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Manuel de J. Jiménez: reflexiones en torno a derecho y literatura

Manuel de J Jiménez

Manuel de J Jiménez | Foto: David F. Uriegas ©


¿A qué nos referimos cuando hablamos de derecho y literatura?

Manuel de J. Jiménez – Nos referimos a un movimiento interdisciplinar que inició en Estados Unidos, por lo menos con esa denominación, y que lo que busca es construir vínculos entre el conocimiento jurídico y el mundo del derecho con el fenómeno literario y la literatura. 

¿Por qué estudiar derecho y literatura?

Manuel de J. Jiménez – Estudiar derecho y literatura permite considerar que el abogado no solamente debe saber de leyes sino que tiene el deber de incrustarse en el mundo cultural; en ese sentido, que estudiar derecho y literatura humaniza el derecho y considera otras posibilidades de vínculos con las humanidades, porque si bien es cierto que el derecho tiene interdisciplina con la economía y con la sociología, con las humanidades se ha distanciado. Derecho y literatura es un área de oportunidad para repensar el derecho desde un punto de vista humanístico, social y cultural; hacer un habiz cultural del derecho como quizás quería Paul Kahn. 

¿Qué detonó su surgimiento? 

Manuel de J. Jiménez – Una serie de consideraciones sobre el positivismo y sobre la cultura del formalismo en Estados Unidos, y algunos juristas, ya incluso en las décadas de 1920 y 1930, que empezaron a buscar herramientas para flexibilizar el asunto. No fue sino hasta los años de 1970 que surgió como tal un movimiento más sólido. Hay un autor clave de este movimiento que es James Boyd White con su libro The Legal Imagination.

En América Latina, ¿cómo se ha desarrollado este movimiento?

Manuel de J. Jiménez – Realmente en América Latina y en otros países de Asia y África siempre se ha trabajado el derecho en relación con la literatura; sin embargo, su denominación sí tiene un sentido estadounidense y, si se quiere, colonial. Pero si vemos el trabajo de nuestros juristas, desde el siglo xix con la figura del letrado, y el siglo xx con autores como Niceto Alcalá-Zamora y Jaime García Terrés, podemos percatarnos de que esta área del conocimiento ya se trabajaba. Su denominación como tal sí es estadounidense, pero el fenómeno es más amplio. 

Más allá de la denominación, ¿qué distingue al movimiento derecho y literatura en América Latina del estadounidense?

Manuel de J. Jiménez – Lo distingue nuestra tradición jurídica, que obviamente es muy distinta a la estadounidense. Provenimos de una familia neorromanista, la familia estadounidense es el common law, y eso hace pensar el derecho de manera muy distinta. Nuestra cultura es eminentemente letrada, aunque ahora ya la oralidad tiene un lugar importante. La escritura del derecho ha sido importante en nuestra tradición. 

La figura del letrado permite también, en clave latinoamericana, reconocer autores y fenómenos que son susceptibles de análisis. Podemos pensar en un catálogo de autores en América Latina como César Vallejo, Rosario Castellanos, Pablo Palacio, que no son tan conocidos a nivel internacional, pero que sí tienen algún aspecto jurídico que puede ser analizado.

El derecho y la literatura no se reduce a cuestiones pedagógicas, aunque algunos autores lo han pensado así. La literatura por sí misma puede ser constitutiva del derecho y puede constituir al derecho mismo. En Despertares del tigre planteas que en el siglo XIX mexicano, a la par de la constitución de la República de las Letras, se constituye la República de Política…

Manuel de J. Jiménez – Así es; me inspiro mucho en la idea de La ciudad letrada de Ángel Rama, un libro fabuloso que todos tendríamos que leer. Él habla de la cultura de la escritura, una cultura burocrática, como el pivote de toda la actividad intelectual; de ese modo, como tú bien dices, podemos pensar que la construcción del canon literario, y de las formas literarias, se fue dando paralelamente a la construcción de las instituciones jurídico-políticas.

En este sentido, podemos pensar el asunto más profundamente, a la par de los intentos de distintas constituciones que se fueron promulgando a lo largo del tiempo. Podemos revisar, pues, varias tendencias y corrientes literarias que buscaban dotar de sentido a una literatura nacional, cosa que no se logró sino hasta el siglo xx. 

¿México tiene algún fundamento literario?

Manuel de J. Jiménez – Es una pregunta muy interesante. Yo considero que en un determinado momento también podemos leer la Constitución como literatura. Y en ese sentido podemos hacer un análisis estilístico; podemos identificar las diferentes frases y la fraseología constitucional y ver cómo a lo mejor en el artículo 39 hay una paráfrasis de Rousseau o de fragmentos de la cultura ilustrada, como también hay una serie de cuestiones culturales que se pueden palpar ahí, que tienen un sentido no solamente histórico, sino también literario. Quiero pensar en un texto preconstitucional que desde el nombre nos da una clave literaria y de imaginación: los sentimientos de la nación.

¿Cuál es el estado del arte del derecho y de la literatura en México? 

Manuel de J. Jiménez – Se está consolidando. Hay que hacer un ejercicio de revisión, rastrear a todos estos juristas literatos que desde antes trabajaban derecho y literatura sin saberlo o sin categorizarlo de esa manera. Esta revisión está consolidándose a través de publicaciones, congresos, algunas materias optativas, que van generando una red de investigadores que ya estudian esta rama interdisciplinaria en México y que también lanzan sus lazos hacia América Latina y a otras partes del mundo. 

