En el contexto de violencia de Celaya, Juan Pablo Jaime Nieto se acerca en este ensayo al aspecto musical de su natal ciudad, donde la música en vivo, y particularmente las interpretaciones en piano, ha servido como un instrumento para brindar experiencias a sus terapéuticas a sus habitantes. Este documento que hace memoria a los pianistas que han visitado la ciudad, es una invitación a llevar esta experiencia a otros lugares ensangrentados por la violencia.
Soy originario de Celaya, ciudad de Guanajuato, famosa por el dulce de cajeta y por la violencia que se ha intensificado en los últimos años. No hace mucho, algunos llegaron a pensar que Celaya era una zona de guerra donde salir de casa significaba quedar en medio del más vil plomo pistolero. Amistades de otras provincias me lo hicieron ver así. “¿No te da miedo?”, preguntaban.
Personalmente nunca me he sentido intimidado por la violencia que, desde luego existe, y que he experimentado a cierta distancia, pero a diferencia del temor, mi sentimiento es de consternación, pues a pesar de que ya existía un nivel de inseguridad previo a lo que los cárteles trajeron con el asesinato, la desaparición, la extorsión y el armamento, cada vez más artillado, esta era una ciudad disfrutable, con edificios históricos como el templo de Sn. Francisco, que fue sede de la Universidad Pontificia por más de 250 años; el jardín principal y su quiosco, escenario de la banda municipal; el antiguo convento de los agustinos, que pasó de ser hogar religioso, hospital y prisión, a albergar las oficinas del instituto de cultura, así como una alameda que muy pocas ciudades poseen. Y también está lo nuevo, que no deja de ser cuestión común: centros comerciales, cines que reemplazaron a las antiguas salas distribuidas en el centro de la ciudad, pero que tenían mejor personalidad que los actuales. De manera personal recuerdo el colonial, los gemelos de plaza dorada, el dorado 70, el encanto, el cine Celaya… De lo nuevo, también puedo mencionar las tiendas departamentales y la expansión urbana que ha afectado amplias zonas de vegetación endémica que conocí en la infancia, lugares a los que escapaba cuando me volaba las clases de la secundaria, llenos de pirules y mezquites.
Pero Celaya también es una región escolar con universidades importantes como el Instituto Tecnológico, el Instituto Tecnológico Agropecuario, la Universidad de Guanajuato o la Universidad de Celaya. Esta ciudad recibe una considerable cantidad de aspirantes y alumnado nuevo todos los años, algunos de ellos esperando obtener un lugar en el conservatorio de música, que ha ganado prestigio por sus actividades culturales y su nivel educativo, lo cual me lleva a expresar algo que es muy gozoso en lo personal: Celaya es una ciudad musical, quizá no al nivel de lo que las capitales de los estados o una ciudad de mayor importancia pueden ser, pero lo que hay es apreciable, y lo que hay es, por principio, un sistema que cuenta con orquesta, bandas, escenarios, festivales, invitados, estrenos y auditorio para disfrutar música en vivo. En ese sentido me refiero a la música instrumental o clásica —música culta, como ha sido llamada también—, presentada en los adaptados teatros que se poseen, como el auditorio Tresguerras, el nuevo Teatro de la ciudad, la sala Herminio Novelo y el Teatro Nieto Piña —el de mejor acústica— dentro de las instalaciones de la Universidad de Celaya. En estos lugares se han presentado obras de gran valor estético e histórico, interpretadas por los artistas que ensamblan conjuntos y orquestas, así como por el catálogo de solistas que han visitado la ciudad. Toda esta organización ha resultado en una forma de terapia con sus interpretaciones, ya que escuchar música en vivo tiene ese valor regenerativo que todos necesitamos para descansar la vida, lo que amerita un breve recuento sobre el ambiente musical de nuestra ciudad, donde puedo comenzar con la mención del coro schola cantorum, especializado en villancicos que ejecutaban en las iglesias locales o de los municipios cercanos a la ciudad. Este coro realizó una pequeña gira en Texas en el año de 1999 con éxito y reconocimiento.
Aunado a esto, se debe señalar la participación de los estudiantes del conservatorio en recitales esporádicos de piano y guitarra, que, seguramente, eran los instrumentos más populares con que arrancó su oferta educativa. Por otra parte, durante algún tiempo fue notoria la iniciativa que los religiosos del templo de San Francisco tuvieron para aprovechar el órgano de su iglesia, invitando a ejecutantes internacionales de Francia, Italia y Bélgica, pero también nacionales, todos con técnica magistral frente a la que nadie permanecía indiferente. Incluso, debe mencionarse la lectura del Panegírico a la Virgen de la Purísima Concepción (patrona de la ciudad) cada 7 de diciembre en esta misma iglesia, el cual tiene sus propios arreglos musicales, compuestos en 1908 por Agustín González, y que han sido interpretados por orquestas queretanas y locales.
