Tras el lanzamiento de la película Pedro Páramo (dir. Rodrigo Prieto), Manuel de J. Jiménez reflexiona sobre la adaptación cinematográfica de la novela de Juan Rulfo y fragmentos que detonan la reflexión sobre el derecho y el poder en la ficción.
En la pasada entrevista que me hizo Mateo Mansilla-Moya, traje a colación Pedro Páramo (1955) sin saber que estaría en boca de todos por la película homónima lanzada en la plataforma Netflix el pasado miércoles y dirigida por Rodrigo Prieto. Dije: “la literatura mexicana está muy vinculada con la idea de la muerte y con la idea de un culto; con la fascinación por lo fantasmagórico y lo espectral. En ese sentido, viene a mi mente Pedro Páramo, novela que podría leerse en clave de derecho y literatura justamente dada la relación de esa obra con el Estado revolucionario y con el poder del cacique que pervive. También es posible ver cómo la Revolución y sus ideales, que obviamente son políticos, pero también jurídicos, fracasan. Entonces, Pedro Páramo representa en cierto sentido el pueblo fantasmagórico que sucumbe ante el autoritarismo”.
Seguramente en aquel momento tenía como trasfondo las palabras del cacique, quien ante las fiestas que se celebraban en Comala erróneamente por el repique de campanas tras la muerte de Susana San Juan, sentenció: “Me cruzaré de brazos y Comala morirá de hambre”. Junto al íncipit, es una de las frases más memorables de la novela. La actuación de Manuel García-Rulfo hace que palpemos ese “vivo rencor” con la mirada en más de una ocasión. Se reconoce también una genealogía de “Rulfos”, pues como explicó el escritor de Apulco en el programa de entrevistas A fondo, existió un capitán Juan del Rulfo que combatió con las fuerzas realistas de Callejas. Parece que, al tornar al bando insurgente, tomó el Pérez-Rulfo. Después mencionó algo sobre sus orígenes que puede ser de nuestro interés: su abuelo paterno era abogado. La construcción de esta ascendencia puede ser un tanto fantasiosa, cuestión lúdica que practicaba Rulfo en vida. Ya Alberto Vital investigó que el abuelo, radicado en Sayula, se llamó Severino Pérez Jiménez y desempeñaba cargos judiciales, quien casó en 1883 con María Rulfo Navarro. El Pérez-Rulfo en realidad viene de la unión de esos apellidos y no de ancestros independentistas.
Vuelvo a la película. En ella se desarrolla la historia que se lee en el libro, claro, con algunas licencias y cambios sutiles de Mateo Gil, pero siguiendo el sentido integral de la obra rulfiana. Sin considerar los recortes necesarios que requiere el lenguaje cinematográfico (que pueden ser debatibles sobre la selección de fragmentos-escenas), por ejemplo, se puede ver un cambio cuando Pedro Páramo se arrodilla junto al padre Rentería y coloca sobre el relicario un puño de monedas de oro. En la película, don Pedro habla con el cura de pie y le entrega en las manos las monedas. ¿A caso era demasiado ver a este personaje postrarse en la pantalla grande? Hay otras minucias que, sin duda, no alteran sustancialmente el ethos de la escritura. En la película se habla poco de la Revolución, pues únicamente se muestra la escena de los revolucionarios en la mesa principal (en la novela es cena, en la película parece comida) cuando se les prometen trescientos hombres y cien mil pesos. A la sombra estará atento El Tilcuate, quien será el instrumento de vigilancia del cacique. Hay un “fragmento” (como denomina Vital a la partición de la novela) que es muy difícil de pasar al cine, pero ilustra apresuradamente la alternancia revolucionaria y el oportunismo soldadesco:
Este diálogo sintetiza el vaivén o el destronamiento que va de los tiempos revolucionarios del ejército constitucionalista hasta la guerra cristera. Asimismo, se reconoce que cualquier motivo es bueno para luchar, con tal de escaparse de la vida miserable. Los primeros hombres que llegan a solicitar el apoyo de don Pedro, se levantan en armas porque otros también lo han hecho, miméticamente, sin saber la causa cierta. No obstante, al indagar sobre las motivaciones, Perseverancio afirma que se han rebelado contra el gobierno “por rastrero y a ustedes porque no son más que unos móndrigos bandidos y mantecosos ladrones”. En efecto, se le suelta la lengua, pero sus palabras tienen poder porque participan de una política de la verdad o veridicción, que desenmascara la lógica liberal-burguesa de un sistema perpetuado durante el porfiriato.
Otro fragmento sobre este asunto se da cuando el monopolio capitalista que representa la economía agenciada por Pedro Páramo hace regresar al licenciado Gerardo Trujillo media hora después de despedirse. En ese momento, cuando el abogado trata de liberarse de su cliente-amo, se lanza otra política de la verdad, que la película lastimosamente no contempla: “Ustedes los abogados tienen esa ventaja; pueden llevarse su patrimonio a todas partes, mientras no les rompan el hocico”. El letrado había servido a las tres generaciones: Lucas, Pedro y Miguel. Busca una mejor vida en Sayula soñando una “recompensa” que nunca llegó. Pues además de tratar los asuntos administrativos y civiles, solucionó los problemas de Miguelito: más de quince reclusiones, el asesinato del hermano del padre Rentería y las violaciones a muchas mujeres que tendrían por lo menos un “un hijo güerito”. Entonces, pese a todo aquello, Trujillo regresa viejo y mal pagado al despacho a volver a ordenar los papeles que, ante su falta, iban a ser quemados por don Pedro. Los papeles, la cultura letrada, no tiene ningún valor en la Media Luna y Comala. La palabra es la que vale en el universo rulfiano y, en ese sentido, nadie le discutirá las propiedades a Pedro Páramo.