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La enseñanza del derecho para formar facilitadores de la justicia

Enseñanza del Derecho

Independientemente del área en la que se desempeñe cada profesional del ámbito jurídico, debe haber un elemento común a todos: ser facilitadores de la justicia. Así lo sostiene el autor, quien en comparte los aspectos que deben afianzarse en la formación de los futuros abogados, como el sentido crítico, la capacidad de interpretar y la capacidad de trabajar en equipo, entre otros.


Una vez un estudiante de derecho de nuevo ingreso, lleno de ignorancia, pero con una chispa y un entusiasmo que sólo tiene un alma joven, le preguntó a su profesor: “Maestro, ¿por qué estamos aquí?, ¿cuál va a ser nuestro trabajo?” El catedrático soltó una carcajada por semejante pregunta, meditó unos cuantos segundos una respuesta sensata y contestó: “Disculpa la risa, no es una pregunta habitual y celebro tu curiosidad. Y respondo a tu planteamiento: eso es algo que deberás descubrir tú mismo. Verás, aunque todos pertenezcamos al argot jurídico, cada quien tendrá funciones distintas. Lo que sí te puedo adelantar es que lo único que debemos tener en común es que cada uno de nosotros estamos obligados a ser facilitadores de la justicia. Ésa es la labor fundamental de cualquier jurista”. El alumno quedó perplejo, miró a su maestro a los ojos y sonrió, y con más preguntas que nunca emprendió su camino para algún día ser un facilitador de la justicia.

Vivimos en un mundo de locos, en una sociedad donde los problemas abundan. ¿El motivo? Sencillo: nosotros mismos. Cuando hablamos de problemáticas sociales usualmente mencionamos la delincuencia organizada, las escandalosas cifras de delitos sexuales y de homicidios; tal vez el aborto y la pobreza. Pero yo creo que la peor de todas es la paupérrima educación que abunda en nuestro país; ya que la mejor forma de solucionar todo lo anterior o, al menos, reducir esas cifras sustancialmente, es fomentando una buena cultura en el mexicano y forjando a personas capaces de resolver problemas. Considero que, particularmente, el abogado puede ser una pieza fundamental para alcanzar ese objetivo. Por supuesto, sería estúpido y extremadamente soberbio pensar que nosotros solos somos la solución a cualquier problema. Debemos de unirnos todos, porque, como dijo alguna vez Miguel Hidalgo, “si nos unimos, esta guerra está ganada… Unámonos pues, todos los nacidos en este dichoso suelo”. Sin embargo, dada la naturaleza de nuestra profesión, el abogado puede ser especialmente de gran ayuda. Por desgracia, por mi experiencia, me he dado cuenta de que no todos los maestros están enseñando con el enfoque que necesita el nuevo operador jurídico. Es cierto que nos enseñan la norma jurídica y la doctrina, pero esto ya no es suficiente. Esto me ha propiciado una gran preocupación y muchas ganas de algún día ser maestro. Por eso quiero compartir lo que considero se debe enseñar para formar verdaderos juristas. Si bien no soy maestro todavía, sí soy un estudiante que está padeciendo un sistema educativo sistematizado para crear aplicadores mecánicos de la norma. Así que a continuación les dejo mis consideraciones sinceras que espero lleguen a las mentes correctas. Escribo no lo que se espera que plasme, sino lo que salió de mi corazón. Juárez dijo alguna vez: “La ley ha sido siempre mi escudo y mi espada”, pues hoy, para mí, el papel y la pluma son mis mejores amigos.

