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Las dos guerras

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Las dos guerras

Óscar Gastélum continúa sus reflexiones en torno al conflicto entre Rusia y Ucrania y se sirve de ellas para presentarnos un escenario histórico y político mucho más amplio.


“I absolutely refuse to associate myself with anyone who cannot discern the essential night-and-day difference between theocratic fascism and liberal secular democracy, even less do I want to engage with those who are incapable of recognizing the basic moral distinction between premeditated mass murder and unintentional killing.”Christopher Hitchens

La invasión de Ucrania ha producido una condena prácticamente unánime a nivel global, en parte porque se trata de un conflicto sin ambigüedades morales. Por un lado hay un régimen dictatorial corrompido hasta la médula y encabezado por un tirano diabólico, y del otro una democracia, imperfecta pero pacífica y entrañable, que lucha por su libertad y soberanía contra un agresor mucho más poderoso. Pocas veces el mundo ha atestiguado un atropello tan obvio, o un choque entre el bien y el mal tan prístino. Pero a pesar de todo esto, la propaganda rusa ha logrado contaminar el discurso público con mentiras obscenas y con su especialidad: las falsas equivalencias morales. Putin y su régimen siempre se han especializado en lo que los anglos bautizaron como “whataboutismo”, una variante de la clásica falacia “tu coque” que consiste en acusar al adversario de hipocresía sin refutar su argumento original. “Sí, pero el PRI robó más”, es un ejemplo muy sobado de este sofisma, y cualquier lector mexicano lo reconocerá instantáneamente.

En este caso, tanto el régimen putinista como sus propagandistas a sueldo y tontos útiles (y en este último grupo hay gente que trata de ejercer su escepticismo de buena fe pero termina descendiendo al cinismo nihilista, al conspiracionismo y a la apología del crimen), suelen acusar a Occidente de hipocresía, echándole en cara sus propios crímenes y errores como si estos justificaran el asesinato indiscriminado de civiles ucranianos. El ejemplo más socorrido, y el más efectivo, es el de la segunda guerra de Irak, esa que George W. Bush y sus vaqueros neoconservadores acometieron irresponsablemente hace ya casi dos décadas. Según esta trillada línea de ataque, Occidente no tiene autoridad moral para cuestionar o combatir a Putin, pues no reaccionó con la misma indignación frente a la invasión de Irak. Dice Savater que la estupidez suele manifestarse como una incapacidad para ver matices o detectar diferencias en situaciones engañosamente similares. Pues mientras una persona inteligente puede ver a simple vista divergencias muy sutiles, un tonto es incapaz de notarlas hasta en las situaciones más dispares. Analicemos y comparemos pues ambos conflictos armados, a ver si es cierto que se parecen tanto.

Para empezar habría que recordar que, frente a la segunda guerra de Irak, Occidente no fue un monolito. La mayoría de los países europeos, incluyendo a Francia y a Alemania, se negaron terminantemente a apoyar a EEUU en una aventura militar que a primera vista les pareció un error peligroso y absurdo. Y buena parte de la sociedad civil occidental se opuso recalcitrantemente a la guerra desde el primer instante. Yo lo sé muy bien porque mientras vivía y estudiaba en Londres, y a pesar de que el gobierno británico fue uno de los pocos que decidió aliarse con Bush y compañía, participé en la manifestación antibélica más grande de la historia (de la ciudad y del planeta). Un evento global que se llevó a cabo simultáneamente en las principales capitales del mundo. Y la disidencia no paró ahí sino que con el paso del tiempo  fue creciendo exponencialmente, sobre todo dentro del propio EEUU. ¿Por qué? Porque así funcionan las sociedades abiertas, gracias a la libertad de expresión, al activismo de la sociedad civil y a una prensa libre y alerta. En contraste, mientras escribo esta líneas, me llega la noticia de que el 83% del pueblo ruso, sometido a un lavado de cerebro constante, apoya ciegamente el crimen contra la humanidad que su zar está cometiendo en Ucrania.

Pero antes de analizar las diferencias entre la prensa occidental y las letrinas propagandísticas rusas, hablemos de los argumentos que cada gobierno esgrimió para justificar su guerra. Bush, Cheney, Rumsfeld y compañía, argumentaron que era necesario y urgente invadir Irak porque el régimen de Sadam Husein tenía armas de destrucción masiva. Mientras que Putin ofreció un potaje de disparates obscenos: Ucrania no es un país real. Ucrania está gobernada por una pandilla de neonazis. Yo no quería pero la OTAN me provocó, etc. Jamás sabremos si la administración Bush mintió intencional y cínicamente o si sus principales funcionarios decidieron creerse los cuestionables y endebles reportes de inteligencia sobre el supuesto arsenal de Husein porque estaban totalmente predispuestos en contra del tirano iraquí. Lo que sí sabemos es que el general Colin Powell murió profundamente arrepentido de haberse prestado a presentar el caso a favor de la guerra ante el Consejo de Seguridad de la ONU, una decisión que dejó una mancha indeleble en su legado. 

