Este es el testimonio de Aurora Castillo Mata, quien estuvo presa en Santa Martha Acatitla por pertenecer a la Liga Comunista 23 de Septiembre. Al texto lo introducen los comentarios de académicos expertos sobre la historia del espacio. Esta publicación se ha hecho en un esfuerzo conjunto con las autoridades de la UACM Casa Libertad por rescatar la memoria de los movimientos políticos que se dieron durante la denominada Guerra Sucia en México y, particularmente, la historia de las mujeres que fueron privadas de su libertad en el predio que la comunidad de Iztapalapa logró transformar en un espacio de educación bajo la consigna: ¡Prepa sí, cárcel no!
En coordinación con la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, un reportaje especial para ayudar a preservar la memoria sobre la cárcel de mujeres de Santa Martha que fue convertida, posteriormente, por presión de la comunidad de Iztapalapa, en un espacio para la educación y que fue testigo de uno de los episodios más terribles de la historia reciente del país: la guerra sucia.
Agradecemos a Aurora Mata Castillo el encuentro así como su apertura para exponer, por primera vez, el testimonio que aquí publicamos, así como a Patricia Bermúdez Cruz, José Alberto Benítez Oliva, Carlos Bravo Marentes, Rogelio Estrada Pardo, Víctor Salazar Leyva, Cecilia Pérez Pérez y Fátima Eiros Rosas Jiménez, quienes nos facilitaron el acceso al espacio, la información y el contacto con la ex militante de la Liga Comunista 23 de Septiembre.
Carlos Bravo Marentes, profesor investigador de la Academia de Cultura Científico-Humanística, Colegio de Humanidades y Ciencias Sociales
¿Cómo es que este espacio se convierte en un espacio de memoria?
Estamos en una de las celdas del Sitio de Memoria Antigua Cárcel de Mujeres de Santa Martha Acatitla, hoy plantel Casa Libertad de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Estas celdas estaban desde que se abrió el edificio como universidad y siempre llamaron mucho la atención por qué se habían quedado así. Sabíamos que el origen de la universidad tenía que ver con un movimiento social de los colonos que al grito de ¡Prepa sí, cárcel no! impidieron que esto volviera a ser una cárcel. Pero no sabíamos más. Cuando por iniciativa del profesor Rogelio Estrada fui invitado a hacer algo con estas celdas, decidimos abrirlas. En cuanto sucedió eso, empezaron a surgir muchas voces, no solamente de los colonos, sino también de gente que había estado presa aquí, incluidas las mujeres que habían participado en el movimiento de 1968, mujeres que habían participado en la guerra sucia, y eso hizo que decidiéramos qué hacer con esos espacios.
Nuestra idea original fue mostrar a la comunidad universitaria que ésta había sido una cárcel y la forma en que se había transformado en un espacio educativo gracias a una lucha social y popular de los vecinos. En ese proceso convergieron dos situaciones. Nos enteramos, por un lado, de las políticas de memoria de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, y, por otro, de la Ley de Memoria de la Ciudad de México. Llegamos a la conclusión de que lo que teníamos en nuestras manos no era un pequeño museo de sitio que mostrara la historia del recinto y reforzara la identidad de la comunidad, sino algo mucho más grande y significativo que rebasaba a la universidad y a la Ciudad de México. Esos fueron los elementos que nos permitieron pensar cómo presentar las cuatro celdas como un sitio de memoria que reivindicara a las víctimas de las graves violaciones a los derechos humanos de la gran mayoría de las mujeres que estuvieron aquí; por lo cual las dividimos en cuatro momentos específicos:
1. La primera celda la dedicamos al movimiento de 1968 —con Ana Ignacia Rodríguez la Nacha y Roberta Avendaño la Tita— y la recreamos con testimonios y con algunos objetos donados por la Nacha.
2. La segunda celda fue dedicada a las guerrilleras, mujeres en armas, y a las razones por las cuales se lanzaron a la guerrilla. La mayoría eran adolescentes y las mayores no superaban los 25 años de edad. Muchas estudiaban en escuelas normales rurales y estaban al frente de los problemas sociales del campo, por lo que decidieron dejar a sus familias y sus escuelas para lanzarse a la lucha armada con la idea de que era la única forma de resolver esos problemas. Por la vía pacífica vivieron el 68 y el 71, pero en ambas ocasiones fueron reprimidas brutalmente. La única opción que el Estado les dejó fue tomar las armas para buscar democracia y justicia social. Quienes sobrevivieron fueron arrestadas y recluidas en esta cárcel, pero no dejaron de luchar: organizaron círculos de lectura, actividades deportivas, y otras muchas acciones en las que involucraron a las presas comunes, muchas de las cuales no sabían leer, y les enseñaron a hacerlo.