En el desarrollo de la teoría sobre el derecho y la literatura tú has propuesto algunos conceptos importantes, como iupoética y derecho a la palabra. ¿Qué significa el derecho a la palabra, cuáles son sus alcances y sus limitaciones?

Manuel de J. Jiménez – Ese es un concepto muy interesante que conocí gracias a Rafael Mondragón, un profesor a quien quiero mucho. Se tomó de la antropología y de la sociología, donde ha sido usado pero no con la potencia suficiente desde las perspectivas jurídica y filológica que entraña. Tiene que ver con procesos pedagógicos, pero, sobre todo, con temas de justicia transicional, donde las voces de los oprimidos, de los vejados, de las personas violentadas, no surgen; donde se tiene que hacer un trabajo terapéutico y de escucha para que esas voces surjan y puedan dar un testimonio y decir lo indecible en otros contextos. Ahí surge el derecho a la palabra también desde el punto de vista práctico, terapéutico, con la finalidad de poder narrar las cosas que son importantes para estos procesos con el objetivo de que no vuelvan a repetirse: la garantía de no repetición. 

Las abogacías buscamos la justicia. ¿Podemos encontrarla en la  literatura?

Manuel de J. Jiménez – Sí. Podemos encontrar muchas paradojas de la justicia, problemas de justicia, exigencias de la justicia en la literatura; incluso hay tópicos literarios muy emparentados con la justicia. Quiero pensar en uno muy famoso, que es la justicia poética, que por cierto es el título de un libro muy importante de los estudios de derecho y literatura, escrito por Martha Nussbaum. 

Derecho y literatura y Día de Muertos: ¿qué te viene a la mente?

Manuel de J. Jiménez – Pues creo que esa es una cuestión muy interesante, sobre todo porque la literatura mexicana está muy vinculada con la idea de la muerte y con la idea de un culto; con la fascinación por lo fantasmagórico y lo espectral. En ese sentido, viene a mi mente Pedro Páramo, novela que podría leerse en clave de derecho y literatura justamente dada la relación de esa obra con el Estado revolucionario y con el poder del cacique que pervive. También es posible ver cómo la Revolución y sus ideales, que obviamente son políticos, pero también jurídicos, fracasan. Entonces, Pedro Páramo representa en cierto sentido el pueblo fantasmagórico que sucumbe ante el autoritarismo. Podemos pensarlo de esa manera. No sé. Alberto Vital, el experto, quizás tenga sus reservas, pero se puede hacer una interpretación extensa sobre estos asuntos.

Derecho y literatura y Revolución mexicana

Manuel de J. Jiménez – En este caso viene a mi mente Nelly Campobello. Si bien tiene su lugar en la literatura mexicana y se estudia en la Facultad de Filosofía y Letras, es una narradora a quien mucha gente desconoce. También fue bailarina. Escribió este libro increíble, Cartuchos, una serie de textos muy breves y puntuales, pero que poseen una sensibilidad y una riqueza fabulosas, algunos de los cuales fueron escritos desde la óptica de la niña que atestigua la Revolución desde su pueblo. Creo yo que Campobello descoloca la categoría de novela de la revolución, que fue importante, que buscaba cierta epicidad y que de una u otra manera hacía un elogio de la gesta de los héroes, pero solía ser muy aburrida. Nelly Campobello decía que hablaba como niña y creo que eso le da un toque muy distinto a esa categoría literaria. 

Derecho y literatura y 2 de octubre

Manuel de J. Jiménez – Hablábamos sobre justicia transicional y acerca de los grandes procesos en México en los que ha habido violaciones a derechos humanos, casos que no han quedado completamente esclarecidos. Uno de esos es el del 2 de octubre. Se puede leer mucha poesía política de poetas que en su momento fueron consagrados. Pienso en José Emilio Pacheco, y en Rosario Castellanos con su Memoria de Tlatelolco; entre muchos otros más. Pienso también en los poemas impresos con mimeógrafo, de autoría anónima, satíricos e ilustrados con caricaturas, leídos en voz alta por los estudiantes, poemas que tenían un sentido combativo. Hay todo un fenómeno literario en torno del 2 de octubre y, por supuesto, también algunas novelas importantes sobre el tema.

En nuestro contexto, con la reforma al Poder Judicial, derecho y literatura, ¿para qué? 

Manuel de J. Jiménez – Yo creo que en nuestros países, a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos, donde se busca pensar este binomio de derecho y literatura desde un punto de vista instrumental, con cierto grado de limpieza y de carácter pedagógico, sobre todo en América Latina, queda subvertido porque para entenderlo tenemos que meter a un tercero en discordia: la injusticia. Entonces yo creo que derecho y literatura no puede entenderse en nuestros países si no consideramos el tema de la justicia y la injusticia, con todos sus procesos, no solamente en México, sino en América Latina en general, y en Argentina y Chile, muy en particular.Hay representaciones literarias, críticas, llamados a los lectores sobre lo que estaba pasando en esos lugares y que creo que el derecho tiene que revisar, porque si los abogados se detienen solamente en el expediente, omitirán todo lo que no está ahí pero que puede hallarse en otro lado. Para entender integralmente los problemas de justicia, tenemos que ir a otro lado, salirnos del derecho para después regresar a él. En esa salida, derecho y literatura, incluso derecho y cine, y otro tipo de herramientas, permiten conectar la materia jurídica con otros conocimientos. En realidad, yo creo que derecho y literatura implica una conexión con el ámbito cultural, con las humanidades, con una visión no formalista del mundo. Claro que también puede haber formalismo en la literatura en otras situaciones, pero hay otra manera de contar las cosas y yo creo que eso le hace falta al derecho: contarse las cosas de otro modo.

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