Platicamos con Diego Guerrero sobre el derecho a la cultura y sus dimensiones en una sociedad democrática. ¿Nuestro derecho está a la altura de las necesidades de la diversidad cultural que habitan el territorio nacional? Acá algunas reflexiones.
¿Qué es el derecho cultural? ¿Cuáles son los derechos culturales?
Diego Guerrero – Para hablar sobre los derechos culturales, primero tendríamos que dividir los dos elementos que contiene: la cultura y el derecho. Sobre la cultura hay una infinidad de conceptos, desde antropológicos y sociológicos hasta jurídicos. En estos últimos —me atrevo a decir— es donde más confusión y debate ha habido. Cuando se creó la Ley General de Cultura y Derechos Culturales de México, muchos decían que la forma más fácil de entender la cultura era definiéndola. Eso nos ha llevado a que teníamos que entenderla en el sentido más amplio, que es el más sencillo, que la describe como toda aquella manifestación tangible o intangible, espiritual o material, en la cual los seres humanos convivimos y que es un conjunto de herramientas que utilizamos cotidianamente; es decir, la cultura es todo aquello creado por el hombre y la forma como lo utiliza.
Ahora, si entramos a la parte del derecho —en sus múltiples relaciones: derechos culturales, derecho a la cultura y cultura y derecho—, encontramos que éste nos permite fijarle límites, regularlo, protegerlo y garantizarlo. Fue la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en su artículo 27, donde se estableció el concepto de derechos culturales. En México es muy reciente —incluso después de la Constitución de 1917 y de los cambios que han ocurrido en el mundo en esa época— el reconocimiento del acceso a la cultura como derecho: el 30 de abril de 2009. Esto implicó un importante cambio, porque se establecieron los mecanismos para garantizar el acceso a la cultura. El artículo 4 de la Constitución, en ese entonces párrafos 9 y 12, lo definió como tal, y el artículo 73 determinó qué le corresponde a quién legislar al respecto; esto es, a la Federación. También hay otro elemento, el patrimonio, pues tenemos el patrimonio cultural material, pero también el patrimonio cultural inmaterial, el cual le corresponde atender a las legislaciones de los estados, protegerlo en coadyuvancia con los municipios y con la propia Federación. Entonces, la cultura es todo lo que nos rodea ahora.
A veces parece un lujo la cultura o que no es un tema importante, pero debemos considerar la cultura —o el derecho a la cultura— como una herramienta de transformación social y como uno de los principales derechos que nos va a permitir garantizar otros derechos.
Ahora que mencionas el tema de las garantías, de los mecanismos para el ejercicio de estos derechos culturales materiales e inmateriales, ¿cuáles serían algunos ejemplos?
Diego Guerrero – En el tema de la regulación, el patrimonio cultural histórico, artístico y arqueológico es como una caja que establecemos desde la Constitución, donde el Instituto Nacional de Antropología e Historia y el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura juegan un papel muy importante. Tenemos una Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicas, Artísticos e Históricos, de la década de 1970. A quienes nos interesa el tema del Poder Judicial, la primera controversia constitucional que existe tiene que ver con el patrimonio cultural: en 1932 Oaxaca creó una ley para proteger su patrimonio cultural, pero la Federación aseguró que eso le correspondía a ella; hubo una controversia constitucional y al final se determina que es la Federación la que tiene que regular dicho patrimonio.
Tenemos, pues, esta lógica de proteger lo arqueológico, lo artístico y lo histórico. Esta ley es muy innovadora, derivó de debates entre especialistas en la materia —arqueólogos, antropólogos, sociólogos y legisladores que tuvieron capacidad de escucha— y resultó acorde a las necesidades que existían en su momento. En términos jurídicos, sin embargo, tuvo una serie de lagunas que era importante atender, pues no se regulaban adecuadamente algunos elementos, como las sanciones previstas (sanciones de miles de pesos que, con la devaluación del peso, se redujeron a decenas de pesos). Uno pensaría que la preocupación era tan grande que en automático se produciría la reforma, pero fue sino hasta 2014 que se empezaron a establecer sanciones en términos de salarios mínimos para estar siempre acordes con los cambios en la economía.
En los últimos años tendríamos que empezar a transitar y darle prioridad —en políticas públicas y en temas legislativos— a todos los actores que estamos involucrados en el tema. Hay una ley muy reciente para la protección del patrimonio cultural de los pueblos y las comunidades indígenas y afrodescendientes que no ha sido aplicada ni ha cumplido con las necesidades que tiene el país. Ésta es la deuda histórica que tenemos que cumplir en relación con el reconocimiento de los derechos morales y patrimoniales; la cultura tiene que ser reconocida y protegerse para todos. Eso es hablar de la universalidad de la cultura. Si no lo logramos protegerla, entonces no estamos garantizando ese derecho. Pero para entender la situación en su justa medida, tendríamos que romper con varios esquemas sobre su comprensión, porque la cultura no es organizar espectáculos públicos. Hay muchos pendientes en términos legislativos que tendríamos que aterrizar y hacer prioritarios.
¿Crees que el desarrollo del derecho cultural en México está a la altura para satisfacer las necesidades de las distintas cosmovisiones que conforman el territorio nacional?
