Desde su visión personal y su extensa trayectoria en el Poder Judicial de la Federación, entre otros temas, el ministro Luis María Aguilar recuerda los retos a los que se enfrentó en su actual encargo y expone aquellos que tiene que superar el PJF para mantener su independencia.
¿Qué lo motivó a dedicar su vida profesional al servicio público y a hacer una carrera en el Poder Judicial?
Luis María Aguilar – No fue tan complicado. Mi abuelo y mi papá fueron abogados. Mi papá se fue de Yucatán a la Ciudad de México a estudiar porque tenía problemas en la Universidad de Yucatán, y empezó a trabajar en los juzgados de distrito de la ciudad y después fue secretario de un tribunal colegiado y de la Suprema Corte. Yo estudié con los maristas en el Centro Universitario México. Cuando yo estaba listo para ingresar a la universidad, la unam cerró sus puertas debido al movimiento estudiantil de 1968. Mi papá me dijo que, a través de un amigo suyo, me conseguiría un trabajo como mecanógrafo en un tribunal, para que aprendiera la terminología jurídica y me familiariza con los expedientes penales. Entonces entré a trabajar a un tribunal colegiado en materia civil como mecanógrafo. Posteriormente, ya cuando tuve que tomar la decisión definitiva de estudiar derecho o alguna otra carrera, me acuerdo que, junto con mi prima hermana, me fui a inscribir porque teníamos que presentar un examen de admisión.
Estaba muy tentado a estudiar medicina porque me gusta mucho (la entiendo bastante y me gusta platicar con médicos, quienes gentilmente aseguran que también les gusta platicar conmigo, pues al parecer entiendo la materia), pero al final me decidí por estudiar derecho, impulsado por los antecedentes que tenía en mi familia y por mi trabajo en el tribunal.
Cuando me recibí, un juez de distrito, que después fue ministro, Juan Díaz Romero, me invitó a entrar no exactamente en su juzgado sino en un juzgado de distrito en materia administrativa. Entonces seguí en la carrera judicial. De ahí pasé a ser secretario de tribunal colegiado y luego, a los 26 o 27 años, me fui a trabajar a la Suprema Corte como secretario de Estudio y Cuenta. Cuando cumplí los 30 años me nombraron juez de distrito. Mi carrera judicial se fue enfilando. Yo era muy joven cuando me encomendaron la tarea de fundar el Juzgado Segundo de Distrito en Cuernavaca. Ahí estuve un año y luego vine a la Ciudad de México a trabajar en un juzgado de distrito administrativo. Cuando cumplí 35 años me nombraron magistrado —entonces no existía el Consejo de la Judicatura y la decisión de mi nombramiento recaía en un pleno de 21 ministros de la Suprema Corte—. Como magistrado fundé el circuito de Guanajuato y fortalecí la materia administrativa en Guadalajara. Después me enviaron a Toluca y, finalmente, a la Ciudad de México, al primer tribunal colegiado en materia administrativa, donde laboré más de 20 años. Entonces la Suprema Corte me propuso y me nombró como consejero de la Judicatura Federal. Al día siguiente de haber terminado ese encargo, el Senado me nombró ministro de la Suprema Corte. La mía ha sido una trayectoria de muchos años de servicio: si sumamos el tiempo que fui mecanógrafo y secretario, actualmente cumplo prácticamente 55 años de servicio.
¿Cómo vivió ese largo y demandante camino? ¿Qué aspectos podría destacar?
Luis María Aguilar – Uno se da cuenta de que la función del juzgador federal es muy importante. La justicia federal defiende los derechos de las personas frente a la autoridad. Las personas demandan a las autoridades en el juicio de amparo. Para mí ha sido muy satisfactorio que mi carrera me permita defender los derechos de las personas ante la autoridad, que es la que, por lo común, tiende a violarlos de la manera más autoritaria que puede hacerlo. No obstante, para eso están los tribunales federales y la Constitución: para interceder por ellos.
Usted ocupó puestos importantes en el Poder Judicial muy joven. ¿Qué desafíos enfrentó al asumir responsabilidades tan importantes en una etapa muy temprana de su carrera?
Luis María Aguilar – Lidiar no únicamente con responsabilidades jurídicas, sino con el equipo de trabajo, que está formado por seres humanos que tienen cualidades y defectos. Hay que saber ser líderes que sepan dar el ejemplo y guiar, no capataces que amenacen o que tengan subyugados a sus empleados.