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1. Una buena forma. De nada sirve un mensaje con buen fondo si no se transmite de manera correcta. El derecho puede ser algo sumamente divertido, pero el licenciado se ha esmerado en hacerlo muy aburrido. Todas las clases son iguales: llega el maestro, nos abocamos a leer diversos artículos y, si tenemos suerte, el profesor los ejemplifica para que podamos comprenderlos. Que diferente sería si la clase de “personas” la enseñaran con ejemplos de Star Wars, en la que se plantee que un ser humano como Anakin no es persona pues no posee el status libertatis, y sin embargo Yoda, a pesar de que no es un ser humano, sí es persona, ya que es sujeto de derechos y obligaciones. Sin mencionar que podríamos discutir la personalidad jurídica de los androides, ya que en una película se asevera que luchan por sus derechos. Podrían parecer ideas absurdas, No obstante, no hace mucho me enteré que en Asia una persona se casó con una inteligencia artificial o que en Arabia Saudita se le otorgó la ciudadanía legal al robot Sophia. O imagínense qué fabuloso sería discutir en la clase de “bienes” qué se tendría que hacer con todas las cosas de las personas que desaparecieron por el “blip”, el evento de las películas de los Avengers en que la mitad de la población simplemente desapareció, pero volvió cinco años después. Posiblemente todos los bienes de los desaparecidos ya tendrían un nuevo dueño: qué problemón para los abogados de ese universo, ¿no? Creo que estos ejemplos serían mucho más fáciles de recordar en un examen que los maravillosos casos de los libros del maestro Domínguez Martínez. Pero, lo más importante: seguiríamos entendiendo la esencia de las figuras jurídicas para aplicarlas en la vida laboral del futuro.

Yo soy partidario de que el abogado sea sumamente técnico, ya que de esa cualidad depende la libertad de una persona, una herencia o la guardia y la custodia del hijo de su cliente; pero memorizar libros de grandes autores no es la única forma de llegar a serlo. El maestro debe contagiar al estudiante la pasión por el derecho, lo cual sólo se puede conseguir cuando el primero es un apasionado de su profesión.

Coyunturalmente estudiamos para sacar una nota y para obtener un título. Pero el día de mañana, si no nos gusta el derecho, no vamos a seguir aprendiendo. Si el maestro no consigue transmitir su pasión, el estudiante no va a trabajar un solo día de su vida. Y no hay mayor tragedia que no encontrar el propósito de nuestra existencia. Tristemente, con lo que he visto en algunos amigos, pareciera que el propósito del maestro consiste en generar desidia en los futuros operadores jurídicos.

2. Conciliación. En las escuelas de derecho se debe inculcar la noción de que no sólo estamos para resolver problemas. Por desgracia, el licenciado piensa que el derecho únicamente sirve para solucionar litis, pero quienes verdaderamente conocen el derecho saben que también sirve para prevenir conflictos. El juicio debe ser sólo una última alternativa, ya que, como decía mi abuelita, “más vale un mal acuerdo que un buen pleito”. El abogado Gerardo Laveaga ponía como ejemplo la película Historia de un matrimonio, la cual trata sobre un divorcio en el que las partes en conflicto querían llegar a un acuerdo, pero sus abogados, como siempre, los convencieron de irse a juicio. Al final, después de mucho tiempo, las partes en litigio terminaron con muchos miles de dólares menos en sus arcas personales, porque todo se lo llevaron sus abogados. Lo más triste del caso es que el resultado fue exactamente el mismo que el que habrían obtenido si hubieran llegado a un acuerdo desde el principio.

Es curioso que sigamos preguntándonos por qué la gente no confía en nosotros. El buen abogado debe ser conciliador. Pensemos en un litigio que lleva 10 años sin resolverse, pero después de tanto tiempo el juez pone fin al procedimiento y resuelve de una forma espléndida, con una técnica inigualable, con una sentencia que ni al rey Salomón se le hubiera ocurrido. ¿Realmente se hizo justicia? Podemos llegar a la solución adecuada, pero cuando la justicia tarda tanto tiempo en llegar, ¿sigue siendo justicia?

3. No somos competencia. El ambiente estudiantil es sumamente competitivo. Todos están al pendiente de quién obtiene las mejores calificaciones, como si estas valoraciones numéricas sirvieran de algo. El maestro debe promover un ambiente de ayuda mutua y de trabajo en conjunto. Es increíble que, habiendo tantos problemas, nos concentremos en la competencia. Yo creo que los abogados somos un equipo y debemos ayudarnos entre todos. No hay nada más cruel que negar el conocimiento.

4. Justicia. Es muy triste constatar cómo durante las entrevistas para admitir nuevos estudiantes de derecho, todos los jóvenes contestan que quieren estudiar esta disciplina porque tienen sed de justicia, pero lamentablemente esa sed se va olvidando con el tiempo, no porque la hayan saciado, sino porque intercambian el ideal más bello por bienes corpóreos e intereses personales. El maestro, sin importar la clase o la materia que imparta, siempre debe abordar los temas de la disciplina con un enfoque de justicia. No se trata de un capricho; simplemente se deben atender las finalidades del derecho, y la finalidad última de éste siempre será, indudablemente, la justicia.

