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Discordancia entre las garantías de la libertad de expresión y la realidad de los periodistas en México

periodistas: libertad de expresión


Ante la violencia que se ejerce contra quienes se dedican al periodismo en México, Daniel Vera se pregunta la razón por la que un país que protege la libertad de expresión resulta uno de los más cruentos para las personas periodistas.


Tuve la oportunidad de conversar con Priscilla, hija de Francisco Pacheco Beltrán, periodista asesinado en Taxco, Guerrero, en 2016. En algún punto de la conversación, ella me envió tres enlaces distintos: cada uno remitía a una parte de lo que podríamos llamar una especie de “miniserie documental” sobre la vida de Pacheco Beltrán, titulada Dos relámpagos al alba. En el contenido, Verónica Romero, la compañera de vida y madre del hijo y de las hijas del comunicador, señala que él era ingeniero industrial, egresado de la Universidad Autónoma del Estado de México. Inesperadamente, para los que pensamos que existe una vida entrelazada con el periodismo desde la infancia del colega, Francisco y Verónica compraron una gran cantidad de madera para empezar a dedicarse a la carpintería; sin embargo, un día él le dijo: “¡Vamos a hacer un periódico!” De este modo, Francisco Beltrán empezaría a colaborar con amigos, algunos de los cuales solían emplear máquinas de escribir para redactar sus notas y sus columnas. El periódico recibió el nombre de El Panorama Guerrerense, que después de un tiempo cambió su nombre a El Foro 2000.

Francisco optó por la “profesionalización” de su oficio y decidió estudiar comunicación y periodismo en la Universidad Nacional Autónoma de México. Presentó el examen de admisión y lo aprobó; entonces comenzaría una formación que le proporcionaría las herramientas para adentrarse, mucho más a fondo, en el periodismo de investigación y en el periodismo de opinión.

Algo que llamó muchísimo mi atención es el hecho de que Priscilla tiene una memoria de lo que vivió con su padre que se podría catalogar como inusual para cualquier niña, niño y/o adolescente. Ella le dijo: “Papá, allá hay una persona muerta”. Ambos iban en el interior de un Volkswagen, que en México es conocido como “Vocho”. Don Francisco Beltrán conducía y ella lo acompañaba, recorriendo la carretera Iguala-Taxco. No obstante, regresaron a aquel punto. Él le dio una pequeña cámara digital y le dictó algunas instrucciones: “Agárrala bien y enfoca, acércate y enfoca bien”, mientras dirigía su mirada hacia el cuerpo que yacía en el pavimento. Durante el transcurso de nuestra plática Priscilla dijo algo que me dejó pensando muchísimo: “Mira, hablar de lo que nadie quiere hablar siempre es incómodo. He pasado mucho por eso. Hay un claro problema: siempre hay intereses económicos y políticos”. Tal vez sea verdad. El trabajo de Beltrán estaba repleto de sátira y humor; él era tenaz y no le tenía miedo absolutamente a nada. Se dice que los políticos sentían pena por ser exhibidos por él y se burlaban entre ellos de lo que éste solía escribir sobre sus figuras de poder.

Pacheco Beltrán nunca confesó a nadie si recibía amenazas por causa de su trabajo. Ninguno de sus familiares pudo confirmarlo, pero hay indicios de que él actuaba como si supiera que en algún momento iba a morir. “Vamos a bailar tango”, le dijo a su esposa. Esa fue la última vez que lo hizo y nadie lo imaginó.

Tiempo después de su muerte, integrantes de la familia del periodista sufrieron un intento de atentado en su hogar: Priscilla logró visualizar, por medio de una ventana, la sombra de alguien. Vivía alerta y ecuánime; su madre, Verónica, cerró la puerta principal y con ayuda de su hija colocó un sillón allí para bloquear el acceso. También escuchó el “chic-chic”. Era real, ese sonido solamente podía provenir de un arma. Ambas se encerraron en el baño. En ese momento, la familia de Beltrán solía recibir protección de la Policía Federal, pero esa ocasión los integrantes de la unidad se habían ido a cenar. “¿Qué nos quieren hacer? Si ya mataron a Francisco, ¿qué más quieren?”, se pregunta Verónica.

