La invasión rusa a Ucrania ha provocado fuertes aumentos en los precios de la energía en todo el mundo, lo que acrecienta el riesgo de una mayor inflación y un crecimiento reducido. Pero incluso antes de que los tanques rusos entraran en Ucrania, los gobiernos occidentales ya luchaban contra el aumento de los precios de la energía. ¿Qué escenario tenemos por delante? El autor los explica.
Desde el petróleo crudo hasta el diésel y el gas natural, los combustibles fósiles que impulsan la economía mundial se cotizan a niveles récord, lo que amenaza con rediseñar las relaciones geopolíticas entre productores y consumidores, aumentar la inflación e incluso interrumpir la lucha contra el cambio climático.
Durante los primeros días de abril, el crudo Brent —la referencia internacional— casi alcanzó los 107 dólares el barril, su precio más alto desde 2014, mientras el segundo mayor exportador de petróleo del mundo está en guerra con un país en el centro de una red geográfica de exportación de infraestructura energética.
Los precios del gas natural en Europa también se dispararon en la primera semana de abril, lo que refleja los temores de que, en algún momento, Rusia, el líder global de exportadores de gas natural a Europa (véase la gráfica), pueda tomar represalias reteniendo las exportaciones que representan alrededor de un tercio de las necesidades de gas del continente, en represalia por las crecientes sanciones y la decisión de Alemania de suspender indefinidamente la certificación del gasoducto Nord Stream.
Vladimir Putin, el presidente de Rusia, no sólo ha llevado a Europa a uno de sus peores conflictos desde la Segunda Guerra Mundial, sino que también ha empeorado una crisis energética en desarrollo. Muchos analistas ya consideran que la etapa siguiente de la guerra será económica.
Es probable que las autocracias exportadoras de petróleo y gas en el Medio Oriente ganen, como lo hicieron en la gran carrera alcista del mercado petrolero de 2005-2008, que sustentó el auge económico y de la construcción inmobiliaria del Golfo Pérsico y afianzó las autocracias de la región. Rusia también se beneficiará, ya que los crecientes ingresos del petróleo llenan las arcas del Kremlin y enriquecen nuevamente a muchos de los mismos oligarcas que ahora están bajo sanciones occidentales. El fondo nacional de riqueza de Rusia, con un valor de 32,000 millones de dólares en 2008, ascendía ya a 175,000 millones de dólares a principios de febrero de este año, o alrededor del 10 por ciento del producto interno bruto de Rusia, un amortiguador útil a medida que se endurecen las sanciones económicas.
En las capitales occidentales, la crisis de los mercados de combustibles fósiles podría haber sido una oportunidad para que los políticos aceleraran sus planes de energía verde —una agenda que, por lo demás, va en detrimento en México—. Pero los temores a la inflación y las ansiedades por la seguridad energética parecen destinados a triunfar sobre las políticas climáticas, incluida la revolución de energía limpia. Estados Unidos y Biden, que podrían ser un referente a nivel global, tienen una agenda distinta, pues con las elecciones intermedias a la vuelta de la esquina y sus índices de aprobación en descenso, los precios de la gasolina son la prioridad del presidente.
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Un “mercado propenso a la crisis energética”
La ofensiva rusa puede haber sido el detonante del salto del crudo Brent por encima de los 107 dólares el barril, pero los fundamentos más profundos de la oferta y la demanda están en los últimos 20 meses. Hace poco menos de dos años, cuando los bloqueos inducidos por el coronavirus destrozaron la demanda mundial de crudo, incluso los ejecutivos petroleros se preguntaron si el consumo mundial había alcanzado su punto máximo frente a una transición energética acelerada hacia combustibles con menos carbono.
Fue un grave error de lectura. El colosal estímulo pandémico emprendido por los gobiernos en los países desarrollados ha puesto un gran viento de cola detrás de la recuperación de la demanda de petróleo y gas. El consumo en Estados Unidos está alcanzando máximos históricos de cerca de 23 millones de barriles por día, casi una cuarta parte del total mundial. La Agencia Internacional de Energía (AIE) prevé que el mundo quemará 100.6 millones de barriles por día este año, un nuevo máximo.
La demanda energética nunca se ha ajustado a un mundo bajo en carbono. La pandemia no redujo la demanda, sólo la suprimió, dejando una explosión por venir a medida que se reabrieran las economías, pues no cabe duda de que los consumidores quieren salir y viajar.
Los suministros de petróleo y gas no se mantienen. Entre 2016 y 2019 el espectacular crecimiento de la producción de petróleo de Estados Unidos satisfizo con creces la demanda anual adicional del mundo. Ése ya no es el caso. El colapso del petróleo de 2020 se estrelló contra un parche de esquisto estadounidense del que los inversores ya estaban huyendo. Para recuperarlos, las empresas prometieron priorizar las ganancias sobre las nuevas perforaciones, un mantra de disciplina de capital que está reparando los balances de las empresas, pero ralentizando el crecimiento de la producción.