Por supuesto, la justicia es subjetiva; sin embargo, constantemente debemos cuestionar qué es lo justo y actuar con base en lo que nuestro corazón crea que lo es. Debemos ser sabios y humildes; sólo así podremos hacer justicia.

5. Sentido crítico. Con mucha frecuencia observo cómo mis compañeros asumen lo que dice el maestro como si fuera una verdad absoluta. Esto es así porque en las escuelas de derecho no se enseña a cuestionar; sino todo lo contrario. Si un alumno sostiene ideas distintas a las de su profesor lo más probable es que éste se moleste y tal vez hasta baje la calificación del estudiante.

El maestro debe celebrar que el alumno no esté de acuerdo con él y esa dsicrepancia de ideas debe ser razón de alegría. El profesor tiene que estar consciente de que casi todo lo que diga y transmita será vencible. Debemos cuestionar absolutamente todo. Hay que partir de la idea de que en el derecho casi no hay verdades absolutas y que ese es su mayor atractivo, pues podemos discutir todo, pues todo está sujeto a argumentación. Por eso ya no son adecuados los exámenes de opción múltiple, ya que es posible encontrar la respuesta correcta a un planteamiento jurídico en varios incisos si la sabemos sustentar.

Incluso los criterios de la Suprema Corte de Justicia de la Nación debemos cuestionarlos, porque aunque sean obligatorios y constituyan ideas sustentadas por personas sumamente letradas, no dejan de ser criterios de seres humanos cuyas acciones siempre son perfectibles.

No hay que adoctrinar al alumno, ni imponerle una corriente política. Por el contrario, hay que respetar absolutamente todas las opiniones que vierta. La mejor forma de llegar al conocimiento se basa en la diversidad de ideologías, más aún cuando éstas son controvertidas.

6. Interpretación. Se debe enseñar a interpretar la norma, siempre, por muy trivial que parezca. Un buen jurista es el que comprende que la verdad y la razón siempre se van a interponer ante la literalidad de la ley. Mi maestro don Claudio Hernández solía decir que el “abogado no es el que memoriza más o estudia más, sino el que atiende las finalidades de la norma”. Qué razón tenía. Por eso creo que la mejor forma de conocer las finalidades de la norma es entendiendo su historia, ya que de este modo podemos identificar de dónde vino, por qué cambió y, tal vez, si somos algo brillantes, saber adónde se dirige. Como decía el gran historiador Tomás y Valiente: “Saber historia es importante para no ser un simple conocedor de las normas vigentes; para evitar su aplicación mecánica, ausente de toda crítica”.

El derecho es la segunda carrera más estudiada en México. Y a pesar de que existen muchos licenciados en derecho, no tenemos abogados, porque hay muchos aplicadores mecánicos, pero pocos interpretadores. Necesitamos gente crítica que se cuestione el statu quo y que quiera cambiar las cosas. Esto no quiere decir que tergiversemos el sentido de la norma a nuestra conveniencia, como es tendencia en la actualidad. Eso no es interpretar. Interpretar es desentrañar el sentido, no modificarlo. Ni siquiera es necesario hacerlo habiendo tantas herramientas y tantas normas. El maestro de la historia del principio de este artículo afirma que la labor fundamental del abogado es ser un facilitador de la justicia. Yo no estoy de acuerdo. Claro que nunca debemos perder de vista la justicia, como señalé antes; sin embargo, la labor fundamental del abogado es interpretar, porque ¿cómo diablos voy a hacer justicia si no sé interpretar, si aplico la norma mecánicamente, sin ningún sentido, si no cuestiono?, ¿cómo voy a hacer justicia?, ¿sobornando al juez? ¿haciendo uso de mis palancas? Eso no es justicia. Como decía Celso, saber leyes no es conocer sus letras, sino su espíritu y sus efectos.

Espero que estos comentarios sirvan, aunque sea un poco, para que tengamos más abogados en México y, tal vez, si tenemos suerte, para que exista más justicia en este país, donde pareciera que es sólo una fantasía.

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