3. La tercera celda dedicada a las que consideramos las mujeres olvidadas. Esta celda para nosotros era muy importante porque si en un sitio de memoria queremos otorgar reconocimiento a las violaciones graves a los derechos humanos, tenemos que reconocer que muchas mujeres estuvieron aquí presas por el gravísimo delito de ser pobres, porque no pudieron pagar un poste de luz, porque se robaron un guajolote para comer, etcétera. Entonces supimos que debíamos hacer algo para honrar la memoria de esas mujeres de quienes ni siquiera sabemos sus nombres, pero estuvieron aquí. Hay que recordar que durante mucho tiempo la pobreza fue —y tal vez aún lo es— un delito grave, porque no permite el acceso a la justicia.
4 Finalmente, la cuarta celda la dedicamos al programa de educación superior en centros de reclusión de la universidad que surgió en 2004, un año antes de que se le otorgara la autonomía, con la idea de que toda la población, sin ningún tipo de restricción, tuviera derecho a la educación superior. Por ello afirmamos que la universidad surgió de la cárcel y que ahora regresa a la cárcel a través de ese programa que atiende a 300 estudiantes y tiene presencia en cinco penales de la Ciudad de México.
La principal función de este sitio es recuperar la memoria para proporcinar justicia simbólica a todas las mujeres que estuvieron recluidas aquí por delitos políticos o por el simple hecho de ser pobres.
Rogelio Estrada Pardo, responsable de las actividades culturales en la Coordinación de Difusión Cultural y Extensión Universitaria de Casa Libertad
Nos interesa mucho saber cómo esta universidad transitó de ser una cárcel, un espacio de represión política, hacia un espacio educativo, como ocurrió con el Archivo General de la Nación, que pasó de ser una cárcel a ser un repositorio de memoria.
Este espacio se consideraba un espacio de alta represión. En sus inicios, en 1954, la antigua cárcel de mujeres tenía como objetivo la readaptación social plena, integral y humana de quienes por diversas circunstancias de la vida fueron recluidas aquí. En el curso del tiempo se fue distorsionando ese objetivo y se convirtió en una cárcel de corrupción y degradación, criticada por la sociedad, por lo que tuvo que ser cerrada durante 15 años, de 1982 en adelante. Años después, las comunidades de las colonias populares de la Sierra de Santa Catarina, que integran la alcaldía Iztapalapa, así como el área conurbada conformada por Nezahualcóyotl, Los Reyes y La Paz, se opusieron a que la cárcel se reactivara como un espacio de mediana y alta seguridad. Las comunidades, tratando de evitar que la zona siguiera siendo el traspatio de la ciudad, donde ya tenían el tiradero de basura y donde no había condiciones humanas de desarrollo para la gente, y pensando en sus prioridades educativas y de servicios comunitarios, exigieron que se cancelara ese proyecto. El temor que tenían de que llegaran delincuentes peligrosos a la zona lo convirtieron en movilización.
La universidad está enclavada en lo que se conoce como Sierra de Santa Catarina, en la colonia Lomas de Zaragoza, que antes, cuando funcionaba como cárcel, era parte del pueblo de Santiago Acahualtepec. San Miguel Teotongo una de las colonias líderes de este movimiento social que convocó a las diferentes colonias de la Sierra de Santa Catarina a una gran protesta con la consigna de evitar que el lugar se convirtiera en una prisión de mediana y alta seguridad. Todas esas colonias rodearon la cárcel en un acto simbólico que se conoció como el abrazo de la cárcel, el cual sirvió para transformarla, primero, en un espacio de servicios comunitarios, luego en la Prepatoria 1 del Instituto de Educación Media Superior de la Ciudad de México, en 1999, y por último, en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.
Lo anterior permitió que la gente pudiera transformar espacios lúgubres y oscuros en espacios libres en los cuales florecieron la educación, la organización y el movimiento. Ésto fue un gran éxito comunitario, social y político.
Victor Salazar Leyva, licenciado en ciencia política y enlace de obras de Casa Libertad
Casa Libertad fue fruto de una movilización social. En una época convulsa en términos sociales surgió un movimiento importantísimo encabezado por la sociedad civil. Es importantísimo destacar el ímpetu de la ciudadanía en su búsqueda de un lugar propio para accede a la educación. En ese sentido, el abrazo de la cárcel fue un acto simbólico esencial en la demanda de espacios adecuados para la educación media superior. No hay que olvidar que las políticas implementadas en aquella época derivaban en una selección arbitraria de quién accedía a la educación y quién no. El Estado, en lugar de proveer más oportunidades de estudio, se ceñía a la aplicación de un examen para elegir quién entraba y quién no a la escuela.
A la sazón, la cárcel se convirtió en una preparatoria autónoma, donde profesores, motu proprio, con toda la intención de apoyar el movimiento, venían a dar clases bajo las carpas que improvisaban los vecinos.