En México, desde el año 2000 hasta la fecha —octubre de 2024—, Article 19, una organización independiente y apartidista de corte internacional, que defiende el derecho a la libertad de expresión y de prensa, así como el derecho al acceso a la información, ha registrado el asesinato de 167 comunicadores y comunicadoras; del mismo modo, la desaparición de 34 relacionada con su labor informativa. Simultáneamente, en 2023, datos de la Campaña Emblema de Prensa confirmaron que México era el segundo país más mortífero para el periodismo, después de Palestina, un territorio atravesado por el genocidio.

Sin embargo, los datos duros no reflejan, a ciencia cierta, la realidad. Sólo los casos concretos y su análisis a fondo ayudan a comprender la razón por la que estos periodistas fueron silenciados. “¿Por qué intentan hacerles daño a los colegas, por qué los matan?”, “¿quiénes están al frente y detrás de todo esto, y quiénes están coludidos con ellos?”, son preguntas puntuales y sin respuesta, tal vez abstractas para entender la dimensión de la problemática. A veces se afirma que los responsables de esas muertes son el narcotráfico, pero también los gobernantes, y que las fiscalías y los ministerios públicos están sumergidos en este juego de poder que permite la impunidad. Otras veces se asegura que se trata de ajustes de cuentas, que el comunicador o la comunicadora “se metió donde no debía hacerlo”. Pero nada termina por explicar tantos años de violaciones sistémicas dirigidas hacia quienes ejercen la democracia mediante el periodismo.

El caso de Francisco Pacheco no es aislado; más bien es paradigmático: no sólo se trató de silenciar su voz, sino también la de su familia. En nuestra conversación, Priscilla me contó de una serie de sucesos de los cuales las autoridades correspondientes conocieron; sin embargo, su inacción fue intermitente: primero, un hombre en una motocicleta que la hostigaba y la seguía. Se trataba de un individuo con características similares a las del sujeto que, un día antes, rondaba por su domicilio y por el de su hermano, los cuales son distintos; segundo, la omisión de la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos Cometidos contra de la Libertad de Expresión. Cabe destacar que la Comisión Nacional de los Derechos Humanos emitió la recomendación 072/2017, cuyo contenido sustancial le otorga la calidad de víctimas directas al círculo familiar más cercano de Francisco Pacheco Beltrán y también se reconoce una serie de violaciones sistemáticas a derechos humanos por parte del entramado institucional del Estado en este caso.

Sin embargo, haciendo eco en las reflexiones de Alejandra Ibarra Chaoul, saber todo esto me deja preguntándome algo constantemente: ¿por qué México, una república democrática y liberal, con todos los avances legislativos y sin prohibiciones que limiten la libertad de expresión, sin políticas que busquen eliminar a la prensa, es el segundo país más mortífero para hacer periodismo? A veces resulta complicado darnos cuenta de que este tipo de problemáticas ya rebasaron la realidad jurídica. Entonces, ¿cómo tomar una postura, involucrarse, deja de ser una sentencia de muerte? Tal vez tendríamos que expandir nuestra lente y nuestra visión: una gran cantidad de reporteros, columnistas y fotoperiodistas son civiles que se dedican a exteriorizar el conocimiento y sus opiniones, visibilizar las problemáticas comunitarias y fomentar la participación de la gente. Una inundación los afecta, los inhibe y les molesta, porque son parte de la comunidad; la inseguridad les afecta porque son ciudadanos. Son cotidianos e inofensivos, pero letales para los intereses del poder. Y quizá lo que resulta escabroso no es tanto la información, ni los textos ni las fotografías que difunden, sino lo que representan para la colectividad y lo que pueden lograr con su voz.

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