El año pasado muchos economistas esperaban que 2022 fuera un periodo de fuerte recuperación económica. Las empresas volverían a operar por completo después del Covid-19. Los consumidores serían libres de gastar sus ahorros acumulados en todas las vacaciones y reanudar las actividades que no habían podido hacer durante la pandemia. Serían unos nuevos “locos años veinte”, decían algunos, en referencia a la década de consumismo que siguió a la crisis de 1918-1921 causada por la influenza. Sin embargo, el doble golpe de la pandemia y la guerra han provocado un aumento de la inflación y una desaceleración del crecimiento en todo el mundo.
El año pasado muchos economistas esperaban que 2022 fuera un periodo de fuerte recuperación económica. Las empresas volverían a operar por completo después del Covid-19. Los consumidores serían libres de gastar sus ahorros acumulados en todas las vacaciones y reanudar las actividades que no habían podido hacer durante la pandemia. Serían unos nuevos “locos años veinte”, decían algunos, en referencia a la década de consumismo que siguió a la crisis de 1918-1921 causada por la influenza.
No obstante, meses después esa idea comenzó a desvanecerse; ahora el paralelo más comúnmente citado ya no son los “locos años veinte”, sino la década de 1970, cuando el embargo petrolero árabe ayudó a crear un periodo prolongado de dificultades económicas. La inflación aumentó a tasas de dos dígitos incluso cuando las economías de todo el mundo se estancaron; una combinación dolorosa de precios altos y bajo crecimiento conocida como “estanflación”.
Ahora, la estanflación nuevamente está en el escenario. Tras el doble impacto de la pandemia y la invasión rusa de Ucrania, las tasas de inflación han superado las expectativas y han alcanzado sus niveles más altos en décadas en muchos países (40 años para Estados Unidos y la Zona Euro, y 30 años para México), mientras que las previsiones de crecimiento económico se deterioran rápidamente.
La perspectiva del regreso de la estanflación infunde miedo a los responsables de la formulación de políticas porque hay pocas herramientas monetarias para confrontarla. El aumento de las tasas de interés puede ayudar a reducir la inflación, pero el incremento de los costos de endeudamiento deprimiría aún más el crecimiento. Mientras tanto, mantener las políticas monetarias flexibles (con tasas de interés bajas) implica el riesgo de impulsar los precios al alza.
La mayoría de los analistas y economistas, incluido el Fondo Monetario Internacional, no esperan una repetición de los malos tiempos de la década de 1970, un decenio de ruina económica para los hogares y las empresas. La inflación aún no es tan alta como lo era entonces; ahora hay más bancos centrales independientes y el apoyo fiscal está protegiendo a los más vulnerables.
Pero así como la crisis del petróleo repercutió en toda la economía mundial en la década de 1970, el doble golpe de la pandemia y la guerra ha ejercido una presión sin precedentes sobre el suministro de bienes y servicios en todo el mundo. Incluso antes de que estallara la guerra en Ucrania, los precios habían subido a máximos de varias décadas en muchos países, incluido México, Estados Unidos y la Zona Euro.
La guerra sólo exacerbó estos problemas. Rusia y Ucrania producen grandes cantidades del suministro mundial de gas, petróleo, trigo, fertilizantes y otros materiales, lo que eleva los precios de la energía y los alimentos, especialmente en Europa. Se puede señalar sin vacilar que éste es el mayor shock de materias primas que se ha experimentado desde la década de 1970. En caso de una guerra prolongada o sanciones adicionales a Rusia, los precios podrían ser incluso más altos de lo que se proyecta actualmente.
Los pronósticos son negativos. El consenso ahora es que el crecimiento económico global promedie sólo 3.3 % este año, por debajo del 4.1 que se esperaba en enero, antes de que comenzara la guerra. La inflación global se pronostica en 6.2 %, 2.25 puntos porcentuales más que el pronóstico de enero. De manera similar, el Fondo Monetario Internacional rebajó su pronóstico de crecimiento para 143 economías este año, que representan el 86 por ciento del producto interno bruto mundial.
