El bioterrorismo, una amenaza silenciosa, desafía la seguridad nacional y la salud pública en México. La Agenda 2030 exige estrategias urgentes para fortalecer la respuesta ante ataques biológicos. María Guadalupe Córdova Espinoza, Myr MC Karen Medina Quero, Pedro Santiago Sánchez y Carlos Alberto Barrera Franco reflexionan al respecto.
El bioterrorismo y su relación con la seguridad nacional
El bioterrorismo se define como la liberación intencional de agentes biológicos —como bacterias, virus, hongos o toxinas— con el propósito de causar daño, enfermedad o muerte en seres humanos, animales o cultivos, a menudo con fines políticos o ideológicos. Esta práctica constituye una amenaza global significativa debido a la accesibilidad de estos agentes y su potencial para causar morbilidad y mortalidad a gran escala. A diferencia de las armas convencionales, los agentes biológicos presentan un periodo de latencia clínica que complica su detección y su respuesta temprana.
Aunque los eventos de bioterrorismo son raros, su impacto puede ser devastador, como se evidenció en ataques pasados que involucraron agentes como el ántrax. La pandemia de Covid-19 ha intensificado el debate sobre el bioterrorismo al destacar las vulnerabilidades en bioseguridad, un aspecto esencial en los marcos de seguridad nacional e internacional, y al demostrar el potencial de los agentes biológicos para ser utilizados como armas. Estos factores subrayan que el bioterrorismo presenta desafíos complejos que requieren estrategias robustas de salud pública y medidas antiterroristas.
El bioterrorismo se presenta como una amenaza silenciosa pero significativa para la seguridad nacional y la salud pública. El uso intencional de agentes biológicos para causar daño puede tener consecuencias devastadoras, no sólo en términos de salud individual, sino también a nivel social, económico y político. Para enfrentar estas amenazas, es fundamental implementar estrategias efectivas y mantener una respuesta rápida y coordinada. En el marco de la Agenda 2030, México debe fortalecer sus capacidades de respuesta y protección para garantizar un desarrollo sostenible y seguro.
El potencial uso de armas biológicas requiere la implementación de estrategias eficaces para asegurar la protección y una respuesta rápida ante esas amenazas. El uso intencional de organismos vivos, como bacterias, virus u hongos, con el propósito de causar enfermedades, muertes o daños ambientales se clasifica como guerra biológica.
Clasificación de patógenos y toxinas
Los patógenos son clasificadas en categorías A, B y C por los centros para el control y la prevención de enfermedades (CDC), según el modo de transmisión, la severidad de la morbilidad y la mortalidad, y la probabilidad de uso.
Los agentes de categoría A (agentes de alta prioridad) son aquellos que pueden ser fácilmente diseminados o transmitidos de persona a persona, presentan altas tasas de mortalidad y tienen un alto potencial para afectar la salud pública. Estos agentes podrían causar pánico público e interrupciones sociales significativas, además de requerir una preparación especial en salud pública. La mayoría de los agentes de categoría A son peligrosos debido a su capacidad para ser transmitidos a través del aire.
Los agentes de categoría B (agentes moderadamente peligrosos) son moderadamente fáciles de diseminar y pueden provocar una morbilidad moderada y una baja mortalidad. Además, se requiere personal capacitado para el diagnóstico y una vigilancia mejorada de la enfermedad.
Los agentes de categoría C (agentes emergentes) incluyen patógenos emergentes que podrían ser diseñados para su diseminación masiva debido a su disponibilidad, facilidad de producción y alta morbilidad y mortalidad.
Toxinas como agentes de bioterrorismo
Las toxinas son proteínas perjudiciales producidas por organismos vivos, principalmente plantas, bacterias y hongos. Debido a su alta toxicidad y a la facilidad para su producción y diseminación, varias toxinas han sido consideradas como posibles agentes de bioterrorismo.
En el presente texto se analizará principalmente la neurotoxina botulínica, la cual es la toxina más potente en la naturaleza y la única incluida por los CDC en la categoría A. La enterotoxina B de Staphylococcus, la toxina épsilon de Clostridium perfringens están incluidas por los CDC en la categoría B.
Desafíos en la detención y tratamientos de toxinas
El CDC clasifica a las toxinas naturales como más tóxicas en comparación con los agentes químicos debido a su mayor periodo de latencia y a su menor riesgo de contaminación ambiental.
