Diego Ramírez Ramírez hace una crítica a la forma en la que el derecho humano a la libertad de expresión históricamente se ha ejercido. Con una pluma crítica, invita a la reflexión en torno a este derecho.
Para que la libertad de expresión llegara a ser considerada un derecho positivo, en la Ilustración hubo un auge de la libre comunicación de opiniones e ideas. Pensadores como Montesquieu, Voltaire y Rousseau defendieron la importancia del pensamiento crítico y la reflexión para no repetir los tiempos de Inquisición y de censura. En ese contexto se originó el concepto que, con el paso del tiempo, fue evolucionando y desarrollándose hasta llegar a su materialización y su positivización en los ordenamientos jurídicos.
Los derechos humanos se rigen por cuatro principios: universalidad, interdependencia, indivisibilidad y progresividad. Con base en éstos, los derechos humanos no se jerarquizan entre sí.
El objetivo de este texto es problematizar el origen de estos principios y de estos derechos, particularmente el de la libertad de expresión, debido a que han sido propuestos y esquematizados por élites eurocentristas que continuamente invisibilizan a sociedades que tienen cosmovisiones distintas a las suyas. Por eso mismo, cuando alguna de estas sociedades critica las visiones o los principios establecidos, los poderes fácticos se alinean en busca de esas visiones y, en muchas ocasiones, esto lo hacen a través de medios de comunicación que pertenecen a esos grupos opresores y que constituyen verdaderos riesgos para el statu quo impuesto por ellos mismos.
Desde la perspectiva de estos autores liberales, quienes partían de la premisa de que nada puede ser ni absolutamente falso ni absolutamente cierto, no se debe promover ni accionar mecanismos que incentiven la censura porque todo tiene posibilidad de ser. Entonces comprendemos que piensan que, mientras exista un régimen que censura y no existan todas las condiciones que incentiven un ambiente propicio para el intercambio de opiniones e ideas, las personas no podrán aspirar a conocer la verdad, si es que es posible llegar a hacerlo.
Sin embargo, caben matices en los argumentos de estos pensadores liberales. Destaca el cuestionamiento central del presente artículo, que radica en saber de dónde proviene la información a la que está y ha esto expuesta la sociedad a lo largo de toda la historia. Lo anterior, en virtud de que, aunque exista una plena libertad de expresión, la realidad es que los grupos de la sociedad que tienen los recursos para difundir información de manera masiva son muy reducidos y privilegiados económicamente. En ese sentido, aunque en teoría la libertad de expresión pueda garantizarse por medios como el jurídico, la realidad es que el sistema hegemónico predominante ha tenido y ha construido los medios de comunicación que más benefician a sus intereses, mismos que los grupos más extensos de las sociedades, que en la mayor parte de las ocasiones son los más pobres y con menos acceso a la información, tienen, como fue en principio la imprenta y, posteriormente, los medios de comunicación masiva como la radio y la televisión.
En ese sentido, habiendo explorado y profundizado el pensamiento de los autores: Milton, Mill y Locke, podemos discernir que la censura es un claro obstáculo en la búsqueda colectiva de la verdad. Esto, sin embargo, no implica que el ejercicio de la libertad de expresión implique una búsqueda plena de la verdad, aunque proponga una manera más acertada de hacerlo. Lo anterior, porque esta libertad sólo compondría uno de los ejes necesarios y esenciales para poder contar con una información menos sesgada. Por otra parte, uno de los objetivos del presente ensayo es subrayar que debería existir una revisión colectiva más exhaustiva de quiénes son los grupos que han estado detrás de los medios que transmiten y comunican esta información de manera masiva, para así poder develar qué intereses detentan y cuáles son los mensajes que en realidad pretenden transmitir a efecto de que permeen en la sociedad.
Por lo anterior, resulta pertinente la pregunta que se plantea Marcuse: “¿La amenaza de una catástrofe atómica que puede borrar a la raza humana no sirve también para proteger a las mismas fuerzas que perpetúan este peligro?” (Marcuse, 1954), la cual ejemplifica el cuestionamiento central de este ensayo en relación con si las causas de los conflictos que aquejan con mayores consecuencias perjudiciales a la sociedad realmente no están protegidas o encubiertas por los medios de comunicación masiva que se protegen en el discurso sobre la libertad de expresión.
Aquí es donde se entrelazan los conceptos de libertad y productividad, ya que es clara la forma en que los medios de comunicación masiva han impregnado la idea falsa de la necesidad de consumismo a efecto de que exista mayor producción todo el tiempo y, en ese sentido, la forma de liberación de la sociedad, como sostiene el autor, se basa en la generación de una conciencia que resulte en cuestionamientos generalizados que deriven en la creación de nuevas estructuras y que eviten el vicio de los controles que sólo perjudican a la sociedad.
De igual forma, es importante continuar con la reflexión del autor respecto de la falsa noción que existe sobre la libertad, pues actualmente se encuentra vigente la trampa de que existen diversas opciones y medios de comunicación masiva mediante los cuales se transmite la información, pues la realidad es que todos esos medios viven viciados y atravesados por los mismos sesgos. Es decir, sirven a los mismos intereses y buscan gestionar y construir, mediante lo que transmiten, “controles sociales sobre una vida de esfuerzo y de temor. Y la reproducción espontánea, por los individuos, de necesidades súperimpuestas no establece la autonomía; sólo prueba la eficacia de los controles” (Marcuse, 1954, p. 38). Por eso, la sensación de libertad de elección que se puede llegar a tener, implica algo impuesto, ya que las opciones con las que contamos están sutilmente establecidas por medio de violencias indoloras que se expresan por la fatiga y el exceso de la propia sociedad.
Por lo anterior, cabe resaltar que estos medios han instrumentado un sistema en el que las necesidades individuales se han superpuesto a las necesidades colectivas, lo que indudablemente está destinado a infligir un perjuicio a la sociedad contemporánea. Por esto existe algo tan complejo como la racionalidad de la irracionalidad que, aunque puede parecer contradictoria, visibiliza la manera en que se han construido ciertas ideas en el seno de la colectividad que son claramente contrarias al beneficio común, como el consumismo excesivo; sin embargo, se han generalizado de tal forma que para gran parte de la sociedad ya son incuestionables e incontrovertibles.
Asimismo, se introduce un concepto fundamental en los tiempos modernos: la autocensura. En la actualidad, existen algunos medios de comunicación independientes y sobre todo locales que nacen con la intención de ser críticos para reflexionar acerca de los temas que realmente aquejan a la sociedad, como el consumismo. Aquí sólo nos queda visibilizar cómo, la mayoría de las veces, deben autocensurarse debido a la escasa resonancia que encuentran en la audiencia a la que intentan dirigirse y finalmente terminan respondiendo a fines económicos y productivos, situación en que la información se convierte en un objeto que sirve y funciona al capital.
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