La estanflación es un tema importante porque afecta muy gravemente a los hogares, especialmente a aquellos que tienen bajo poder adquisitivo; más aún porque pocos economistas están de acuerdo en cómo detenerla una vez que ha comenzado.
El reflujo mundial
El shock estanflacionario de 2022 es verdaderamente global, con expectativas divergentes de crecimiento e inflación en la mayoría de los países y con muchos factores diferentes que exacerban la tendencia estanflacionaria de manera sincronizada: es una tormenta perfecta. En un país tras otro se pueden ver tendencias similares (un aumento inesperado de los precios y una disminución de la actividad en los últimos meses) a medida que se deterioran las expectativas para el año.
En toda Asia, las fuertes previsiones de crecimiento se han revisado a la baja debido a los obstáculos de la guerra en Ucrania y a las renovadas interrupciones del suministro, así como a una demanda más débil como resultado de los nuevos bloqueos de China y de la política de cero Covid-19 de Xi Jinping. La inflación es más moderada en Asia que en otros países, pero está aumentando tras el incremento global de los precios de los alimentos y de la energía. En Corea del Sur, por ejemplo, los precios al consumidor alcanzaron un máximo de 10 años en marzo.
En algunos países latinoamericanos, particularmente en Brasil, la agresiva política monetaria restrictiva adoptada para controlar la inflación galopante ha resultado en un panorama económico que se deteriora rápidamente, pues con una inflación de 12.1 por ciento el Banco Central de Brasil estableció una tasa de referencia de 12.75 por ciento. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe de la Organización de las Naciones Unidad revisó a la baja las perspectivas de crecimiento para la región el 27 de abril, advirtiendo sobre una “coyuntura compleja” de desafíos relacionados con la guerra en Ucrania.
Pero, como era de esperarse, el impacto económico de la guerra se siente más profundamente en Europa, en especial en aquellos países que dependen en gran medida del petróleo y el gas rusos. La región europea en su conjunto es muy vulnerable a las interrupciones del suministro de energía, ya que 40 por ciento del gas de la Unión Europea proviene de Rusia.
Los precios de la energía al consumidor ya aumentaron en marzo, y la confianza de las empresas y los consumidores se desplomó. Muchos expertos advierten que una prohibición de la Unión Europea sobre el gas ruso desencadenaría una de las recesiones más profundas de las últimas décadas en Alemania y en la Euro Zona.
El tema no es menor, pues si Moscú detiene abruptamente el flujo de su gas natural a Alemania y a otras economías de la Unión Europea, Europa se encontrará lidiando con una nueva crisis económica, que, como la crisis del euro de 2011-2012 o la crisis de Covid-19 de 2020, podría volver a representar una amenaza existencial a la supervivencia de la moneda única.
Alemania se encuentra entre los países más afectados, con su gran sector manufacturero de gran consumo de energía y su economía orientada a la exportación. En los últimos seis meses los economistas han reducido a la mitad su pronóstico de crecimiento económico para Alemania en 2022, mientras que las expectativas de inflación son tres veces más altas.
Pero Estados Unidos se enfrenta con mucho al mayor riesgo de una inflación dramática y espirales de precios y salarios. La inflación llegó a 8.5 % en marzo y los inversionistas esperan que aumente aún más. La economía se contrajo inesperadamente en el primer trimestre, desafiando las predicciones.
Mientras tanto, el mercado laboral de Estados Unidos es el más “sobrecalentado” en la historia de la posguerra, con más de cinco millones de puestos vacantes más que trabajadores desempleados. La naturaleza “sobrecalentada” del mercado laboral, dijo el ex secretario del Tesoro, Larry Summers, en un análisis reciente, sugiere “una probabilidad muy baja de que la Reserva Federal pueda reducir la inflación sin causar una desaceleración significativa en la actividad económica”.
