La educación juega un rol central en la materialización de los derechos humanos. No bastan mallas curriculares en las que se enseñen fundamentos legales y teorías. Las metodologías pedagógicas son instrumentos que pueden transformar profundamente las prácticas a la luz de los derechos humanos.
Hablar de la importancia de la educación y su poder transformador ha sido algo cotidiano para nosotras desde que tenemos memoria, porque crecimos con una madre que se dedicaba no sólo a nuestra educación, sino a la de cientos de personas en las aulas. Creemos que por eso ambas hemos decidido involucrarnos en la labor pedagógica en distintos momentos de nuestras vidas. A lo largo de nuestras experiencias individuales se ha ido transformando nuestra perspectiva al respecto y hoy queremos compartirla entre nosotras y con ustedes para proponer herramientas, técnicas y principios que puedan serles de utilidad para transformar las aulas, sea cual sea el papel que tengan en ellas.
La educación tradicional invadió nuestras sociedades y se impuso como la mejor opción para aprender a transitar el mundo. Sin embargo, resultó una manera de despojar a las personas de su humanidad y de la posibilidad de alcanzar el máximo potencial de su ser.
Los espacios educativos son unos de los primeros y principales agentes socializadores (después de la familia). Una educación que favorece al statu quo impuesto por un sistema político capitalista, colonialista y patriarcal no podrá desmantelar estos sistemas de opresión. Por eso dedicamos nuestras vidas a defender una educación en derechos humanos con el fin de influir de forma positiva en la ciudadanía que formamos: con total aceptación a la diferencia, reconociendo las injusticias, actuando en contra de ellas y dignificando toda forma de vida. Hay muchas propuestas alternativas a la pedagogía tradicional, por eso hoy queremos destacar algunas que compondrían una educación integral basada en derechos humanos.
Sabemos que es retador introducir experiencias personales en la labor pedagógica porque la corriente tradicional lo rechaza y lo califica como poco profesional, pero confiamos en que es la mejor y más efectiva manera de acercarnos a lxs discentes. También creemos que este texto (como cualquier otro) es un medio de enseñanza, por lo que nos atrevemos a compartirles algunas de nuestras vivencias y sentipensares en estas páginas.
Queremos empezar definiendo algunos conceptos que utilizaremos a lo largo de este escrito, no porque sea su única definición válida, sino para introducirlos en caso de que resulten nuevos para el lector y como punto de referencia de lo que significan para nosotras:
Educación: práctica pacífica para construir de sociedades más justas y de respeto a la dignidad de todas las personas.
Pedagogía: ciencia de la educación; el lente crítico que usamos para identificar los impactos de la educación en la sociedad.
Derechos humanos: afirmar que todas las personas tienen derechos por el simple hecho de ser personas, y no actuar para que eso sea una realidad, es simplemente una falacia; los derechos humanos son principios rectores de respeto a toda la vida.
Inclusión: no exigir espacios de poder para quienes históricamente no han estado en esos espacios, sino pugnar por el desmantelamiento de los sistemas de opresión.
Docente: quien se dedica profesionalmente a guiar y coconstruir conocimiento.
Discente: quien tiene como objetivo aprender, participando activamente en la generación del conocimiento.
Educación libertaria/antiautoritaria
La propuesta de la educación libertaria o antiautoritaria reconoce a lxs discentes como entidades autónomas que tienen capacidades de autorregulación y decisión, lo que deriva en que decidan el currículum, el ritmo y la regulación de la conducta. Esa propuesta hace el llamado a cuestionarnos acerca de que las lógicas tradicionales de las jerarquías en las aulas se reproducen a lo largo de la vida de los individuos, quienes posteriormente querrán tomar el papel de opresorx o aceptar el destino de oprimidx.
Lxs opositores de la educación antiautoritaria podrán argumentar que no se puede dotar de poder de decisión a lxs discentes porque sólo propiciarán dispersión. En un modelo tradicional, esto podría ser verdadero porque se mantiene una relación lejana y tóxica con el aprendizaje. Sin embargo, si lo mudamos a un espacio de aprendizaje más flexible, donde exista una interacción armónica de los intereses individuales y colectivos, y los temas, las actividades y los tiempos no sean impuestos, la curiosidad nata florece y los procesos de aprendizaje se tornan más efectivos y atractivos.
Las escuelas donde cursamos nuestra educación básica, media y media superior no contemplaban los problemas del mundo a la hora de promediar nuestras habilidades creativas y nuestra sensibilidad. Estamos seguras de que muchxs se podrán identificar cuando decimos que pasamos noches de estrés y desvelo estudiando ciencias que no despertaban ningún interés en nosotras y que no hemos tenido que usar en nuestras vidas más que para obtener una calificación. En contraparte, nuestras almas mater proponían un modelo educativo más cercano al libertario, lo cual no derivó en que fuéramos peores estudiantes, menos productivas o más flojas; todo lo contrario, disfrutamos asistir a clases y nos sentíamos motivadas para continuar investigando fuera del aula, donde obtuvimos nuestras mejores calificaciones.
Educación intercultural/antirracista
Vivimos tiempos de emergencia mundial y atravesamos una crisis climática. El orden colonial avanza con pasos firmes rumbo a su objetivo: imponer una única forma de vida que prioriza el capital por encima de las personas, que desata conflictos armados obligando a las personas a buscar mejores condiciones de vida, que mata y deja morir en el camino a esas personas, que dota de derechos dependiendo el tono de la piel de los individuos. Por eso es necesario no sólo plantar hortalizas sino cuestionar y rechazar los sistemas de dominación. Las decisiones han sido tomadas por muy pocas personas a favor de sus intereses y es urgente apostar por otras formas para tomar esas decisiones.
