela de Capote, en un referente de la literatura de la segunda mitad del siglo XX, y la película de Brooks, en cita con el nuevo cine estadounidense que se gestaba alejándose de los grandes actores y de los estudios todopoderosos.
Brooks llevó al cine obras de Dostoievski (Los hermanos Karamazov), de Tennessee Williams (La gata sobre el tejado de zinc y Dulce pájaro de juventud), de Joseph Conrad (Lord Jim) y de Scott Fitzgerald (La última vez que vi París).
Con A sangre fría traduce al cine las interrogantes que Capote hace explotar en su novela: la motivación del delito, la delgadísima línea frente al crimen, el castigo social a los culpables, los resortes familiares que ejercen fuerza sobre la conducta de los seres humanos. ¿Por qué Caín mató a Abel?, se pregunta el inspector de policía. ¿La culpa está en la sociedad y la solución en las leyes?
En 2005 Bennett Miller filma Capote, otra visión del crimen de Holcomb, centrada en la tarea del escritor y su enfrentamiento con la realidad.
“Que una cosa sea verdad no significa que sea convincente, ni en la vida, ni en el arte”, afirmaba Truman Capote, escritor norteamericano que hizo de la transgresión su modo de vida.