Durante su gestión como presidente de la Suprema Corte de Justicia y del Consejo de la Judicatura Federal, ¿cuáles fueron sus logros más significativos para fortalecer el sistema judicial de México?
Luis María Aguilar – Yo creo que la independencia. La independencia es la clave de un tribunal cualquiera y, por lo tanto, la característica más importante, si no la clave, de cualquier juzgador. Lo he dicho muchas veces: “El que no es independiente es el mandadero de alguien” y alguien le dice qué hacer; pero eso no es un juez. Un juez no puede estar atenido a esperar a que alguien le diga qué hacer; el juez debe ser absolutamente independiente, tercamente independiente, absolutamente frente a todos y ante todos. El juez tiene que enfrentarse a las presiones o a lo que le quieran decir quienes no comulguen con sus decisiones y eso no le debe importar. Esta Constitución que está aquí arriba de mi librero es la única que nos debe decir cómo hacer las cosas. Yo jamás le pedí a un juez o a un magistrado que tomara una decisión porque a mí me parecía que debía hacerlo de un modo o de otro. Porque entonces yo habría formado a un mandadero y no a un juez. Nunca le hablé a un juez ni a un magistrado para intervenir en sus decisiones. Los casos de los que se hiceron cargo siempre estuvieron bajo su absoluta responsabilidad y si lo hacen mal algo incorrecto se les tenía que sancionar. Yo tuve la oportunidad de sancionar a muy pocos por esa circunstancia. Fueron unos ocho o nueve entre 1,700 jueces y magistrados. Y a esos ocho o nueve no se les toleró ningún acto indebido. Por otra parte, participé en la instalación del nuevo sistema de justicia penal acusatorio, en materia federal, en toda la República, para lo cual construimos más de 30 centros de justicia penal, en poco más de año y medio, en toda la República: en Tijuana, en Yucatán, en la Ciudad de México, en Querétaro.
¿Cuál es su legado más perdurable en términos de reformas o cambios institucionales en el sistema judicial mexicano?
Luis María Aguilar – Muchas reformas que se hicieron desde 1995, sobre todo en materia de informática, de acceso a la información de la Suprema Corte, de disciplina, de independencia de los jueces y, además, de todas las cuestiones de infraestructura, como los centros de justicia penal.
Concretamente en la labor jurisdiccional, haber propuesto resoluciones que realmente eran fundamentales para el país y para las personas. Yo propuse algunas, aunque no todas se aprobaron por falta de votos suficientes. Una, por ejemplo, fue la de la consulta sobre el juicio a los ex presidentes: mi proyecto fue sostener que eso era inconstitucional —entre otras cosas— porque existen hechos constitutivos de un delito que el Código Penal obliga a denunciar. Lo que finalmente sí se aprobó fue lo de la interrupción del embarazo o lo de la objeción de conciencia, o lo de las facultades que se le están dando a los llamados superdelegados en las entidades federativas.
Yo propuse una interpretación pro derechos humanos de la Constitución para evitar que siguiera existiendo la prisión preventiva oficiosa, como se está interpretando ahora, en la que basta que te acusen de uno de los delitos señalados para que te manden a la cárcel sin mayor averiguación. Mi opinión es que, en ese sentido, siempre debe intervenir un juez y el Ministerio Público siempre debe estar obligado a justificar porque una persona tiene que estar en la cárcel, aun cuando el delito que cometió no sea grave, o por qué no, pero que se le explique al juez y sea éste quien lo decida. En ese momento mi interpretación constitucional no se aprobó, pero 15 días después la Corte Interamericana de Derechos Humanos me dio la razón y ahora tenemos pendiente el cumplimiento de esa resolución que finalmente va acorde con lo que yo le proponía al pleno en ese momento.
¿Cuál fue su enfoque en torno a la modernización y la eficiencia del Poder Judicial durante su gestión?
Luis María Aguilar – La tecnología digital es un instrumento de comunicación con las personas, los ciudadanos, que les permite defender mejor sus derechos. Por eso yo propuse, desde el principio de mi participación directa en la Corte, en 1995, la creación de la página web y el ingreso al Semanario Judicial de la Federación para su consulta; me tocó crear, por encargo del pleno, las reglas de operación de la firma electrónica, que es muy útil para poder acceder a ese medio. Inclusive el Sistema Integral de Seguimiento de Expedientes (SISE), donde se digitalizan los expedientes, permite que uno pueda consultar el documento del asunto que uno quiera, inclusive físicamente; corroborar firmas, sellos y todo. Todo esa es una cuestión de modernidad digital que, por supuesto siempre, requerirá más avances y, sobre todo, que todos esos expedientes sean de más utilidad para las personas. Ya se puede promover el juicio de amparo en línea y darle seguimiento en el sise; eso es una maravilla. Antes, cuando alguien promovía un juicio en México, el abogado de Tijuana debía tener un encargado aquí que le diera cuenta que vino a ver las listas y el asunto e informarle cómo estaban las cosas.