Actualmente, a la luz de esta historia de solidaridad, estoy muy preocupado por la respuesta de la juventud en materia de participación social voluntaria, pues aún tenemos mucho qué hacer desde este tipo de instituciones. Revivir los sitios de memoria en todo el país debería ser un proyecto prioritario para evitar que se repitan los hechos trágicos que se vivieron en este lugar y que han lastimado a muchos mexicanos.
Cecilia Pérez Pérez, estudiante de la carrera de arte y patrimonio cultural de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, plantel Centro Histórico
¿Cuál es su experiencia en la construcción de este espacio de memoria y en su contacto con las personas que estuvieron privadas de la libertad?
Yo llegué aquí por el interés de cursar un seminario de museografía y me integré al equipo en el área de Difusión Cultural. Conforme avanzaba el proyecto, queríamos darle identidad a las celdas para que los compañeros de este plantel, y de otras sedes de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, así como gente externa, lo reconocieran como un lugar icónico.
Este no es un museo, sino un sitio de memoria, porque no es un espacio para la contemplación; más bien es para que la gente reflexione y conozca parte de la historia del lugar. Con base en esa idea, empezamos a intervenir este espacio con diversas fotos, desde las que nos compartieron algunas compañeras hasta las que rescatamos del Archivo General de la Fotografía de la Ciudad de México, lo cual nos permitió identificar los momentos que queríamos mostrar en este lugar. En todo el plantel colocamos fotografías del antes y el después del lugar
La plaza cultural de este recinto tiene un mural muy colorido en el que se plasmaron cuatro momentos, acordados por consenso en una mesa de debate sobre lo que debía reflejar ese muro: 1) el movimientos de 1968; 2) la presencia de las guerrilleras, de 1966 a 1982 (en 1966 ingresó la primera presa política, Ana María Rico Galán, y en 1982 salió la última, Aurora Castillo Mata); 3) testimonios de la Unión de Colonos de San Miguel Teotongo sobre el rescate del espacio, y 4) el trabajo colaborativo de maestros y compañeros de la lucha que han aportado mucho a la investigación y a la conformación de este espacio.
En este contexto, yo soy el enlace de las compañeras guerrilleras, con quienes he recabado muchos testimonios.
Aurora Castillo Mata: memorias de una guerrillera en una prisión política de México
Los círculos de estudio y la Liga Comunista 23 de Septiembre
Fui militante de la Liga Comunista 23 de Septiembre. Mis actividades dentro de la organización fueron desde repartir propaganda hasta hacer trabajos de organización con los obreros en sectores que eran metalúrgicos, de la construcción, ferrocarrileros, obreros textiles, estudiantes y el magisterio general; principalmente, lo que nosotros considerábamos el proletariado. La organización tenía como fin un cambio de sistema: pretendíamos la implantación del socialismo. Eso nos motivaba por toda la represión que había existido en el periodo en el que viví mi niñez y mi adolescencia, que fue entre las décadas de 1960 y 1970, que fue cuando se agudizó toda la represión por lo acontecido el 2 de octubre de 1968 y el 10 de junio de 1971. Fue en ese periodo, sobre todo en 1972, cuando ya era estudiante de la normal —mi intención era ser maestra—, en medio de movimientos organizados por estudiantes rechazados en preparatorias y universidades, por la escasez que había de escuelas populares. Habían surgido las secundarias y las preparatorias populares, la normal popular, sobre todo en Nezahualcóyotl, que todavía estaba muy despoblado, lugares en los que se generalizó una educación que uno quería que fuera crítica, científica y popular. Ésa era la consigna de cuál debía ser la educación.
Como parte de todo este proceso empezamos a organizar círculos de estudio con compañeras de la normal, con quienes nos reuníamos en la biblioteca de maestros. Ahí se fueron incorporando compañeros de las escuelas que estaban en el casco de Santo Tomás, como la Wilfrido Massieu y la Escuela de Economía. Al principio fueron círculos de estudio para estudiantes, no una organización, que coincidimos en que era necesario hacer algo en relación con la educación. Por eso empezamos a leer a los clásicos: Lenin, Marx, Graham; novelas, políticas, textos de análisis económico.
Más adelante, establecimos contacto con gente de la Liga Comunista 23 de Septiembre, que tenía poco tiempo de haberse configurado cuando nos buscaron. Al principio, nos mostraron el periódico Madera, el órgano clandestino que editaba la Liga, donde tenía lugar la discusión, y que se repartía en las fábricas o en las escuelas. Aceptamos formar parte de la Liga y nuestros objetivos e ideales se transformaron. Ya no queríamos ser maestros, simplemente deseábamos enlistarnos en la guerrilla para generar este cambio de sistema, con demandas más amplias y con ideales también socialistas.
