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Bioterrorismo como asunto de seguridad nacional: perspectivas en el marco de la Agenda 2030 y el fortalecimiento de la salud pública en México


El bioterrorismo y su relación con la seguridad nacional

El bioterrorismo se define como la liberación intencional de agentes biológicos —como bacterias, virus, hongos o toxinas— con el propósito de causar daño, enfermedad o muerte en seres humanos, animales o cultivos, a menudo con fines políticos o ideológicos. Esta práctica constituye una amenaza global significativa debido a la accesibilidad de estos agentes y su potencial para causar morbilidad y mortalidad a gran escala. A diferencia de las armas convencionales, los agentes biológicos presentan un periodo de latencia clínica que complica su detección y su respuesta temprana.

Aunque los eventos de bioterrorismo son raros, su impacto puede ser devastador, como se evidenció en ataques pasados que involucraron agentes como el ántrax. La pandemia de Covid-19 ha intensificado el debate sobre el bioterrorismo al destacar las vulnerabilidades en bioseguridad, un aspecto esencial en los marcos de seguridad nacional e internacional, y al demostrar el potencial de los agentes biológicos para ser utilizados como armas. Estos factores subrayan que el bioterrorismo presenta desafíos complejos que requieren estrategias robustas de salud pública y medidas antiterroristas.

El bioterrorismo se presenta como una amenaza silenciosa pero significativa para la seguridad nacional y la salud pública. El uso intencional de agentes biológicos para causar daño puede tener consecuencias devastadoras, no sólo en términos de salud individual, sino también a nivel social, económico y político. Para enfrentar estas amenazas, es fundamental implementar estrategias efectivas y mantener una respuesta rápida y coordinada. En el marco de la Agenda 2030, México debe fortalecer sus capacidades de respuesta y protección para garantizar un desarrollo sostenible y seguro.

El potencial uso de armas biológicas requiere la implementación de estrategias eficaces para asegurar la protección y una respuesta rápida ante esas amenazas. El uso intencional de organismos vivos, como bacterias, virus u hongos, con el propósito de causar enfermedades, muertes o daños ambientales se clasifica como guerra biológica.

Clasificación de patógenos y toxinas

Los patógenos son clasificadas en categorías A, B y C por los centros para el control y la prevención de enfermedades (CDC), según el modo de transmisión, la severidad de la morbilidad y la mortalidad, y la probabilidad de uso.

Los agentes de categoría A (agentes de alta prioridad) son aquellos que pueden ser fácilmente diseminados o transmitidos de persona a persona, presentan altas tasas de mortalidad y tienen un alto potencial para afectar la salud pública. Estos agentes podrían causar pánico público e interrupciones sociales significativas, además de requerir una preparación especial en salud pública. La mayoría de los agentes de categoría A son peligrosos debido a su capacidad para ser transmitidos a través del aire.

Los agentes de categoría B (agentes moderadamente peligrosos) son moderadamente fáciles de diseminar y pueden provocar una morbilidad moderada y una baja mortalidad. Además, se requiere personal capacitado para el diagnóstico y una vigilancia mejorada de la enfermedad.

Los agentes de categoría C (agentes emergentes) incluyen patógenos emergentes que podrían ser diseñados para su diseminación masiva debido a su disponibilidad, facilidad de producción y alta morbilidad y mortalidad.

Toxinas como agentes de bioterrorismo

Las toxinas son proteínas perjudiciales producidas por organismos vivos, principalmente plantas, bacterias y hongos. Debido a su alta toxicidad y a la facilidad para su producción y diseminación, varias toxinas han sido consideradas como posibles agentes de bioterrorismo.

En el presente texto se analizará principalmente la neurotoxina botulínica, la cual es la toxina más potente en la naturaleza y la única incluida por los CDC en la categoría A. La enterotoxina B de Staphylococcus, la toxina épsilon de Clostridium perfringens están incluidas por los CDC en la categoría B.

Desafíos en la detención y tratamientos de toxinas

El CDC clasifica a las toxinas naturales como más tóxicas en comparación con los agentes químicos debido a su mayor periodo de latencia y a su menor riesgo de contaminación ambiental.

Las principales diferencias entre las toxinas y los patógenos empleados en bioterrorismo radican en que los valores de morbilidad y mortalidad asociados a las toxinas son generalmente más bajos, ya que éstas no se transmiten de persona a persona y afectan directamente sólo a aquellos expuestos después de la dispersión. Además, el corto periodo de latencia de las toxinas, en comparación con el de los patógenos vivos, provoca periodos de infección más breves. La naturaleza no contagiosa de las toxinas también reduce la necesidad de vigilancia epidemiológica intensiva y el uso de equipo de protección especial por parte del personal de salud, civiles o militares.

Sin embargo, las toxinas presentan desafíos significativos para su detección y tratamiento. No pueden desarrollarse en cultivos ni ser identificadas mediante secuenciación de aminoácidos, lo que complica su detección. Además, el envenenamiento por toxinas a menudo se manifiesta con síntomas clínicos inespecíficos, lo que dificulta el diagnóstico primario y requiere un diagnóstico diferencial exhaustivo.

Ejemplos de toxinas con potencial uso en bioterrorismo

Enterotoxina B de Staphylococcus

La enterotoxina B de Staphylococcus (SEB) es producida por la bacteria Staphylococcus aureus y es la única toxina de este microorganismo que se clasifica como agente de bioterrorismo.

El envenenamiento por SEB se debe principalmente al consumo de agua o alimentos contaminados y se considera como un agente usado para el bioterrorismo debido a su empleo intencional en la contaminación de alimentos. Otras vías de entrada son el tracto respiratorio, el tracto vaginal (síndrome de choque tóxico) y los ojos (conjuntivitis). La SEB es tóxica en dosis pequeñas. No es transmitida de persona a persona por contacto o a través del aire.

Las manifestaciones clínicas de envenenamiento por SEB dependen de la vía de exposición. La toxina es más peligrosa cuando se inhala, pues causa hiperpirexia dentro de las tres a 12 horas de exposición, así como tos, rigor, dolor de cabeza y mialgia. La fiebre puede durar al menos dos a cinco días y la tos hasta cuatro semanas. La ingestión de SEB provoca náusea, vómito, diarrea y calambres abdominales, los cuales aparecen después de una a ocho horas posteriores a la exposición, sin fiebre ni síntomas respiratorios. La SEB puede detectarse a través de ensayos inmunológicos en sangre, orina o esputo hasta 24 horas después de la exposición; después de ese tiempo, es indetectable en los fluidos corporales. En alimentos líquidos y sólidos la SEB se puede detectar en pocos minutos. También se pueden emplear pcr para detectar adn bacteriano residual en comida, agua o muestras clínicas.

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