Diego Guerrero – La lógica es precisamente atender esas cosmovisiones. A diferencia de otros temas, en los que hay una política de Estado que viene desde arriba y se implementa hacia abajo; no obstante, la cultura no puede funcionar así. ¿Qué quiero decir con esto? Las instituciones no pueden decirnos qué se entiende por cultura, cómo se va a proteger y cómo se va a garantizar. Las instituciones tienen que saber escuchar a las diversas comunidades que existen y establecer los mecanismos para proteger sus derechos culturales.
No podemos hablar del derecho a la cultura si no está garantizado para todos los sectores, bajo la lógica de escuchar las necesidades que tiene cada uno y en la medida en que estemos legislando a partir de esa circunstancia.
En la cultura hay muchas manifestaciones donde convergen distintas visiones del mundo. ¿Por qué importa eso a las abogacías? ¿Cómo puede influir esa noción de diversidad cultural en la forma en que se ejerce la profesión?
Diego Guerrero – La diversidad hay que entenderla en todas sus magnitudes. La diversidad es la riqueza que tenemos y que podemos asumir en su sentido colectivo. Tenemos un país diverso, pluricultural; cada uno de los estados de nuestro país posee su propia identidad. Conocer nuestra identidad, saber de dónde provenimos, nos permite reconocernos en el presente y elucubrar hacia dónde vamos. En esta misma lógica de la pluralidad se encuentran las profesiones. Por ejemplo, los abogados tenemos que romper con los esquemas tradicionales de nuestra profesión. No podemos separarnos de nuestro compromiso social, de nuestro compromiso con los clientes, de nuestro compromiso con nosotros mismos; No obstante, tampoco podemos actuar conforme a lo que se nos pide si sabemos que es ilegal o vulnera derechos de otras personas, independientemente de quien nos lo pida. Tenemos que actuar con ética. En este sentido, tenemos que cambiar.
Somos plurales. Así como abordamos distintas materias, tendríamos que reconocernos diversos. Así podríamos llegar a todos los sectores de la población.
La importancia que tendríamos a título individual radicaría en comunicar lo que estamos haciendo. En el ámbito del Estado de derecho, somos los que regulamos, los que protegemos. En ese sentido, los abogado deberíamos evitar el camino pleitista y ser mediadores en una dinámica de ganar-ganar y aprender a comunicarnos mejor con nuestros clientes.
Muchas veces pongo el siguiente ejemplo de lo que propicia un mal mensaje emitido por los abogados, con su tendencia a usar un lenguaje embrollado: en un programa de televisión cuyo tema principal era el derecho y en el que se tocaba el tema del amparo, una mujer habló por teléfono y dijo: “Oigan, su programa es muy interesante, pero pasen el dato de la señora Amparo para que me ayude a solucionar mi problema; por lo que han expresado, creo que ella me podría conducir por el camino idóneo”. Entonces me di cuenta que el programa tenía un problema. Y es que nos comunicamos pensando que nos dirigidos exclusivamente a los abogados y olvidamos que nos escucha una comunidad que ignora nuestros tecnicismos y que tiene un conflicto. Y olvidamos también que nosotros estamos para asesorar a la gente y para que conozca sus derechos y sea partícipe de la cultura de la legalidad que debe permear a todos los actores de la sociedad.
¿De qué manera la comprensión del derecho a la cultura puede romper con las barreras para que la gente lo pueda comprender de una forma más amplia?
Diego Guerrero – Es un asunto de comunicación. La ventaja del derecho es que siempre tenemos que abordarlo en su relación con otras disciplinas, no de manera aislada. A través de estos diálogos interdisciplinarios que vamos construyendo, la siguiente partida sería cómo romper con las barreras entre las disciplinas para llegar a los demás círculos y lograr explicar el derecho de la mejor manera. Como diría un destacado abogado, ex presidente del Info de la Ciudad de México, Rodrigo Arístides, tenemos que garantizar el derecho a conocer el derecho.
En este ejercicio de comunicación, hay que explicar este derecho de forma más sencilla, sin palabras rebuscadas. Yo creo que tendríamos que hacer el ejercicio de que, lo que hagamos, si un niño lo entiende, entonces podremos estar seguros de que lo estamos comunicando bien. La comunicación del derecho importa porque todos estamos involucrados en un Estado democrático de derechos humanos.
¿Qué le dirías tú a las viejas generaciones de abogados en relación con la apertura a la diversidad de áreas del conocimiento para el ejercicio profesional jurídico?
Diego Guerrero – El abogado ha evolucionado. Primero se vinculaba con quienes postulaban asuntos de diversas materias; posteriormente, tras el desarrollo de las especializaciones, con quienes se especializaban en tal o cual materia. Actualmente, no basta la especialidad, pues se tiene que recurrir a otras áreas del conocimiento —como en el derecho ambiental, donde tenemos que acercarnos a los científicos para que nos expliquen cómo funcionan ciertas cosas—. Esto es como salir de nuestra caverna de Platón y empezar a establecer diálogos, no con comunidades acotadas, sino con nuestras comunidades cercanas, del entorno con el que trabajamos. Por ejemplo, si vamos a abordar un tema inmobiliario, tenemos que recurrir a un arquitecto o a un ingeniero para dialogar y trabajar sobre ese tema. Y así con cada una de las materias. Tenemos que romper con los esquemas individualistas para construir prácticas colectivas de comunicación permanente, lo que además nos permite ser mucho más constructivos.
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