En las palabras que la ministra Ana Margarita Ríos Farjat dirigió a jueces y juezas de distrito en 2022, podemos, en un momento crítico para el Poder Judicial, encontrar un llamado a devolver la confianzar a quienes administran la justicia, una reflexión poderosa sobre los sacrificios personales, la responsabilidad y el papel que juegan los jueces y las juezas en la democracia mexicana.
Es un alto honor hacer uso de la palabra en esta ceremonia tan solemne y significativa, en la que el Poder Judicial de la Federación da formalmente la bienvenida a nuevos jueces y juezas de distrito. La familia del Poder Judicial sigue creciendo, y ello es reflejo de la confianza que la sociedad deposita en las formas institucionalizadas para resolver sus disputas. Esa confianza debe alcanzar a los jueces, no solamente a los procesos institucionalizados, sino a quienes los dirigen. La sociedad necesita confiar en sus jueces. Las personas ponen sus sueños en nuestras manos y en un sentido doble: las decisiones que quieren lograr son sueños por alcanzar; y los problemas que quieren quitarse, es sueño por recuperar. De ese calibre es la responsabilidad que hoy asumen ustedes con su nueva investidura.
Han vencido en procesos de selección que fueron arduos y requirieron, además de conocimientos y disciplina, de temple y determinación. Ustedes son 68 nuevos jueces: 56 surgieron del cuarto concurso abierto de oposición especializado en materia del trabajo, y 12 más del primer concurso interno de oposición escolarizado especializado en el sistema penal acusatorio. La judicatura federal está de plácemes, pero también con renovadas esperanzas ante 47 nuevas juezas y 21 nuevos jueces que resultaron vencedores.
Una persona vencedora es una persona que aventaja, que es superior o que excede a alguien con quien compite. ¿Y a cuántos aventajaron ustedes, señoras y señores jueces? A más de dos mil. En ambos concursos participaron 2099 personas, y solamente 68 resultaron victoriosas. Ustedes. Sus resultados los distinguieron por sobre el 97% de los participantes. Enhorabuena. Celebren con sus seres queridos porque es bueno para el alma cosechar los frutos de la disciplina y del trabajo duro y constante.
De ese proceso que vivieron, extraigo algunas reflexiones que me gustaría compartir con ustedes en mi intervención de hoy.
La primera se relaciona con la dureza del proceso que acaban de vivir y que han culminado alcanzando la victoria. En ese proceso no solamente los conocimientos fueron puestos a prueba, sino también su templanza, vocación, sensibilidad, dedicación y hasta espíritu de sacrificio, pues tuvieron que hacer malabares en esta etapa de su vida e incluso posponer algunas alegrías a fin de prepararse para el reto que implicó este largo proceso. Todo esto que se puso a prueba, anticipa lo que habrán de requerir para el desempeño de su alto encargo como jueces de la nación. Porque es falso que solamente con conocimientos técnicos, por más sofisticados que sean, se es juez. Se es juez a partir de vocación, sensibilidad, temple, dedicación y espíritu de sacrificio transmutado en espíritu de servicio. Y quiero poner énfasis, además, en la excelencia que requiere el cargo. Según Aristóteles, las virtudes se forman en las personas por la fuerza de llevar a cabo de manera constante las acciones que realizan. Si nuestra devoción por el trabajo bien hecho es una constante, la excelencia será notable. Acudo ahora a un poeta que, precisamente por ser poeta, ilustra esta idea con cabalidad y esplendor, así que utilizo este breve poema de Fernando Pessoa como consejo para una vida de excelencia: “Para ser grande, sé entero: nada / tuyo exageres o excluyas. / Sé todo en cada cosa. Pon cuanto eres / en lo mínimo que hagas. / En cada lago así la luna entera / brilla, porque alta vive”.
La excelencia, el poner lo mejor de sí mismos en cada cosa, será una buena brújula para orientarse en su nuevo camino. La responsabilidad que hoy asumen no solamente implica aplicar sus conocimientos de derecho para dilucidar problemas jurídicos —eso llevan años haciéndolo seguramente—, sino dirigir a otras personas y administrar recursos públicos para brindar la mejor justicia posible. Como buenos capitanes de barco que a partir de ahora son, no pueden permitir que en ningún rincón bajo su mando aniden la indolencia, la mediocridad, ni la corrupción. Deben poner el ejemplo y actuar conforme a los altos estándares éticos y de excelencia en el servicio público que merece México, no permitan que reciba menos.
Otra reflexión tiene que ver con el sacrificio. ¿Qué van a sacrificar con esta nueva responsabilidad? Habrán de renunciar a cosas. ¿Qué plan tienen para retomar el balance de su vida una vez que zarpe el barco que se les encomienda? Esto no puede tomarlos por sorpresa. Alcanzar su mayor logro profesional no debería conllevar el sinsabor de desordenar otros aspectos felices de su vida —como me dijo hace poco una nueva jueza—. Conversen con sus seres queridos en estos días y acaten el peso del cambio. Como dice el verso de Gabriel Zaid: “Acata la verdad y endurécete contra la marea”. Y esa verdad, por cierto, tiene que ver con el tiempo. El recurso más valioso que tienen es el tiempo, pero permítanme decirles que a partir de hoy esa moneda se ha vuelto más cara. No querrán gastarla en frivolidades, y aprenderán a ahorrarla frente a las distracciones que otros les quieran imponer para coaccionarles o confundirles, y habrán de agudizar su mente a fin de filtrar tanta información distorsionada e identificar sin rodeos la verdad de las cosas. Ustedes sólo tendrán tiempo para lo genuino, lo auténtico, lo honesto. Esa será la clave de su balance personal, pero también la disposición necesaria para la alta misión de juzgar.