Los mercados de futuros ahora reflejan una probabilidad del 80 % de que la tasa de política monetaria de Estados Unidos sea de 1.5 % en junio, lo que implica un aumento de 50 puntos base en cada una de las próximas dos reuniones. También se esperaba que el Banco de Inglaterra subiera las tasas por cuarta vez consecutiva, a 1 %, ya que el país enfrentaba el ritmo de inflación más rápido en 30 años. Los mercados esperan nuevas subidas hasta del 2 % a finales del año. En el caso del Banco de México, también se esperan dos aumentos consecutivos, uno en junio y otro en agosto.
La perspectiva global para este “endurecimiento monetario” ha aumentado notablemente, al igual que el potencial de la estanflación. Si bien hay más bancos centrales independientes y la credibilidad de la política monetaria en general se ha fortalecido a lo largo de las décadas, el aumento de las tasas perjudica a las empresas y a los hogares en un momento en que ya ven cómo sus ingresos reales se ven erosionados por el incremento de los precios. En este momento, con la estanflación en ascenso, hace tanto daño la medicina como la enfermedad.
Con niveles de deuda pública y privada en máximos históricos como porcentaje del producto interno bruto, los banqueros centrales pueden llevar el alza de las tasas de interés sólo hasta cierto punto, antes de arriesgarse a un colapso financiero en los mercados de deuda y acciones.
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Haciendo retroceder el reloj
La pregunta ahora es cuánto durará este shock estanflacionario y si una recesión prolongada al estilo de la década de 1970 sigue siendo una posibilidad. En ese decenio la inflación aumentó a tasas de dos dígitos durante casi 10 años, luego de un gran aumento en los precios del petróleo, después de que los países árabes dejaran de exportar a muchos países occidentales, como castigo por brindar ayuda a Israel durante la guerra de Yom Kippur. La alta inflación persistente empujó las tasas de desempleo a niveles elevados en muchas economías avanzadas, dejando atrás el auge años después de la Segunda Guerra Mundial.
Si bien los fuertes aumentos de los precios de las materias primas en la actualidad se hacen eco de los de la década de 1970, hay muchas diferencias respecto de ese periodo. Muchos economistas esperan que la inflación disminuya el próximo año y señalan que la dependencia mundial de los combustibles fósiles ahora es menor.
Los hogares ahora pueden amortiguar el golpe de los mayores costos de energía con los ahorros acumulados durante la pandemia, pues muchas economías, en su mayoría las ricas, impulsaron apoyos y una política fiscal expansiva durante 2020-2021; de igual manera, durante este periodo se han introducido medidas para proteger a los grupos más vulnerables del impacto del aumento de los precios, incluido el subsidio de costos de combustible y energía.
Sin embargo, otras tendencias son motivo de preocupación tanto para el crecimiento, como para la inflación, lo que se suma a un panorama muy incierto. Si bien el crecimiento del precio del petróleo podría ser más débil que entonces, el aumento en el precio del gas ha sido rápido y fue suficiente para impulsar el crecimiento anual de los precios al productor alemán de marzo al ritmo más alto desde que comenzaron los registros en 1949 y duplicar el ritmo de la década de 1970.
Aunque los salarios ya no están indexados a la inflación como en la década de 1970, los mercados laborales históricamente ajustados en Estados Unidos y Europa aumentan el riesgo de que la inflación se arraigue más en la economía. Independientemente de lo que suceda con los precios de las materias primas y los bienes en el corto plazo, el punto clave sigue siendo que es probable que se observe una alta inflación en la escala sostenida observada en la década de 1970 si se desarrollan espirales de precios y salarios.
Las previsiones también podrían ser demasiado optimistas. Desde el año pasado los datos económicos han defraudado las expectativas y ya muchos esperan que el crecimiento este año podría ralentizarse más de lo previsto y la inflación podría resultar más alta de lo esperado.
El resultado es que las previsiones de inflación mundial se revisan al alza para el próximo año, mientras que las expectativas de crecimiento se deterioran. Si esto sucede, significará una erosión de las ganancias comerciales y el poder adquisitivo de los hogares por más tiempo, y la alta inflación afectará más a los hogares de bajos ingresos.