Publicada en 1600, El mercader de Venecia, comedia burlesca con tonos trágicos, fue escrita por William Shakespeare entre 1596 y 1597. Situada en esa ciudad-estado fundada en el siglo v, la obra sube al escenario al mercader Antonio, al usurero judío Shylock, a Porcia y a Bassanio, jóvenes que desean casarse, a la sirvienta de Porcia, la joven Nerissa, y al Dux de Venecia, magistrado supremo y autoridad superior de la República.
Venecia era punto central del comercio y de a vida cosmopolita en el anochecer del siglo XVI. Los judíos, considerados extranjeros, se dedicaban al préstamo de dinero. Para ayudar a Bassanio a casarse, Antonio contrae una deuda con Shylock, quien establece una singular cláusula por el eventual incumplimiento del préstamo: ante el impago, Shylock tomará una libra de carne de Antonio.
Michael Radford, cineasta inglés, toma la pieza de Shakespeare para su versión de El mercader de Venecia (2004), con Al Pacino como Shylock, Lynn Collins como Porcia, Joseph Fiennes como Bassanio y Jeremy Irons como Antonio.
Con una mirada actual, nos remitimos a temas fundamentales como el derecho a la integridad, el acceso a la justicia, el debido proceso, los derechos humanos y la igualdad de género en el ejercicio de la abogacía. Para la defensa legal de Antonio, Porcia se disfraza de hombre.
Shylock argumenta su causa: “¿Qué sentencia he de temer, no habiendo hecho mal alguno? Tenéis entre vosotros numerosos esclavos que habéis comprado y que empleáis, como vuestros asnos, vuestros perros y vuestros mulos, en tareas abyectas y serviles, porque los habéis comprado. ¿Iré a deciros: ponedlos en libertad, casadlos con vuestras herederas? ¿Por qué los abrumáis bajo sus fardos, por qué sus lechos no son tan blandos como los vuestros, sus paladares regalados con los mismos manjares? Me responderéis: ‘Los esclavos son nuestros’. Yo os respondo a mi vez: ‘Esta libra de carne que le reclamo la he comprado cara, es mía, y la tendré. Si me la negáis, anatema contra vuestra ley. Los decretos de Venecia, desde ahora, no tienen fuerza. Espero de vos justicia. ¿Me la haréis? Responded’”.
En el juicio, Shylock exige el cumplimiento del acuerdo, argumenta la claridad de las obligaciones contraídas y el pleno conocimiento por parte de Antonio de las cláusulas del acuerdo. Porcia señala la estricta y extrema literalidad del contrato y la pena por rebasar lo pactado: sólo una libra de carne, no piel ni sangre.
El Dux tiene que emitir su veredicto.
Radford inicia la película con la leyenda: “Venecia, 1596. La intolerancia hacia los judíos era una realidad en el siglo xvi, incluso en Venecia, la ciudad-estado más poderosa y liberal de Europa”.
Shylock vive en carne propia la intolerancia y el desprecio por su origen. El antisemitismo, herida en la conciencia que ha permanecido a través de los tiempos, tiene una voz que resuena en la obra de Shakespeare.
Es la voz de Al Pacino y Shylock expresándolo: “¿Y el judío no tiene ojos, no tiene manos ni órganos ni alma, ni sentidos ni pasiones? ¿No se alimenta de los mismos manjares, no recibe las mismas heridas, no padece las mismas enfermedades y se cura con iguales medicinas, no tiene calor en verano y frío en invierno, lo mismo que el cristiano? Si le pican, ¿no sangra? ¿No se ríe si le hacen cosquillas? ¿No se muere si le envenenan? Si le ofenden, ¿no trata de vengarse? Si en todo lo demás somos tan semejantes, ¿por qué no hemos de parecernos en esto? Si un judío ofende a un cristiano, ¿no se venga éste, a pesar de su cristiana caridad? Y si un cristiano a un judío, ¿qué enseña al judío la humildad cristiana? A vengarse. Yo os imitaré en todo lo malo, y para poco he de ser, si no supero a mis maestros”.