Militancia
Mi militancia comenzó alrededor de los 16 años de edad. En mi familia la mayoría somos mujeres; mi papá y mi mamá nos cuidaban bastante. En esos tiempos el criterio de los padres era cuidar más a las hijas. Pero a veces, con todas las actividades, tenía muy limitado el tiempo para llegar a casa a determinada hora, aunque me pidieran estar ahí temprano. Por eso decidí salirme e integrarme de tiempo completo a la guerrilla, una decisión que tomé independientemente de la organización —porque ésta tenía sus propios tiempos para ir clandestinizando a la gente—. Esta decisión propició una situación especial para mí porque automáticamente llegué con gente de la dirección.
El momento que motivó mi decisión de irme de casa fue que se iba a llevar a cabo un seminario político-militar y teníamos que salir a provincia para realizar prácticas militares. Mi papá no me permitía salir, y menos por la edad que tenía. Lo que nos aconsejaron los compañeros de la Liga fue que dijéramos que íbamos a ir a una práctica de la escuela, porque la intención no era que la gente se saliera de su casa, sino que siguiéramos creciendo, preparándonos y tener elementos de la clandestinidad y preparación militar. Pero yo sabía que mi papá no me iba a dejar salir, así que tomé esa decisión.
Fui al seminario militar con cierta trayectoria deportiva incentivada desde casa, desde salir a hacer ejercicio hasta practicar gimnasia olímpica. Esto se reflejó en las prácticas militares. La mayoría de compañeros fumaba, pero eso era un problema en la guerrilla por la cuestión de la resistencia; cuando nos llevaron a campo hubo compañeros cuya resistencia no fue la ideal por esa razón.
Actividades
En ese seminario, como sabían que no regresaría a casa, me compartimentaron en un polígono, donde me mantuvieron a sabiendas de que mis padres me irían a buscar, para no dejarme salir y dedicarme a estudiar y a practicar. Entonces empezamos a vislumbrar las tareas que tendría que desarrollar en atención a mis características, como el hecho de que parecía menor a la edad que tenía. Una de las tareas era entrar a las cárceles. En este sentido, cuando entraba aquí a Santa Martha, entraba como si tuviera 10 u 11 años. No quiero decir cómo le hacía para entrar, pero lo hacía camuflajeada. Así empezamos a hacer contactos. Primero, para hacer un rescate de Lecumberri en 1975 a través de los juzgados. Íbamos a rescatar a tres compañeros, entre ellos al hermano de David Jiménez Sarmiento, Carlos Jiménez Sarmiento; él era prioritario por ser el hermano de uno de los líderes de la Liga. Los rescataríamos por la una situación de inseguridad de que podían matarlo dentro de Lecumberri. Ya había sucedido algo similar con otro compañero, Chiclayo, a quien habían sacado de la cárcel y jamás lo habían vuelto a ver. Por eso era una prioridad rescatar a Carlos Jiménez Sarmiento; aparte, su papá David Jiménez Fragoso, estaba desaparecido. Fue detenido como integrante de la dirección de la Liga Comunista 23 de Septiembre y encargado del comité de prensa —él fue quien echó a andar la prensa revolucionaria—, y a la fecha sigue desaparecido. Este intento de rescate sería el segundo intento de fuga de Carlos, de Miguel Domínguez y de Damián Velasco el Chema; en el primero murió Miguel Domínguez. Por eso en esa segunda ocasión buscamos la posibilidad de que fuera por juzgados, y ahí también rescataríamos a una compañera de Santa Martha, María Eugenia Calzada. Teníamos que hacer que coincidieran los tres. Yo era la responsable de arreglar eso con los abogados, para que procuraran una audiencia que posibilitara el rescate. Pero el momento nunca llegó por el cambio que hubo a reclusorios de Lecumberri y el operativo se suspendió.
Sin embargo, estando ellos en los reclusorios, había otras posibilidades para rescatarlos. En este momento ya había más desaparecidos políticos, ya se habían producido más ajusticiamientos extrajudiciales, por lo que se planteó que el siguiente operativo —aparte del de la cárcel de Oblatos— iba a ser el secuestro de Margarita López Portillo. En ese operativo yo participé, principalmente en el comando que se encarga de la vigilancia de carreteras para la seguridad del traslado de los compañeros de Guadalajara al Distrito Federal. Por las tareas que yo realizaba, hubo reservas conmigo y protección, como no participar tanto en operativos de recursos económicos o de recursos de armamento, sino que trataban de cuidarme para que no se rompiera el contacto que yo tenía con los compañeros en las cárceles si algo llegaba a pasarme. En este sentido, las tareas que se me asignaban no me exponían tanto: una fue el cuidado de los hijos de compañeros que eran detenidos o que morían en enfrentamientos, para que pudieran estar en las mejores condiciones y seguros, porque ya habían utilizado también a los niños en la tortura para presionar a sus padres, y corrían también el mismo peligro que cualquier otro militante, independientemente de su edad. Esto me lleva a un espacio de tareas más compartimentadas que no eran accesibles para todos por su delicadeza y que requerían mayor clandestinidad.
