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En una grieta

Safo

Los libros, como objetos, también sirven para recordar. En este ensayo literario, el autor explora una errata en la impresión de un libro, que lo lleva a reflexionar sobre Safo y nuestro tiempo.


Nítida, rayana en la obviedad, es la importancia que tiene la poesía en el mundo de los libros. Ya mucho se ha dicho. Que el olor, que el polvo, que el tizne de una página vieja, la palidez tísica que les da el sol pasado un tiempo, el ex libris, las marcas en las páginas, las letras que viven en las apostillas. Más allá de la poesía que pueda haber en el interior, hemos construido toda una gramática alrededor de lo poéticos que resultan los libros como objetos.

Yo afirmo que alguien se acordará de nosotras.

Safo.

Pero aquí quiero referirme a una hueste contra otras pestes. Porque los libros resisten. No al sol, al polvo, a los olores, al color de la vejez, a la palidez del fuego, a las tintas y a las notas emocionadas; no sólo a eso. Los libros también se niegan a la enciclopedia. Al estante, que muy rápido hace intercambiables al polvo y al olvido. Los libros huyen, migrantes y alados, de su reino semántico justo cuando hablan de rodear esa cerca electrificada.


Leyendo mi ejemplar de El infinito en un junco (Siruela, 2021), de Irene Vallejo, maravilla por donde sea lea, precisamente en el capítulo sobre la poeta Safo y los fragmentos deteriorados que nos quedan para pronunciar su nombre (y el de tantas otras mujeres a las que se les negó la lengua y la vida), la página apareció rota. En el centro de su enunciado.  

falta Safo
verso 
Siglo

Sería merma editorial, motivo para volver a la cafebrería taconeando el suelo, alzar la voz y exigir una copia nueva. Ah, ¿no hay devoluciones? Abrir Gmaily entonces: “Estimado equipo editorial de Siruela, fíjense que…” (Ya quisiera yo tener su contacto.) 

No. En lugar de ello, la rotura es la metáfora: el libro haciendo, por sí solo, lo que el propio libro le pidió hacer.

Le falta, a este Siglo, el verso de Safo.

Una mujer secciona la literatura por la mitad: una grieta parte las palabras. 

El libro, masculino a pesar de sí, se opone, pero no vence. Porque el papel descolocado, la pieza rompepáginas, reaparece folios más adelante, jugando a ser separador. 

Safo resurge cuando el libro ya no habla de Safo. Así nos obliga a buscarla, a no olvidarla, a reconstruir su voz. 

La propia Vallejo menciona, varias páginas más atrás, que los copistas de Alejandría tenían un método para identificar los papiros originales de sus copias y sus redundancias. La errata. 

Rota y todo, no cambio mi edición ni por el correo de Siruela. La mía es el junco original. 

Así como está, la página fue una puerta para Safo y su alarido de uñas como dagas. Rasgó para decir aquí estuve. Por aquí pasé. Aquí vine, vi, vencí. Viví la literatura aun después de morirla.

Y aquí me acuerdo de ella.

Libro que persiste, infinito, en la errata de su tiempo.

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