Samanta Schweblin
Almadía
2018
Italo Calvino sostenía que una obra clásica es aquella que nunca termina por decirnos lo que tiene que decir. Si esto es correcto, los relatos que componen Pájaros en la boca serían un expresivo ejemplo de lo que podríamos llamar anticlásico, pues a contracorriente de aquellas obras que aún tienen algo que decir, Schweblin interrumpe lo que tiene que decir en nombre de lo indecible y lo indecidible.
Si un clásico es una obra que se ajusta a cualquier tiempo, estos relatos, en contraste, ofrecen un desajuste espacio-temporal que se antoja más como un capricho, como un ad libitum, que más que por su resolución, invita a permanecer en los lindes azarosos de los temores y los temblores.
Siempre en la insospechada espera. Como en el relato “Hacia la alegre civilización”, las sensaciones de Schweblin siempre están recortadas por una espera semejante a la “de un tren que no llega”.
Más que a lo clásico, la persistencia de Schweblin apela a lo intempestivo, es decir, a lo que, esquivando lo actual, llega siempre demasiado tarde y demasiado pronto. Nuevamente, como en el relato mencionado arriba: “Una última sensación, común a todos, es de espanto: intuir que, al llegar a destino, ya no habrá nada”.
Adentrarse en Pájaros en la boca implica el atrevimiento de perderse en lo ambiguo y en lo extraño y ser conducido a habitar las atmósferas que poco tienen que ver con el aire que respiramos. Lo que a ratos podría considerarse como la insuficiencia de mundos que no quedan bien construidos, o como historias inacabadas, por el contrario, son la reivindicación de la ocurrencia, de lo repentino y lo borroso que sin necesidad de apelar a lo mágico nos sobrecoge con lo maravilloso.
Conseguir la comparación de niños con mariposas sin caer en lo melodramático del realismo mágico es una hazaña literaria de altos vuelos: “Los chicos salen disparados, riendo a gritos de un tumulto de colores, a veces manchados de tempera o de chocolate […] y cientos de mariposas de todos los colores y tamaños se abalanzan sobre los padres que esperan. Piensa si irán a atacarlo, tal vez piensa que va a morir”.
Pájaros en la boca también es la posibilidad no de recobrar la infancia a voluntad, sino de reconocerla en su involuntario suceder, de encontrarse, como en “Papá Noel duerme en casa”, con las infinitas posibilidades de una habitación “sin Navidad y sin regalo”.
Más que una construcción de mundos, Pájaros en la boca propone la inmundicia entendida como el capricho de la ficción, como la clausura de la coherencia lógica y mundana en nombre del derroche armónico de lo inconsistente. Los de Schweblin son los relatos de la inmundicia disonante trazada bajo las cifras de la ambigüedad psicológica y el inacabamiento espacio-temporal.
Desde los marítimos enamoramientos fugaces hasta la pesada estética de esposas muertas en valijas y de cabezas contra el asfalto o de vidas que no verán la existencia y de asesinos caninamente iniciados, la ontología que contienen los relatos de Pájaros en la boca genera tal angustia y tal tensión que después de leerlos lo único que se desea es, como en el final del relato de que da nombre al libro, sentirse un poco mejor para poder bajar las escaleras.
Gerardo Allende
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