Conocer más compañeros me llevó a otros espacios a cumplir con otras tareas. A finales de 1976 e inicios de 1977 me volví parte de la coordinadora y del consejo de redacción, ya organismos de dirección compuestos mayoritariamente por mujeres. La mayoría de las responsables de brigada y parte de la coordinadora éramos mujeres. También había hombres. Dentro de estas zonas atendemos a los sectores ferrocarrileros, textiles, obreros metalúrgicos y obreros de la construcción. Entonces se iba incrementando la represión.
Cuando por fin se realizó el operativo para el rescate de los compañeros dentro de las cárceles oficiales y de las cárceles clandestinas, falló y murió el compañero David Jiménez Sarmiento, a quien la prensa consideraba el líder de la Liga —pero la Liga estaba conformada por una dirección colectiva, no individual—. Por lo general cuando hacían detenciones, a todos les achacaban todos los delitos, los hubiera cometido o no.
Detención
Eso me pasó cuando me detuvieron en abril de 1977, en la colonia Casas Alemán, en una casa de seguridad que nos descubrieron. Tendríamos una reunión ahí y yo era la responsable de la brigada, así que tenía que estar. Entre las dos y tres de la tarde me recogieron en un lugar para llevarme a esa casa. Llegamos hasta la noche, pero la calle estaba en silencio y había una atmósfera extraña. Cuando llegó mi compañero y me dio la llave para abrir la puerta del departamento, desde afuera empezaron a bajar agentes de la azotea que nos rodearon por afuera. Cuando iba a entrar al departamento, alcancé a ver el abdomen de alguien pegado contra la pared, así que cerré la puerta y le dije al compañero que la policía ya estaba ahí. Fue entonces cuando entraron y quise salir corriendo pero me agarraron. En el forcejeo, desarmé a uno de una patada cuando me iba a disparar, mientras otro me detenía por detrás, motivo por el que tampoco disparó. Me sometieron y al compañero que logró salir le dieron un cachazo y cayó inconsciente al suelo. A mí me metieron al departamento para amarrarme los pies y las manos por la espalda. Me vendaron los ojos y me aventaron a un carro en el que nos llevaron al campo militar.
Ahí fuimos torturados. Estuvimos varios días allí hasta que decidieron presentarnos ante los medios —cuando a la gente que detenían la mataban o las desaparecían, pero yo iba con un compañero que se había fugado de Oblanto y otro que era buscado en Ciudad Juárez—; lo hicieron para aparentar que con nosotros solucionaban muchas cosas, y nos adjudicaron todos los cargos habidos y por haber, como era su costumbre, sin ninguna investigación; simplemente por pertenecer a una organización.
En el campo militar me querían hacer abortar a golpes; me ocasionaron un desgarre interno. Posteriormente nos presentaron a los medios en Tlaxcuaque, antes de que nos pasaran a cárcel oficial. Cuando por primera vez me quitaron la venda de los ojos para tomarme la fotografía, quienes me retrataron fueron soldados: seguía yo en el campo militar.
Llegada a Santa Martha y hostigamiento
De Tlaxcuaque me llevaron primero al Reclusorio Norte, al área de mujeres, donde inició mi proceso; me pusieron en dos juzgados, uno federal y uno penal; en el primero, por portación de arma de uso exclusivo para el ejército; en el segundo, por secuestro, homicidio, robo… de todo. Después me trasladaron del Reclusorio Norte a Santa Martha, lo cual fue todo un espectáculo, para mí muy exagerado, con helicópteros y patrullas. Fue muy gracioso porque se generó una expectativa en la población de la cárcel de Santa Martha, donde ya me esperaban las compañeras presas políticas, pues cuando las presas comunes vieron todo ese despliegue esperaban ver entrar a un mujerón, pero en cambio vieron a una jovencita embarazada y de corta estatura. Una de ellas me dijo: “Y todos estos pendejos cuidándote”.
Ahí me dieron un cuarto de mamá, de los reservados para quienes llegaban con hijos o estaban embarazadas. Ya cuando tenían a los bebés, la mayoría de las madres los mandaban a guarderías o a orfanatos y entonces a ellas las pasaban a celdas comunes. A mí nunca me movieron de ese cuarto. Por lo general, cuando había visita, las presas acostumbrábamos asomarnos por las ventanas para despedirnos y pedíamos a las compañeras, quienes estábamos en otros pisos o en otros cuartos de mamá, que nos permitieran asomarnos desde sus celdas.
