Juan Velásquez, el Abogado del Diablo, ha muerto


Cual olas que a la playa van llegando,
avanzan a su fin nuestros instantes.

William Shakespeare,
Soneto 60, 1-2

¿A quién se le habrá ocurrido decirle así? No lo sabemos. Lo que recordaremos, sin lugar a dudas, es la fama de extraordinario litigante que se ganó, desde que estaba en el despacho de don Víctor Velásquez, su padre, así como por la defensa que hizo de diversos personajes de la vida pública que cayeron en desgracia y se convirtieron en los conocidos “casos sexenales”.

Alguna vez le pregunté si le incomodaba cargar con eso de Abogado del Diablo y me respondió: “No me gusta, pero… ¿qué hago para evitarlo, si es la vox populi hace años”.

Juan Velásquez fue un abogado que con gran modestia no se consideraba el mejor penalista de México, a pesar de que no había perdido ni uno de sus juicios, según sus propias palabras.

Fue egresado de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México. Su carrera de más de 50 años se puede conocer por la relevancia de los personajes a los que defendió: los presidentes Luis Echeverría, José López Portillo y Carlos Salinas de Gortari; a la Arquidiócesis de México y al cardenal Norberto Rivera; al campeón olímpico de México Joaquín Capilla; al muralista David Alfaro Siqueiros; al líder petrolero Carlos Romero Deschamps, y a muchos más.

Impartió la materia de derecho procesal penal en licenciaturas y posgrados. Entre sus antiguos alumnos se encuentra el ex presidente Enrique Peña Nieto.

Fue consejero jurídico del Banco de México, de la Universidad Nacional Autónoma de México, de la Cruz Roja Mexicana, del Ejército Mexicano y de la Marina Armada de México; decano y miembro del Consejo Corporativo de la Maestría en Derecho de la Universidad Panamericana; asesor jurídico y asociado honorario de la Universidad Pontificia de México, y profesor honorario y distinguido de medio tiempo del Instituto Tecnológico Autónomo de México.

El presidente de México le entregó la Presea al Mérito Jurídico a la Excelencia en el Ejercicio Profesional y el pleno del Consejo de la Judicatura Federal lo integró a la Junta Directiva del Instituto Federal de Defensoría Pública. 

Recibió una maestría y siete doctorados honoris causa y más de mil reconocimientos.

Su despacho, o estudio como él lo llamaba, se encontraba en el tranquilo barrio de San Ángel. Se trata de una casa de una planta con un amplio jardín al frente y con la arquitectura para la cual uno debe instruirse en ¿Cómo leer casas? de Will Jones, por lo impresionante que es por fuera y que preparaba al visitante para lo que habría de encontrar en el interior: una enorme biblioteca.

Sus habitantes eran un abogado con una fama enorme y su secretaria. En ese contexto y con la calidez del anfitrión lo entrevisté alguna vez para el libro Los litigantes, con el fin de conocer a la persona detrás de esa gran fama de abogado penalista. Decía que un abogado debía prepararse de tal forma que cuando se enfrentara a un caso que pudiera cambiarle la vida y el caso fuese resistente a la corrupción, estuviese listo para resolverlo y salir avante.

Cuando le pregunté por quienes habían marcado su trayectoria, mencionó: “Todas las personas mayores que traté me marcaron. De muchos tuve el privilegio de su amistad. Por ejemplo, en una callecita que se llamaba Artistas vivían cuatro personajes, tres de ellos amigos míos, y uno que no conocí, un político de antes muy importante, Sánchez Mireles, que era como el Manlio Fabio Beltrones de ahora, y otros tres que hice mis amigos: don Luis Recasens Siches, don Vicente Lombardo Toledano y don Felipe Gómez Mont, papá del linaje Gómez Mont. A los tres yo los visitaba en su casa y de los tres aprendí”. Y luego destacó: “El mejor maestro de vida y mi amigo más querido fue el presidente José López Portillo. La de mi papá y la de él han sido las muertes que más me han dolido”.

Juan Velásquez tuvo la oportunidad de abrevar de una gran generación de litigantes: “Viví la época de oro de los litigantes penales y de ellos aprendí: Bernabé Jurado, Raúl F. Cárdenas, Felipe Gómez Mont, Ricardo Franco Guzmán, Adolfo Aguilar y Quevedo, Enrique Ostos, Elías Huerta, Sergio Vela Treviño, Ignacio Moreno Tagle, Ignacio Mendoza Iglesias, Andrés Iglesias Baillet, etcétera”. Y, por supuesto, con el tiempo se agregó su nombre a esa lista privilegiada.

A través de sus casos fue como adquirió enorme relevancia. Se le echará de menos en el foro, pero más aún se le echará de menos en sus conferencias y en sus charlas, donde con un tono suave destacaba cosas fuertes, contundentes. Era una persona cordial.

Hasta siempre, amigo.

Puedes leer su entrevista aquí.

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