En México deberíamos dedicarnos, única y exclusivamente, a la política. ¿Para qué atarearnos en otra cosa? Nos iría muy bien. O, de perdida, mejor; o en una de esas, hasta menos peor, y chance y hasta regular. A estas alturas ya es evidente que lo único que los mexicanos sabemos hacer bien es política.
(Un “hacer bien” que –se entiende– nada tiene que ver con la idea estúpida de que hacer política propicia el mejoramiento del pueblo ni de la patria ni de nada. No, los resultados serán invariablemente desastrosos para el pueblo y para la patria, pero espléndidos para la industria de la política, que es la única que cuenta. Es una industria que se especializa en crear miles de nuevos ricos pero, sobre todo, millones de nuevos pobres. Mas si esta exitosa producción de pobres no se mantuviera en aumento, ¿quiénes serían los pobres a los que salvarían los políticos? Los pobres son la materia prima de la industria de la política.)
Mientras todos los indicadores se arrastran en la penosa mediocridad, la política alcanza niveles de productividad que baten todos los récords. Las exportaciones, la producción industrial, el tonelaje en los puertos, las patentes, los avances tecnológicos, los niveles educativos, los kilómetros de carreteras construidos, todo puede estar más o menos colapsado o avanzar sólo simbólicamente. Sólo la industria sin chimeneas de la política va en perpetuo e imparable ascenso. Estamos produciendo más políticos per cápita que nunca. No hemos sido capaces de fabricar un aparato de televisión competente, pero retacamos las televisiones que importamos de Corea de políticos que prometen hacer de México un país competitivo.
El inicio de la deprimente temporada de spots pone aún más en evidencia lo anterior. Que los políticos sean tan ineptos, tan desordenados, tan ambiciosos y tan pocas pulgas no inhibe su deseo de exhibirse. Son como raid matabichos (y no es necesario aclarar quiénes somos los bichos). La ciudadanía verá y/o escuchará de estos días en adelante millones y millones de spots. Es fascinante no sólo que la actividad humana que mayor desprecio le causa a los ciudadanos sea la más anunciada, sino que además esté financiada por sus propias víctimas. Cada spot es un recordatorio de que pagamos para que nos peguen.
Millones de spots cuya elaboración va a costar miles de millones de pesos (no así su difusión, pues se emplean los “tiempos oficiales”, cuyo costo la industria de la radiodifusión recupera aumentando el precio de los tiempos no oficiales, claro). A esto hay que agregar los millones de afiches, pósters, bardas pintadas, volantes, banderitas, llaveritos, encendedores y sonajas que van a costar más millones de pesos. Sólo por concepto de “actividades ordinarias, gastos de campaña y actividades específicas” para el “proceso electoral” del año 2012 el ife les dio a los partidos políticos 5,344 millones de pesos. Y los partidos políticos dijeron: muchas gracias.
¡Millones de spots retacados de políticos que no tienen el menor empacho en enseñar sus caninos bien boleados, sus chapas maquilladas, sus labios esponjosos, sus ojos ilusionados con el futuro, sus corbatas trigarantes, sus copetitos engomados, sus bigotes republicanos, sus papadas populares, su halitosis constitucional! ¡Millones de spots en los que las autoridades electorales convencen a la población de pagar por todo eso y encima sentirse orgullosa!
La industria de la política, en definitiva, debería ser motor del desarrollo y eje rector de la economía. ¿Qué cantidad de empleos directos e indirectos genera esa noble industria contaminada, pero no contaminante? Sería interesante saber cuánto impulsa a la economía popular la elección de cada político… Cuánto beneficia a la economía del pueblo las ganas que tiene cada político de salvar al pueblo.
(2012)
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