Otra reflexión que comparto con ustedes a partir del proceso en el que resultaron victoriosos gira en torno precisamente a esto. A no envanecerse con el triunfo, porque quienes no lograron alcanzarlo esta vez, lo conseguirán en la siguiente. Así como cada cual tiene, parafraseando a Jorge Luis Borges, una cifra de pasos que le es dado andar sobre la tierra, cada persona tiene su momento y su esplendor. Quienes vienen detrás de ustedes, solamente vienen detrás, no debajo. Pero, así como no cabe el envanecimiento, en aras de la ecuanimidad también deben evitar lo opuesto: no se sientan intimidados frente a otras trayectorias, que ustedes no serán más ni menos como servidores de la justicia. Están aquí ahora, tienen entonces todas las calificaciones para el cargo, y el Poder Judicial habrá de nutrirse de su entusiasmo de recién llegados a fin de no anquilosarse. Asuman con seriedad su encomienda, pero no pierdan la frescura de su llegada porque la judicatura también necesita la inyección de lozanías y ventanas abiertas a los vientos de renovación.
La última reflexión parte de un par de interrogantes: ¿para qué están preparados? ¿Cómo conciben su papel como juzgadores? Me gustaría pensar que el papel del juez es el del estudioso solitario y silencioso, absorto en los méritos de cada caso. Ese es el ideal, y no pretendería alejarlos a ustedes de ello si esa es su determinación, pero les hago una invitación reflexiva: ese es el ideal, sí, pero todo ideal debe corresponderse con un entorno, y ese ideal requeriría de una sociedad dispuesta a buscar por sí misma las sentencias para intercambiar opiniones doctas y sensatas y enseñar con ellas. Yo no veo ese entorno, al menos no de manera generalizada.
Si bien es verdad que los jueces hablamos a través de nuestras sentencias, porque ahí es donde queda expresado el derecho, las sentencias no suelen ser leídas por el grueso de la sociedad, ni por la academia en general y a veces ni por las partes. Percibo que al menos una parte de la judicatura considera que comunicarse con la sociedad es ajeno a su función, que solamente le corresponde el dictum y nada más. Me parece que de esa forma no estamos siendo correspondientes con nuestro entorno. Estamos pretendiendo que esa sociedad, lejana y ajena a nuestras sentencias, nos juzgue a través de ellas, es decir, nos juzgue a través de lo que no conoce.
El resultado no puede ser satisfactorio. Por un lado, tenemos a la sociedad mexicana que se comunica de forma permanente y cuestiona con vigor, que es políticamente combatiente, que accede a la información de manera instantánea y genera de forma incesante intercambios que no pretenden ser objetivos ni reales, y del otro lado estamos nosotros a lo largo del país dictando decenas de sentencias por día. Es necesario traer su atención, no a nosotros, sino a la parte más importante de nuestro quehacer.
Hay una especie de bisagra rota, una parte suelta en nuestro intercambio con la sociedad, y es porque la sociedad ha cambiado. La alternancia democrática ha ido marcando sus efectos a lo largo del tiempo. Ha cambiado, y además drásticamente, la forma de interactuar y comunicarse. Es una sociedad que no cesa de comunicarse en ningún momento y que, por lo mismo, ha perdido importantes espacios para la reflexividad, el recogimiento y la contemplación. Esa sociedad opina sobre sus jueces, los cuestiona. Y es legítimo, porque nuestra labor no solamente es dictar sentencias en casos particulares, sino colmar un anhelo permanente de la humanidad: el de justicia, el de saberse viviendo en una sociedad justa.
Este es el entorno en el que ustedes se convierten hoy en jueces. No pueden desprenderse de él, mas habrán de andarlo con prudencia. No se trata de debatir ustedes mismos los méritos de una sentencia dictada, sino de asegurarse que, si es relevante, se conozca, y estar atentos al sentir honesto que provoque. Con independencia de nuestros esfuerzos individuales o la creatividad de otras vías, sería deseable, por ejemplo, que todas y cada una de las universidades retomen su papel de centros de reflexión e incorporen el análisis honesto de sentencias, y sin reservarlo exclusivamente a la carrera de derecho porque la justicia no es parte del inventario exclusivo de la abogacía. En este sentido, no veo obstáculo para que ustedes mismos propicien los acercamientos que sean necesarios, porque ello, además de contribuir a la educación sobre la justicia, participa del fortalecimiento de la judicatura, que debe ser dinámica y creativa.
Señoras juezas y señores jueces de Distrito: es fundamental la confianza de la gente en sus jueces, y que sienta colmado ese hondo anhelo de que vivimos en una sociedad justa, porque eso hace respirable el porvenir. Sin impunidad. Sin sesgos. Sin otra visión que la de contribuir a la prosperidad de la Unión, a la renovación de la esperanza y de la armonía social, a partir del mandato más importante de todos y que recibieron el día de hoy: cumplir y hacer cumplir la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y las leyes que de ella emanen.
Estas palabras se pronunciaron el 5 de diciembre de 2022, en el Salón de Plenos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, para dar la bienvenida a 68 nuevas personas juzgadoras de distrito. En junio de 2024 dichas palabras adquieren una especial actualidad, así que se reproducen por primera vez en este formato.
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