En esta urgencia de encontrar formas de organización que vayan acordes con el respeto a la vida, los pueblos y las comunidades originarias, campesinas, rurales y tribales, aportan valiosas tradiciones, costumbres, conocimientos, formas de organización y estilos de vida que promueven el cuidado de la naturaleza y de otras personas. La educación intercultural obliga a la cultura hegemónica a escuchar otras realidades y funciona como medio de resistencia contra las discriminaciones y como defensa del derecho a la diferencia.
Hemos colaborado, en distinto tiempo y en distinta forma, con el Instituto Superior Intercultural Ayuuk, donde hemos llegado a la conclusión de que nuestra principal actividad debía ser —por nuestro origen— callar y aprender de una cosmovisión que genera conocimiento con el fin de que sirva a la comunidad. Aprendimos que un modelo intercultural permite el compañerismo sobre la competencia, que la conservación de los recursos naturales debe perseguirse sin que primen los intereses individuales, que puede haber justicia sin cárceles, y que, como escribe el poeta Wendell Berry, “el trabajo debe ser necesario, bueno, satisfactorio y digno para quienes lo realizan; y verdaderamente útil y aceptable para las personas para las cuales se hace” (Berry, 1996).
Pedagogías queer
Si queremos avanzar hacia sociedades más inclusivas es necesario contemplar los aportes de la pedagogía queer, pues todavía hoy es una realidad que los espacios educativos rechazan y violentan a las disidencias sexuales. Transformar las aulas en espacios más inclusivos requiere modificar contenidos. En ese sentido, aprender de la comunidad lgbtiq+ deviene en la normalización de todas las identidades, pero también en la modificación de las conductas de todos los actores involucrados.
Una de las principales razones por las que quisimos incluir este modelo educativo es por los orígenes del término queer, que implica transgresión. Reconocemos que estos orígenes tienen lugar en Occidente, en la cultura dominante, la cual es seguida cada vez más en muchos lugares del mundo: “Los puntos centrales a la hora de queerizar [queer como acción] la educación serían el cuestionamiento de la normalidad, la disolución de los binarismos y la formación de alianzas. La pedagogía queer está comprometida con la práctica radical de deconstruir la normalidad; esto significa que no puede necesariamente reducirse a enseñar para o sobre sujetos queer. Además, el rechazo a cualquier normalización, sea racista, sexista, [capacitista], tiene que ser parte de esta agenda” (Trujillo, 2015)
Pedagogías del cuidado/antipatriarcal
Hay una narrativa dominante que sugiere que todo lo que tiene que ver con la racionalidad, el intelecto y la mente se relaciona con lo masculino; mientras que lo emocional, lo afectivo y lo corporal, con lo femenino. Esto resulta problemático cuando se le adjudica más valor a lo primero. En ese contexto, nuestra propuesta busca reivindicar las labores de cuidado como sostén de las sociedades productivas.
Especialmente en el contexto de la educación superior, que lxs docentes se sientan ajenos a la tarea de ejercer el cuidado de sus estudiantes no sólo es algo que se ha normalizado, sino que también cumple una expectativa. Entendemos el cuidado no como un saludo cálido o el acto de verificar que los alumnos lleven su almuerzo y corregirles ciertas conductas. La famosa frase: “Yo no vengo a cuidar niñxs” se escucha recurrentemente entre colegas. No obstante, consideramos que es una responsabilidad de lxs docentes transformar los espacios en lugares seguros donde los estudiantes se puedan equivocar y aprender de ello, sin miedo a ser rechazadxs o amedrentadxs o a que se les considere fracasadxs. Consideramos el cuidado como una forma constante de asegurar —dentro de ciertos límites establecidos— que existan las condiciones óptimas para el aprendizaje.
Educar con base en el cuidado puede ayudar a reducir las desigualdades y a generar confianza y seguridad no sólo en los sujetos hegemónicos (varones cisgénero, heterosexuales, neurotípicos, blancos, burgueses), sino también en aquellas personas que han sido rechazadas en otras esferas de su vida. Cuando el ejercicio docente se lleva a cabo “con el fin de producir una cultura de jerarquía, competencia e individualismo, [automáticamente se erradican] culturas de solidaridad, cuidado y colectividad” (Motta y Bennett, 2018). Por eso invitamos a cuestionar el fetiche docente de infundir miedo y estrés al discente y rechazamos la pedagogía hostil.
Queremos cerrar recordando que las diferencias siempre han existido y que siempre existirán. Lo que debemos buscar son nuevas propuestas de abordar la diferencia, y en caso de que ésta derive en conflicto, debemos gestionarlo de manera inclusiva, justa y digna para todas las partes.
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Bibliografía
Berry, W. (1996), Another Turn of the Crank: Essays, Counterpoint.
Trujillo, G. (2015), Pensar desde otro lugar, pensar lo impensable: hacia una pedagogía queer. Consutado en https://www.redalyc.org/journal/298/29843497028/html/Motta, S., y A. Bennett (2018), “Pedagogies of Care, Care-full Epistemological Practice and “Other” Caring Subjectivities in Enabling Education”, Teaching In Higher Education, 23(5), pp. 631-646. Consultado en https://doi.org/10.1080/13562517.2018.1465911.