Las principales diferencias entre las toxinas y los patógenos empleados en bioterrorismo radican en que los valores de morbilidad y mortalidad asociados a las toxinas son generalmente más bajos, ya que éstas no se transmiten de persona a persona y afectan directamente sólo a aquellos expuestos después de la dispersión. Además, el corto periodo de latencia de las toxinas, en comparación con el de los patógenos vivos, provoca periodos de infección más breves. La naturaleza no contagiosa de las toxinas también reduce la necesidad de vigilancia epidemiológica intensiva y el uso de equipo de protección especial por parte del personal de salud, civiles o militares.
Sin embargo, las toxinas presentan desafíos significativos para su detección y tratamiento. No pueden desarrollarse en cultivos ni ser identificadas mediante secuenciación de aminoácidos, lo que complica su detección. Además, el envenenamiento por toxinas a menudo se manifiesta con síntomas clínicos inespecíficos, lo que dificulta el diagnóstico primario y requiere un diagnóstico diferencial exhaustivo.
Ejemplos de toxinas con potencial uso en bioterrorismo
Enterotoxina B de Staphylococcus
La enterotoxina B de Staphylococcus (SEB) es producida por la bacteria Staphylococcus aureus y es la única toxina de este microorganismo que se clasifica como agente de bioterrorismo.
El envenenamiento por SEB se debe principalmente al consumo de agua o alimentos contaminados y se considera como un agente usado para el bioterrorismo debido a su empleo intencional en la contaminación de alimentos. Otras vías de entrada son el tracto respiratorio, el tracto vaginal (síndrome de choque tóxico) y los ojos (conjuntivitis). La SEB es tóxica en dosis pequeñas. No es transmitida de persona a persona por contacto o a través del aire.
Las manifestaciones clínicas de envenenamiento por SEB dependen de la vía de exposición. La toxina es más peligrosa cuando se inhala, pues causa hiperpirexia dentro de las tres a 12 horas de exposición, así como tos, rigor, dolor de cabeza y mialgia. La fiebre puede durar al menos dos a cinco días y la tos hasta cuatro semanas. La ingestión de SEB provoca náusea, vómito, diarrea y calambres abdominales, los cuales aparecen después de una a ocho horas posteriores a la exposición, sin fiebre ni síntomas respiratorios. La SEB puede detectarse a través de ensayos inmunológicos en sangre, orina o esputo hasta 24 horas después de la exposición; después de ese tiempo, es indetectable en los fluidos corporales. En alimentos líquidos y sólidos la SEB se puede detectar en pocos minutos. También se pueden emplear pcr para detectar adn bacteriano residual en comida, agua o muestras clínicas.
Toxina colérica
La toxina colérica (CT) es producida por Vibrio cholerae. Los serogrupos O1 y O139 causan síntomas en el ser y producen dicha toxina, la cual se ha asociado con varias pandemias.
La ingestión de agua o comida contaminada con la toxina o el microorganismo es la vía de transmisión. La aparición de vómito, distensión abdominal, dolor de cabeza y dolor con poca o nada de fiebre son los síntomas de la infección, que se acompañan de diarrea acuosa profunda con características de “agua de arroz”. La pérdida de líquidos puede ser de cinco a 10 litros por día. El cólera no se transmite fácilmente de persona a persona; sin embargo, la comida y el agua pueden contaminarse fácilmente.
La diarrea puede provocar una deshidratación severa con pérdida masiva de líquidos (electrolitos y agua) en horas, lo que se evidencia en ojos hundidos, pérdida de elasticidad de la piel y presión arterial apenas detectable. Sin tratamiento, los pacientes pueden perder hasta 10 por ciento de su peso corporal en 24 horas.
Toxina botulínica
La neurotoxina botulínica (BoNT) producida por Clostridium botulinum es la sustancia más tóxica para los seres humanos conocida; causa el botulismo, cuya manifestación clásica involucra parálisis del músculo esquelético por el bloqueo de la liberación de acetilcolina. Las formas del botulismo incluyen: alimentario, de heridas, infantil e inadvertido.
Hay siete tipos de neurotoxinas botulínicas, las cuales son inmunológicamente diferentes y se denotan con las letras A a G. Los más comunes asociados con infecciones en seres humanos son el serotipo que produce la toxina tipo A, B, E y F.