Tengo una hermana a la que cuando venía no le gustaba verme ni despedirse porque le daba mucha tristeza, así que me pedía que no me asomara cuando se iba. Una ocasión que vinieron ella y mi mamá, me enteré por una de las vigilantes —porque realmente las vigilantes que había aquí eran personas muy humanas y solidarias— me avisó que se habían llevado a mi hermana. Intenté comunicarme con mi familia, pero no me lo permitieron. Esto pasó a los seis meses de haber llegado. Para entonces, ya había sacado a mi hijo porque necesitaba las vacunas y el registro. Mi mamá se lo había llevado y cuando lo traía sufría mucho; por eso, aunado a lo que le pasó a mi hermana, le pedí que no lo llevara más; de por sí tenía una cicatriz, porque en el forcejeo, cuando mi mamá intentó que no se llevaran a mi hermana, los golpearon.
Mi hermana estuvo desaparecida por varios meses; fue llevada al campo militar. La liberaron por la denuncias públicas que se hicieron por su detención y por las notas que se publicaron en el Excélsior. Su único delito había sido ser mi hermana y haberme venido a visitar. Ella también fue torturada; perdió un ojo. A los pocos meses mataron a mi hermano: apareció muerto en la carretera, supuestamente víctima de un asalto; cuando fueron por su cuerpo, que recogieron allá por Silao, en Guanajuato, ya lo habían enterrado, así que lo sacaron y descubrieron que presentaba signos de tortura. Quizás parte de esta situación fue motivada porque antes de que se llevaran a mi hermana intentaron sacarme, pero las compañeras presas políticas me ayudaron a que no me sacaran, cosa que intentaron hacer con llamados engañosos para que fuera a la dirección. Afortunadamente alguien me dijo que no subiera, porque me llevarían. No pudieron sacarme, y fue cuando se dieron todos esos episodios hacia mi familia.
Actividades en la cárcel
Dentro de la cárcel me comprometí con un compañero de la organización que estaba en el Reclusorio Norte. Para esto, luego nos llevaban a visitas. Allá estaban haciendo movilizaciones por las demandas de un trato más justo y el aumento y cambio de la alimentación por algo mejor. Estaban ahí dos compañeros de la Liga y uno de la Organización Unión del Pueblo, de la gente de Oaxaca y Guerrero vinculada con Lucio Cabañas y Genaro Vázquez. A ellos los trasladaron a una cárcel clandestina en la penitenciaría de Santa Martha Acatitla, conocida como la ZO. Esta persona ya era mi compañero cuando solicité ver a los compañeros y saber cómo estaban. Me negaron el derecho a verlos e ir a la ZO. Me engañaron dos veces. En ese tiempo estaban el comandante Navarro, y como director Antolín, por lo que al hacer el trámite como correspondía, me dejaron esperando. En una ocasión sólo me sacaron y me pasearon en un jeep, y terminaron regresándome a Santa Martha. Después trasladaron a los compañeros a diferentes reclusorios, uno al Norte, y otro al Oriente, a Antonio Rosco Michel —que se fugó de Oblados—. Cuando cae Mario Álvaro Cartagena, el Guaymas, de hecho lo integraron a nuestro expediente, junto con Antonio Orozco Michel, José Luis Esparza Flores y yo.
A mediados de 1978 me dijeron que por seguridad detuviera lo de la operación que necesitaba por el desgarre interno. Fue hasta pasado el año que me llevaron a Tepepan, donde estaba el área con todo lo que era de cirugía de alto riesgo y donde llevaban a los internos de todos los reclusorios. También estaba ahí el hospital psiquiátrico de Tepepan, y fue adonde después trasladaron a todas las compañeras —no sé dónde hayan metido a todos los internos del hospital psiquiátrico— de la cárcel de mujeres. Cuando me llevaron a mí para hacerme esta cirugía, hubo vigilancia para que no me fuera a pasar nada. Otra razón por la que era necesario que me llevaran a Tepepan fue que necesitaba una endodoncia y la extracción de una muela. Me llevaron una noche, con la cita que agendé, porque al día siguiente por la mañana empezaría mi tratamiento. Sin embargo, en la noche fui sorprendida porque me despertaron para atenderme: llegó un médico para hacerme la endodoncia, pero interrumpió la intervención gente de la Brigada Blanca que llegó para recogerme; me sacaron de forma arbitraria en carros particulares, con la consigna de que si cualquier carro se atravesara, me mataran. Me regresaron a Santa Martha. Las jefas también se sorprendieron porque llegaron sin oficio diciéndoles que me recibieran. Eso sí, me dieron una bolsa de hielos porque traía una inflamación tremenda de la cara. Así me negaron el derecho a la salud.
