Llevar a otros a donde no creían posible llegar

El liderazgo es un tema central en el ejercicio de la abogacía. Adolfo Ruíz Guzmán comparte sus reflexiones sobre este importante tema en el que poco se repara en el gremio jurídico, pero que puede ayudar a transformar positivamente nuestro entorno.


Cuando hablamos sobre liderazgo estamos acostumbrados a las típicas definiciones que se refieren a alguien que lleva la batuta de un grupo de seguidores que persiguen un fin determinado o un objetivo común, empleando recursos, generalmente limitados, en un plazo previamente acordado.

Ésta es una definición pobre, porque no considera factores necesarios para la persona, como la inspiración, la motivación, el acompañamiento; ni siquiera un componente ético o moral. Quien aspire a ser líder debe buscar sobrepasar los estándares porque, al final, lo que realmente debe procurar es llevar a otros a donde no creían posible llegar.

Sin duda, hemos visto el crecimiento de muchos liderazgos tóxicos sustentados en las figuras jerárquicas de las empresas e, incluso, de las familias. Eso no ha generado nada positivo porque hay una crisis muy fuerte en los tiempos modernos; además, poco a poco el factor humano ha perdido importancia en la ecuación del progreso.

Las corporaciones pierden de vista el verdadero factor de su éxito: su gente con talento, capaz de hacer que las cosas sucedan, generadora e impulsora de las grandes transformaciones. 

Sin embargo, las personas somos cada vez más prescindibles; somos reemplazables en cualquier momento. Incluso hasta por factores como la supuesta eficiencia, por medio de la cual se busca optimizar el gasto sin importar sobrecargar a los equipos o incorporando talento de poca monta porque es “más barato”.

Hay grandes contradicciones en las empresas que poseen certificaciones de calidad por ser lugares destacados para trabajar. No obstante, sin ánimo de evidenciar marcas específicas, aquellas certificaciones no reflejan lo que buscan avalar.

En una organización sana no deberían permitirse humillaciones, vejaciones, insultos, chismes o calumnias, sin importar si provienen de la máxima figura de autoridad o de los pares. Debe prevalecer el respeto a la dignidad de la persona, por encima de cualquier cosa, incluso de las jerarquías.

Al final, todo lo anterior es reflejo de un liderazgo deficiente. Si bien son fundamentales los resultados, el cumplimiento de los objetivos y el logro de las metas, si no cuidamos la forma en que manejamos a nuestros equipos, estaremos destinados al fracaso. El factor humano es el único agente del éxito, progreso y crecimiento. Para ser claros, sin personas no hay organizaciones.

Ahora, ¿qué debemos hacer? Es muy sencillo: señalar las faltas y las omisiones de las personas que no han tenido la suficiente inteligencia emocional para ocupar cargos de responsabilidad o de quienes les ha costado llegar a la posición que ocupan, olvidándose de dónde vienen.

Partamos de un supuesto: para poder aspirar a un puesto de liderazgo es necesario tener un autoconocimiento profundo. Diríamos coloquialmente: saber de qué pie cojeamos. Esto nos dará una paz que seremos capaces de irradiar hacia los demás porque hemos encontrado nuestro centro, como consecuencia de un arduo trabajo de introspección, lo cual se reflejará en la congruencia entre nuestro decir y nuestro quehacer.

Los filósofos clásicos afirman, sobre la congruencia, que es necesario encontrar la unicidad en las personas para que nuestro intelecto nos permita descubrir la verdad y la bondad —la belleza ya sería mucha ambición— en ellas y, por medio de la voluntad, generar un vínculo centrado en la confianza. Recordemos que muchas personas necesitamos ese sustento, muchas veces inconsciente, para poner nuestra confianza en los demás.

El siguiente paso: un verdadero líder vive con humildad, la cual no debe confundirse con un nivel socioeconómico, sino entenderse conforme a su verdadera acepción: del latín humus, “tierra”, lo que invita estar plantado en la tierra, o, como se dice coloquialmente, tener los pies en la tierra

La madre Teresa de Calcuta hace dos reflexiones sobre ello. La primera, la humildad es “la madre de todas las virtudes”, porque de ella parten todas las demás, y con base en ella sabrás quién eres y los comentarios de la gente no te afectarán, sean positivos o negativos. La segunda, la humildad es lo que es, lo que nos permite reconocer todas nuestras posibilidades, pero también todas nuestras carencias, y nos ayuda a vivir en paz con nosotros mismos.

Con lo anterior en mente, me gustaría proponer un nuevo modelo de liderazgo, el cual he construido gracias a mi experiencia impartiendo clases, a mi vida profesional y a mis vivencias.

Un ejemplo de lo anterior es el miedo, que si bien puede paralizarnos, también, al dialogar con él, se convierte en el mejor de nuestros aliados. La transformación da espacio a todo nuestro ser, sin juzgar ni recriminar; simplemente es buena porque existe, pero debe ser orientada. Debe, como sentencia el título de esta colaboración, llevar a todos a donde no creían posible llegar. Es una gran ambición siquiera aspirar a eso, porque debe acompañar, aconsejar, orientar, motivar e incluso retar a lo establecido. Implica detonar todas las potencialidades para conquistar la autoestima al alcanzar las metas propuestas.

El líder marcará la diferencia entre sus colegas, porque tendrá la sensibilidad para comprender que, antes de cualquier cosa, es una persona con todo un bagaje cultural, anhelos, sueños, ambiciones, temores, filias y fobias. Debe tocar a las personas en sus esferas más íntimas para caminar juntos en la consecución de los fines comunes porque es tal su vínculo de confianza y lealtad que será inquebrantable.

Transmitirá la pasión por hacer la diferencia, por imprimir una huella o, al menos, comenzar la siembra de lo que otros cosecharán. Sin pasión, el ser humano es una máquina sujeta al statu quo. Por otro lado, alguien que vive con pasión no encontrará barreras u obstáculos para pensar fuera de la caja, como se dice ahora.

Si bien es un proceso, se requiere tiempo para que, poco a poco, todos alcancen su potencial de servicio para inspirar a otros. Implica entender las dimensiones que conforman a las personas para ayudarlas a encontrar su centro, con base en estas facetas: mente, cuerpo y alma.

Un líder buscará despertar en otros su capacidad creativa para la resolución de problemas, para generar acuerdos y encontrar luz donde había oscuridad. No teme compartir su conocimiento porque sabe que está procurando formar a las personas bajo la siguiente premisa: los líderes forman a sus semejantes y los mejores deben educar a los mejores; no por petulancia ni por arrogancia, sino por el afán de sacar la mejor versión de la gente.

Es inconcebible el liderazgo sin el servicio y la entrega. La madre Teresa afirma que “quien no vive para servir, no sirve para vivir”. Eso nos falta entender como país, pues no sabemos trabajar en equipo, lo que genera una concepción errónea de nuestro concepto de nación. Hay que poner el acento en aquellos elementos que nos unen y no en los que nos dividen.

Una de las tareas fundamentales de un liderazgo eficiente radica en ofrecer fortaleza y sentido ante las dificultades, pues en las circunstancias más complicadas se ponen a prueba todas nuestras capacidades, en especial la resiliencia para salir adelante y demostrar nuestra capacidad de adaptación para mantenernos a flote.

Es una apuesta un poco temeraria, pero cuando alguien que aspire a encabezar un equipo logre guiarlo a un puesto seguro, ese grupo será invencible.

Es un gran reto, pero es bueno lanzarlo: ¿eres capaz de llevar a otros a donde no creían posible llegar?

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