Por su parte, las justificaciones de Putin son una burla, un escupitajo en la cara que ni siquiera se esfuerza por ser creíble. Ucrania no es un invento de Lenin, sino un país muy real, soberano, independiente, con todo el derecho del mundo a la autodeterminación y lleno de hombres, mujeres y niños de carne y hueso que no merecen el sufrimiento que se les ha impuesto. En cuanto al cuento del neonazismo, vale la pena recordar que el presidente Zelenski es judío (descendiente de sobrevivientes del Holocausto) y que ganó su elección con más del 70% de los votos, mientras que en los mismos comicios el partido de ultraderecha ni siquiera alcanzó el umbral de 2% que necesitaba para mantener su registro. Ya quisieran países como Francia, Italia, Austria y hasta la propia Alemania que sus partidos fascistas tuvieran tan pocos adeptos. Y en honor a la verdad, hay que decir que si existe un régimen en el mundo que merece ser comparado con los nazis, es precisamente el putinista.

Volviendo a la cuestión de qué tan diferente es la información en una sociedad abierta y en una dictadura postfactual, mientras las letrinas propagandísticas rusas están al servicio del Kremlin y su única misión es ofuscar la verdad, sembrar desinformación y generar confusión y caos, valiéndose de influencers, charlatanes y perdedores que se creen periodistas, la prensa occidental, sin ser perfecta, aspira a descubrir la verdad, esa es su misión y su más sagrado ideal, y para lograrlo se autoimpone sólidos estándares periodísticos, invierte en ejércitos de “fact-checkers” y contrata a periodistas profesionales formados en las mejores universidades del mundo. Además, los medios occidentales compiten entre sí y se verifican mutuamente, pues exponer el error de un competidor puede acarrear un Pulitzer. En ese sentido la prensa se parece mucho a la comunidad científica pues ambas son parte de lo que Jonathan Rauch bautizó como la “reality-based community”. La invasión de Irak siempre estuvo bajo la lupa de esa prensa profesional y crítica, y fueron los periodistas occidentales quienes a cada paso revelaron los fracasos y escándalos de la guerra, desde la inexistencia de armas de destrucción masiva hasta las torturas de Abu Ghraib.

Pasemos al tema más delicado: las víctimas. Durante la invasión de Irak perecieron decenas de miles de civiles inocentes, pero la mayoría murieron en el fuego cruzado y los atentados terroristas de las sanguinarias insurgencias sectarias que surgieron tras la caída del régimen de Husein y que se trenzaron en una espeluznante guerra civil. Uno de esos grupos insurgentes, por cierto, terminó convirtiéndose en ISIS. Y en los casos en los que EEUU provocó directamente la muerte de civiles, casi siempre se trató de un trágico error: bombas inteligentes que resultaron idiotas o alguna confusión provocada por la niebla de la guerra.  Yo sé que ese no es ningún consuelo para la gente que perdió la vida o quedó marcada para siempre, ni para sus familiares y seres queridos, pero la intencionalidad es un factor esencial para asignar responsabilidad legal y moral. Por eso el asesinato imprudencial no merece el mismo castigo que el premeditado. 

Rusia, por otro lado, no mata civiles por error sino con premeditación, alevosía, ventaja y hasta sadismo. El bombardeo indiscriminado de ciudades y la destrucción intencional de hospitales es parte esencial de su estrategia bélica desde hace décadas. Los crímenes de guerra que estamos atestiguando en urbes como Mariupol o Járkiv son una siniestra calca de los cometidos en Alepo y Grozny. Y los estremecedores testimonios que están emergiendo de Ucrania y que incluyen violaciones tumultuarias, el abuso sexual de mujeres frente a sus hijos o la profanación de cadáveres (atropellándolos con tanques), confirman que los soldados de Putin tienen más en común con las hordas de Tamerlán que con un ejército profesional y moderno.

 Y las diferencias no acaban ahí: Husein era un tirano sanguinario que trató de cometer un genocidio contra el pueblo kurdo usando armas químicas, y que ya había tratado de invadir a uno de sus vecinos. Mientras que Ucrania es una democracia imperfecta pero con firmes aspiraciones europeas y comprometida con la modernidad. En un principio la inmensa mayoría de los iraquíes recibió a los soldados norteamericanos como liberadores, mientras que los ucranianos rechazaron y combatieron a sus invasores desde el primer instante. Hoy, la invasión de Irak es unánimemente condenada como un error garrafal que desestabilizó a Medio Oriente, dañó la imagen de EEUU frente al mundo, debilitó el orden liberal internacional y provocó un tsunami de consecuencias imprevistas que siguen afectando nuestras vidas. Pero nadie hizo una crítica más severa y productiva de esa guerra que Occidente, a través de su prensa, sus intelectuales y su sociedad civil. Aunque también hay que reconocer que muchas veces esa sana autocrítica degeneró en histeria masoquista.

Sí, EEUU y Reino Unido cometieron un error garrafal hace veinte años, pero si hoy guardaran silencio y se cruzaran de brazos frente al crimen que están cometiendo Putin y sus esbirros, no expiarían esa culpa sino que cometerían otro pecado imperdonable, esta vez por omisión. El orden global liberal que EEUU y sus aliados construyeron durante décadas no es perfecto, pero instauró un periodo de paz y prosperidad inédito en la historia. A la hora de evaluarlo, y atacarlo o defenderlo, no debemos compararlo con un orden internacional ideal e imaginario, sino con las alternativas realmente existentes. Los tontitos “antiimperialistas” y antiamericanos que simpatizan con cualquier régimen que se oponga a Occidente, no tienen ni la menor idea de lo que sería vivir en mundo dominado por monstruos como Putin o Xi. Ojalá nunca tengan que averiguarlo…

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