En ese entonces, la vigilancia en Santa Matha era más humana. A las jefas les ocasionaba temor e incertidumbre porque no sabían qué hacer ante todas las arbitrariedades que se cometían allí. Por eso su trato hacia las internas era más humano. Muchas de las presas comunes que llegaron aquí en ese tiempo a veces eran acusadas injustificadamente. Algunas estaban ahí por robo, pero al contarnos sus historias nos percatábamos de que lo que pasaba era que las personas adineradas que las contrataban para el servicio doméstico, para evitar pagarles, las acusaban de robo. Muchas de ellas pasaban uno o dos años ahí, y a veces nadie movía su caso. Vimos muchas cosas aquí que no se llevaban conforme a derecho y que eran violatorias de los derechos humanos.
La sentencia que dictaron para mi caso fue de 38 años, pero por un periodo de amnistía en el que se nos dio el reconocimiento de presas políticas estuve sólo cinco años. La amnistía se daría paulatinamente con base en el grado de peligrosidad de la presa, pero no sé en qué medían la peligrosidad. Como presa política me quedé sola en Santa Martha con las compañeras comunes. Tenía muy buena relación con todas ellas; incluso habíamos formado un equipo de futbol femenil. En ese tiempo venía para acá Johnny Laboriel, que tenía una amiga en la cárcel. Él fue el padrino de nuestro equipo de futbol femenil.
Mi buena relación con las compañeras fue algo que me ayudó a sobrevivir, porque la situación es complicada sobre todo cuando las autoridades quieren gobernar no sólo el país sino todos los espacios donde puedan tener el control y el poder, como el caso para quitar a la directora María Elena, que nos garantizaba espacios culturales, deportivos y educativos.
En ese entonces venía a darnos clases de yoga, de la Fraternidad Universal, un francés que se llamaba Gulben. Él tenía un proyecto que quería implementar en las cárceles de países latinoamericanos, donde las condiciones para las presas eran muy malas. Con la experiencia de Santa Martha, quería empezar a hacer trabajo en cárceles en Centroamérica. En 1979, cuando iba a tener a mi hijo, se estaba dando a conocer lo del parto psicoprofiláctico, que es por medio de la respiración; entonces él iba a grabar el parto, y la directora lo autorizó. La visión de mejorar las cárceles y dar un trato diferente a las personas era la lógica de esta directora.
Motín en Santa Martha
Ese era el tipo de dirección y de trato de esa directora, por lo que quisieron quitarla. Para ello provocaron un motín moviendo lo que nosotras llamábamos la broza o la lúmpera, para que empezaran a agredir a las personas. Hubo un primer pleito masivo y desafortunadamente nos tocó estar ahí. Fue ocasionado y dirigido por autoridades de otras cárceles. En particular, responsabilizamos a Antolín, quien enfrentó a la broza con las extranjeras. Cuando yo llegué, todavía no se hacía el convenio de extradición para que las extranjeras fueran deportadas a sus países. Aquí había una gran cantidad de extranjeras ecuatorianas, estadounidenses, bolivianas, colombianas; la mayoría estaba por delitos contra la salud o por fraude, y eran detenidas con cargamento aquí en México, en el aeropuerto.
Esta gente tenía ciertos privilegios, ya fuera por su estatus económico o por exigencias de las embajadas, que les facilitaba el goce de espacios como los cuartos de mamás. El hecho es que las enfrentaron como pretexto para despedir a la directora. Esto fue en 1980, cuando ya estaban Amanda Arciniega y Alfonsina Flores Ocampo, también de la Liga —y de las últimas compañeras que detuvieron vivas, pero que no alcanzaron la amnistía—. Estábamos Amanda y yo en el teatro en el momento en que se produno el enfrentamiento; teníamos que estar espalda con espalda, cuidándonos, porque las chicas de la broza traían cuchillos. Amanda y yo agarramos el palo de la escoba para defendernos en la trifulca. Una compañerita fue a apoyarnos y me pasó un cuchillo que terminé escondiendo en un macetero para que nadie lo agarrara. Después de un rato nos subieron a la dirección.