Además de ser un peligroso agente de bioterrorismo, la BoNT también tiene valor terapéutico y se ha descubierto que tiene una gran efectividad en el tratamiento de diversas afectaciones crónicas. Por ejemplo, en Estados Unidos la onabotulinotoxina A ha sido aprobada para el tratamiento de distonía cervical, espasticidad postaccidente cerebrovascular de la extremidad superior, blefaroespasmo, estrabismo, hiperhidrosis o migraña crónica, entre otros.
Las formas naturales de botulismo humano incluyen: infección de heridas y botulismo por alimentos. El botulismo por la ingesta de comida contaminada resulta con tan sólo 30 ng de la toxina, suficiente para causar enfermedad e, incluso, la muerte. La mayoría de las intoxicaciones por consumo de alimentos contaminados se asocia con BoNT tipo A, seguido de los tipos B y E.
Prospectiva en el marco de la Agenda 2030
En referencia a la siguiente tabla, la Matriz Pestel destaca los factores clave que México debe abordar hacia 2030 en el contexto del bioterrorismo. En el ámbito político, es fundamental desarrollar políticas de seguridad y salud pública alineadas con la Agenda 2030. Desde el punto de vista económico, la preparación ante el bioterrorismo debe ser integrada en el presupuesto nacional. En lo social, la educación pública es imprescindible para reducir el pánico y garantizar una respuesta equitativa. En el ámbito tecnológico, la inversión en biotecnología y vigilancia es esencial. En el aspecto ecológico, proteger el medio ambiente es clave. Finalmente, el marco legal debe fortalecerse para cumplir con las normativas internacionales.
Matriz Pestel
Factor | Descripción | Impacto en la seguridad nacional y en la salud pública en México hacia 2030 |
Política (P) | Políticas de seguridad nacional y salud pública, colaboración internacional y cumplimiento de la Agenda 2030. | Es esencial que México desarrolle políticas de salud y seguridad que aborden el bioterrorismo, alineadas con los objetivos de desarrollo sostenible (ODS). |
Económica (E) | Impacto económico de posibles ataques bioterroristas y costos asociados con la prevención, la preparación y la respuesta. | El costo de la preparación y la respuesta ante bioterrorismo debe ser considerado en el presupuesto nacional, integrando medidas de sostenibilidad económica. |
Social (S) | Nivel de preparación del público, desigualdad en el acceso a recursos médicos y riesgo de pánico social. | La educación y la concienciación del público son claves para minimizar el pánico y asegurar una respuesta equitativa en toda la población, alineada con los ODS. |
Tecnológica (T) | Desarrollo de tecnologías para la detección temprana y respuesta rápida ante amenazas bioterroristas. | Inversiones en biotecnología y vigilancia epidemiológica serán fundamentales para mejorar la capacidad de respuesta de México y cumplir con la Agenda 2030. |
Ecológica (E) | Impacto ambiental de posibles ataques bioterroristas y necesidad de proteger los recursos naturales. | La protección del medio ambiente es clave para mitigar el impacto ecológico de ataques bioterroristas, en línea con los objetivos ecológicos de la Agenda 2030. |
Legal (L) | Legislación en materia de bioterrorismo, regulaciones de salud pública y cumplimiento de los acuerdos internacionales. | México debe fortalecer su marco legal para hacer frente al bioterrorismo, asegurando que las leyes estén alineadas con los principios de la Agenda 2030. |
Política (P) | Políticas de seguridad nacional y salud pública, colaboración internacional y cumplimiento de la Agenda 2030. | Es esencial que México desarrolle políticas de salud y seguridad que aborden el bioterrorismo, alineadas con los ODS. |
El bioterrorismo es una amenaza que México no puede pasar por alto mientras avanza hacia los objetivos de la Agenda 2030. Es esencial que el país refuerce su infraestructura de salud pública y desarrolle políticas de seguridad nacional integrales para abordar los riesgos de los agentes biológicos.
Para enfrentar estos desafíos, nuestro país debe fortalecer sus sistemas de vigilancia, invertir en tecnologías avanzadas y fomentar la colaboración internacional. La preparación y la respuesta eficaz también dependen de una educación pública sólida, que reduzca el pánico y asegure una actuación coordinada en crisis.
A partir de esta revisión, es posible afirmar que México debe adoptar un enfoque integral que combine recursos tecnológicos, cooperación global y educación para proteger su seguridad nacional y garantizar un desarrollo sostenible y seguro en el futuro. Sólo a través de un esfuerzo conjunto en estos ámbitos podrá el país enfrentar con éxito las amenazas biológicas y asegurar un entorno saludable para las próximas generaciones.
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