La producción de Estados Unidos —el mayor productor mundial— está aumentando, pero sigue estando 11 por ciento por debajo de su máximo anterior a la pandemia y está lejos de satisfacer las necesidades mundiales. ExxonMobil, BP, Shell y otros grupos petroleros también han frenado el gasto de capital, una reacción a la presión de los accionistas, en algunos casos, pero también a los modelos, como la hoja de ruta 2050 net zero del año pasado de la AIE, que sostuvo que los grandes nuevos proyectos petroleros no serán necesarios (ni sustentables financiera y ambientalmente) en un mundo que se descarboniza.
La Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), el grupo productor de petróleo liderado por Arabia Saudita, podría intervenir en la creciente brecha de suministro de crudo. Pero a pesar de la gran presión política de Washington, Riyadh se ha negado a acelerar el ritmo de las adiciones de suministro.
Algunos analistas se preguntan si la OPEP puede restaurar todo el suministro de petróleo que se cortó en los últimos 18 meses en un intento por apuntalar los precios. En años anteriores, el problema del cártel de la OPEP era que los productores sobrepasaban sus cuotas. Ahora, algunos países de África occidental, e incluso Rusia e Iraq, están luchando para bombear lo suficiente.
Esto es preocupante para un mercado petrolero que siempre apostó porque la OPEP mantuviera un amplio margen de capacidad disponible en caso de emergencia. La reserva de la OPEP podría reducirse a alrededor de 4 por ciento de la capacidad global total, muy por debajo del nivel de comodidad del 10 por ciento que se busca.
La falta de capacidad de producción sobrante ha dejado al mercado petrolero excepcionalmente ajustado, lo que se refleja en la pronunciada estructura retrospectiva de su curva de futuros, con contratos de petróleo para entrega inmediata que se negocian con una fuerte prima de riesgo en comparación con los de entrega en los próximos meses.
Así, el mercado está pagando una fuerte prima por tener petróleo rápido. Esto es preocupante, pues nos damos cuenta de que será casi imposible para la industria petrolera global suministrar suficiente petróleo a tiempo para detener una mayor inflación. Hay muchos escenarios en los que el petróleo, llegado el verano, estará a 150 dólares por barril.
Algunos analistas argumentan que un acuerdo nuclear con Irán —que actualmente está vetado por Estados Unidos y por otros países occidentales— permitiría el regreso de su petróleo al mercado. También predicen que los altos precios del crudo inducirán a los productores de esquisto a bombear más rápido de lo planeado.
Hasta ahora, los gobiernos mundiales han tratado de minimizar las amenazas físicas a la infraestructura energética en Ucrania, pero es importante destacar que Biden excluyó explícitamente el comercio de energía de Rusia de la última serie de sanciones “severas” anunciadas. Así, todo parece indicar que hay un incómodo, pero necesario, pacto de no agresión contra una industria que financia al Kremlin. Las modestas importaciones estadounidenses de petróleo ruso han aumentado en los últimos dos años, pero la principal preocupación de la Casa Blanca es el mercado global.
A los mercados les sigue preocupando que el ataque a los bancos rusos involucrados en el comercio de petróleo cree un riesgo de contraparte. El comercio con la mezcla de los Urales, el principal crudo exportado por Rusia, es un completo caos para el Kremlin, lo que ha obligado a los barriles a negociarse con un fuerte descuento récord, hasta de 25 por ciento, frente al crudo Brent.
Lo mismo puede ser cierto en el caso del gas natural. Tal es la dependencia de Europa de las importaciones rusas, que representan alrededor de un tercio de las necesidades de gas del continente, que los futuros de gas europeos subieron casi 70 por ciento, a 142 euros por megavatio hora, después de que comenzó la invasión. Hace un año eran 16 euros.
Presión inflacionaria
El aumento de los precios del petróleo y el gas llega en un momento difícil para la economía mundial. Las economías avanzadas de Europa, América del Norte y Asia han crecido mucho más rápido de lo esperado desde los peores momentos de la pandemia, ayudadas por un apoyo gubernamental y por lanzamientos de vacunas sin precedentes.
El rápido crecimiento, una reconfiguración del gasto hacia bienes y los esfuerzos para limitar la quema de carbón ya habían aumentado la demanda de gas y petróleo en 2021, elevando la inflación en la mayoría de las economías avanzadas (y en algunas emergentes, como México) a niveles no vistos en más de 30 años y creando la necesidad de desacelerar el crecimiento, subiendo agresivamente la tasa de interés de referencia para controlar las subidas de precios.
En Estados Unidos y el Reino Unido, donde los precios de la gasolina han alcanzado nuevos máximos y los hogares enfrentan facturas de calefacción y electricidad vertiginosas, los gobiernos que se comprometieron a una “agenda verde” ahora piden más perforaciones de petróleo y gas. Francia, España y México, entre otros, han reintroducido los subsidios a los combustibles fósiles al 100 por ciento, sólo cinco meses después de comprometerse en la cumbre climática COP26 a erradicarlos.
Lo anterior simplemente refleja dos realidades: una política y la otra económica. La primera evidencia la dificultad de una transición que se aleja de los combustibles fósiles, en un mundo donde la geopolítica aún puede generar impactos en los precios de la energía. La segunda realidad, la económica, es que la crisis energética ya comenzó.