La directora habló conmigo para que fuera como mediadora, porque ella sabía que yo me llevaba bien con todas, y Amanda y Alfonsina tenían poco tiempo de haber llegado; se identificaban más conmigo, había mayor simpatía, por el tiempo que yo llevaba ahí. Entonces hablé con ambas pero ya no me quise meter porque no tenía qué estar haciendo en sus conflictos. A los pocos días de que se dio la trifulca, salió en el periódico que sí hubo heridas, y mi mamá estaba espantada porque dijeron que me habían matado. A los dos o tres días empezaron a quemar las cortinas del teatro por no haber conseguido lo que querían ese día de la trifulca, para que continuaran los motines. Ese día ni bajamos porque dijeron que se estaba quemando la cárcel. Las jefas habían cerrado los pasillos para que nadie saliera, pero hubo un punto en el que empezamos a ver el humo, así que entre varias pensamos quitar los tablones y botar la puerta de seguridad que daba hacia el campo, en caso de que se extendiera el incendio; pero para esto empezaron a decir a través de los altavoces que todas nos metiéramos a los dormitorios y empezaron a entrar granaderos. Nada más oímos el corredero. Primero cerraron las puertas de los pasillos; a las que estaban abajo las golpearon, y las que estábamos en los pasillos alcanzamos a ver que acostaban a todas en el piso. Los granaderos se pusieron encima de ellas y nos dieron indicaciones con altavoz; en el piso había puras presas, de las que habían estado en el motín y de las que no, pero que estaban abajo y que no se pudieron subir a sus dormitorios. La cárcel fue tomada por granaderos y por la Brigada Blanca, porque realmente quienes vinieron también fueron de la Brigada Blanca y la gente del general Juan Alberto Antolín Lozano, director de Santa Martha Acatitla.
Nos enviaron a nuestros dormitorios y algunas compañeras se fueron conmigo. Tres presas políticas y otras presas comunes nos metimos a mi dormitorio, y ahí nos encerraron. Teníamos ahí documentos con los que discutimos, documentos de la organización, así que empezamos a destruirlos para que no encontrarán nada, porque después de cada motín nos revisaban todo. Posteriormente nos fueron sacando de los dormitorios, poniéndonos con las manos y los pies abiertos contra la pared para revisarnos, más que nada para intimidarnos y mostrarnos que estábamos indefensas. Luego empezaron a revisar cuarto por cuarto, y cuando estaban a punto de terminar de revisar ese pasillo, nos mandaron llamar a Amanada y a mí y nos metieron en una celda con gente de la Brigada Blanca y el comandante Naval. Iban con armas. El comandante quiso entregarme una pero me negué; de una manera o de otra, quería que tomara yo el arma. Le dije que no. Siento que era más la faramalla que el intento realmente de hacerme algo. Nos dieron ahí un discurso de que las cosas tenían que cambiar porque la dirección era muy blandita y porque las cosas se tenían que corregir dentro de la prisión.
Supuestamente la situación se estabilizó y tuvo lugar un periodo de reacomodo administrativo. Ellos quedaron al mando y establecieron una forma de estado de sitio; dedicaron horarios muy específicos para todas nuestras actividades, impidiéndonos por un tiempo realizar las que teníamos a diario. Con el cambio de directora, se quedó gente de Antolín. Esto pasó en 1980. Quien quedó como suplente fue el director de la penitenciaría de Santa Martha. A raíz de eso se empezaron a generar condiciones distintas para la personas ahí: los paseos en los que sacaban a comer a las internas —hay fotografías— a restaurantes para que se divirtieran un rato; iban vigiladas con escoltas. Fueron varios grupos, siempre con escoltas, a lugares resguardados; pero a quienes nunca nos llevaron a estos paseos fue a las presas políticas.
Yo salí en agosto de 1982; más o menos en esa fecha se iba a presentar una obra de teatro en la que participábamos la compañera Alfonsina Flores Ocampo y yo junto con otras presas comunes; lo que después me comentó Alfonsina es que llevaron la obra al espacio, pero a ella le restringieron la salida, y a ella la suplieron en la obra. Para las presas políticas había ese tipo de limitaciones. Algo así pasó cuando presentamos nuestra exhibición de gimnasia, el 10 de mayo, en el teatro, apoyadas por una maestra de educación física que hizo su servicio social dentro de Santa Martha; todo el mundo ovacionó, les gustó mucho. Los otros reclusorios que también se enteraron de la función nos felicitaron; dijeron que había estado muy bien. Pero esto motivó que nos impidieran seguir utilizando el gimnasio y los aparatos gimnásticos. Para ellos esto representaba un riesgo porque pensaban que estábamos mejor preparadas nosotras que la gente de la vigilancia.
Humanidad desechable
Al principio hablé de toda la vigilancia por parte de custodias muy humanas, pero también todo lo humano era desechable. Por lo tanto, cambiaron toda esa vigilancia por la primera generación de policías mujeres de academia, mujeres institucionales capacitadas para sobrellevar situaciones más específicas en lo relativo a la cárcel, no como un centro de rehabilitación, sino como un espacio de castigo y represión. El cambio fue por custodias de academia, uniformadas y militarizadas, y fueron ellas quienes continuaron con la vigilancia y la convivencia. Por supuesto, como en todos los lugares, también hay gente que es muy humana, porque también dentro de estas custodias de academia también había muchas muy humanas.