¿Cuál es el mayor desafío que ha enfrentado en su carrera y cómo lo superó?
Luis María Aguilar – Lo sigo superando: el mayor desafío es la independencia. Para que yo esté a gusto con mi propia labor necesito independencia; la corrupción tiene una doble consecuencia: impide que uno sea independiente y que posteriormente sea señalado por aquello que hizo. En las oportunidades que me ha dado la vida en el Poder Judicial, como oficial mayor, como consejero de la Judicatura Federal, donde presidí la Comisión de Administración cuatro años, y como presidente de la Suprema Corte y del Consejo de la Judicatura Federal, si yo hubiera querido, hubiera podido hacerme de dinero indebido a través de moches (los porcentajes que luego las empresas ofrecen para que puedan ganar un concurso). Afortunadamente desde niño me enseñaron a ser cuidadoso, a que honrara mi actividad y mi trabajo. Eso me da mucha tranquilidad.
En mi tesis profesional afirmé que era mi compromiso, de entonces en adelante, “dar a cada quien lo que le corresponde”; para ello, agregué, “empeño la tranquilidad de mi conciencia como meta única de la verdadera felicidad”. Uno no puede estar feliz si no tiene tranquilidad de conciencia, si está haciendo cosas indebidas, porque siempre estará con el temor de que lo descubran y le echen en cara su falta de ética. Si uno actúa bien, no importa si no se hace rico, si no es un agente con muchos recursos. Actuar bien me ha ayudado a construir un prestigio por el que me han reconocido nombrándome consejero de la judicatura, ministro y ministro presidente. Con esa tranquilidad de conciencia uno puede enfrentar todos los retos.
Ministro, ¿cuáles son los retos más importantes que enfrenta el Poder Judicial y, en particular, la Suprema Corte?
Luis María Aguilar – Mantenernos independientes. No es fácil, pues los tiempos son complejos. Y hay intenciones de que los jueces y los ministros de la Corte no seamos totalmente independientes, sino que atendamos otros intereses que realmente no son los de la Constitución y los de la ley. No es tan difícil lograr ser independientes mientras tengamos cualidades de tranquilidad y buena conducta, pero es un reto permanente. Si en la televisión alguien dice que uno es esto o aquello y que ha hecho o deshecho tal o cual cosa, realmente eso no debe constituir una presión para nosotros. Son dichos y ya. Un amigo periodista me dijo que no me había visto hacer declaraciones a la prensa y que no me estaba confrontando con los políticos. Pues no, no lo necesito. ¿Para qué desmentir a una bola de nieve que va creciendo?
¿Cómo ve el papel de la Corte en el contexto político y social de México?
Luis María Aguilar – Fundamental. Si no hay Suprema Corte independiente que haga respetar la Constitución y, por lo tanto, los derechos humanos, porque eso es finalmente lo importante, accederíamos a una etapa de autoritarismo irremediable, porque sería una sola persona la que decidiría todo. Los ministros no somos actores políticos; por eso no podemos ni debemos salir a hacer declaraciones o a enfrascarnos en confrontaciones. Nuestras decisiones son las que marcan el camino.
Ministro, ¿quiénes son sus héroes en el ámbito jurídico?
Luis María Aguilar – No son muchos, pero sí son varios. En la Independencia, José María Morelos, que estableció las bases del sistema jurídico constitucional de México; en el aspecto judicial destaca su famosa frase: “Que todo el que se queje con justicia tenga un tribunal que lo escuche, lo ampare y lo proteja contra el fuerte y el arbitrario”. Esa es precisamente la función del Poder Judicial Federal que a Morelos imaginaba. Como dato adicional, les comparto que el primer presidente de la Suprema Corte se llamó Miguel Domínguez, esposo de Josefa Ortiz de Domínguez. El señor tenía sus propios méritos.
También juristas como Héctor Fix Zamudio, un agente extraordinario. Él ideó, por ejemplo, la existencia de los tribunales colegiados. La Corte estaba excedida de trabajo. Seguramente ustedes han escuchado sobre el amparo directo y el amparo indirecto. ¿De dónde vienen esas definiciones? Cuando sólo existía la Suprema Corte, como segunda instancia de los juzgados de distrito, el amparo tenía que pasar por un juzgado de distrito, por ejemplo ,y luego ir a la Suprema Corte: ese era un amparo indirecto, porque tenía que pasar por un juzgado y luego a la Corte. El otro, el que se instituye en contra de sentencias de tribunales, iba directamente a la Suprema Corte; no pasaba por un juzgado de distrito, como hasta la fecha, nada más que ahora los amparos van directamente a los tribunales colegiados. Como empezó a crecer el país, la población y los problemas, también empezó a haber cada vez más amparos directos que se acumularon en la Suprema Corte y llegó un momento en que había rezagos de más de 100,000 asuntos que no se podían resolver. Héctor Fix Zamudio, pensando en un esquema parecido al de la justicia estadounidense, sugirió la creación de los tribunales colegiados de circuito para desahogar el trabajo de la Suprema Corte, con el propósito de descentralizar el trabajo y que en los distintos territorios del país pudieran resolverse estos asuntos, para que la gente pudiera estar más cerca de los tribunales donde se ventilaban sus casos.
No puedo dejar de mencionar no sólo a mi padre y a mi abuelo, sino al yucateco Manuel Cresencio Rejón que, siendo gobernador de Yucatán, propició en la Constitución local la creación del juicio de amparo. Él también fue de los próceres más importantes en materia jurídica de una institución mexicana que ha dado la vuelta al mundo y que se ha replicado en muchos países como un sistema de protección de derechos ante los tribunales.
¿Qué consejos le daría a los estudiantes de derecho y a los jóvenes abogados? Y con su salida, parece que la Corte puede perder su carácter de contrapeso. ¿Cuál es el mayor reto al que se enfrenta este poder y cómo superarlo?
Luis María Aguilar – A los jóvenes siempre les digo que se esfuercen, que tengan un comportamiento adecuado, dentro y fuera de su función como abogados. El aspecto de un juzgador, por ejemplo, tiene que ser igualmente respetable, esté en su tribunal o fuera de él: un juez no puede desvincularse de su cargo nada más porque no lo esté ejerciendo; es decir, no puede hacer desfiguros que afecten su credibilidad. ¿Por qué es importante la credibilidad de los jueces? Porque los jueces no somos electos popularmente y todos los días tenemos que ganarnos la legitimación de nuestro trabajo ante los ojos de la ciudadanía. En este sentido, todos los días el juez tiene que ser correcto para que sus sentencias sean creíbles. Yo les recomiendo que siempre tengan una conducta adecuada, que siempre piensen que, aun como abogados litigantes, tienen que ser respetados y respetables para que inclusive la gente les confíe su vida o sus posesiones para su defensa. Si se esfuerzan en tener una conducta de esa naturaleza, no necesitan ser ricos ni tener influencias para llegar a donde quieran. Yo no las tenía, ni era rico: viví en la Narvarte, a un lado del Parque de los Venados, junto a Portales, y llegué a ser presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Al presidente Felipe Calderón, que fue quien me propuso, realmente no lo conozco ni lo conocía. El que me ayudó fue el presidente de la Corte de entonces, el ministro Guillermo Ortiz Mayagoitia, que había sido mi amigo muchos años antes. Él me dijo que el presidente Calderón Hinojosa le había preguntado si el magistrado Aguilar era un agente adecuado para el cargo y le respondió afirmativamente. Me entrevisté una vez con el mandatario en Los Pinos y no lo he vuelto a ver. Al Senado, por mi trayectoria, le pareció que yo podía ser un ministro adecuado de la Suprema Corte.
En cuanto al hecho de que la Suprema Corte ya no tenga esa independencia, es un grave problema para la democracia de nuestro país. Con mi salida se podrían perder los ocho votos que se necesitan para invalidar leyes o actos inconstitucionales; si nombran a alguien en mi lugar que no esté convencido de ser independiente, eso es lo que se podría perder: con siete ministros que digan que la ley es inconstitucional, no pasará nada. Es una barbaridad. A mí sí me preocupa por esta institución y por México. Ojalá que no suceda así; no tiene por qué ocurrir de ese modo. Esperemos que se mantenga el equilibrio que supone la Suprema Corte de Justicia de la Nación.