Celaya es una ciudad musical, no hay duda, con bastantes posibilidades de experiencia melódica, muchas de ellas relacionadas a un instrumento tan estilizado como el piano, con su sonido despejado y sus posibilidades narrativas conectadas con las ágiles escalas que reproduce. Pero hablar del piano como instrumento no es solo distinguir su garbo, ya que se trata de una máquina compleja de la ingeniería que se ha venido refinando en sus componentes desde el siglo XVIII. Me he enterado que un piano posee casi cuarenta mil piezas que lo hacen funcionar y que, a su vez, le dan esa distinguida forma que podría ser comparada con un automóvil como una herramienta donde el lujo cobra protagonismo para capitalizar su aspecto.
El automóvil, como importante herramienta social, ha sido arropado con una serie de adiciones seductoras que se manifiestan en el diseño, la potencia, la velocidad, los colores, la marca, el origen, etc. Un auto representa una posesión que satisface la autoestima o la forma en que nos vemos a nosotros mismos en función del lujo que sustenta con respecto de nuestros deseos. En ese grado, un piano puede ser un símil de los automóviles, y quizá, por ello, es que a principios del siglo veinte la familia Wittgenstein adornó su mansión en Viena con ¡seis pianos! ¿Con qué fin sino con el de satisfacer su propia condición de magnates?
Veamos, pues, que el piano posee una mística de privilegio porque necesita un espacio adecuado no solo para instalarlo sino para hacerlo resaltar; necesita mantenimiento, ser usado, entonarlo. A diferencia de una guitarra, un violín o una flauta, el piano se ofrece como un elegante aporte mobiliario digno de quien puede costearse uno y ostentarlo, especialmente los de gran gala con su brillo y ebanistería.
La figura de un piano es tan ergonómica que pareciera poseer líneas de naturaleza y que así debe ser por algún razonamiento. Luego está su sonido, percutido y vigoroso, desenvuelto en el espacio que domina, convertido en música que va de una nota a otra, haciendo del piano uno de los instrumentos musicales más expresivos sin importar cuanta desenvoltura se le reclame, ya que su vertebración acústica está a la altura de cualquier rigor impuesto.
Tras estas consignas, pudiera decirse que la música de piano es para los gustos burgueses, pero el embrujo de su escucha refocila a todos los corazones cuando no es objeto de jactancia. Un recital es el mejor ejemplo de esta afirmación, especialmente cuando se trata de un instrumento tan complejo y restringido por sus sofisticaciones. En Celaya hemos escuchado esa música en manos de intérpretes nacionales y extranjeros llenos de talento y tacto. Por ello, es mi intención hacer un breve recuento sobre algunos de esos pianistas cuya impresión se guardó como un momento de dialéctica sonora entre la delicadeza y la potencia proveniente de la gran habilidad de esos intérpretes.
Comencemos memorando algo que se realizó hace muchos años, porque en el auditorio Francisco Eduardo Tresguerras se presentó la pianista peruano-mexicana Guadalupe Parrondo. Quizá tenía 15 años cuando visitó nuestra ciudad (justo hoy tengo 44), y el suyo fue un concierto arrebatador, acompañado por una nutrida orquesta, aunque del programa, ni hablar. Quedó en el olvido. No obstante, lo que no olvidé es la capacidad de aquella extraordinaria tecladista por su limpia y detonante ejecución.
Parrondo influyó bastante con su presentación en los alumnos del recién fundado conservatorio, ya que no había muchos eventos de esa índole, cuanto menos con un rotundo talento como el de ella, y el hecho de presenciar a una maestra con ese fuego musical, significó expandir la visión en las capacidades artísticas y su abrazo al perfeccionamiento entre los estudiantes de música. ¿De quién fue la iniciativa para invitarla? Lo desconozco también, pero trajo consigo una experiencia internacional que podía observarse, incluso, en algo que no es tan grato de presenciar en los artistas, ya que dejó la humildad en algún otro lugar del mundo andado por ella, pidiendo a la prensa no ser fotografiada mientras ejecutaba. Tal vez era el flash de las cámaras lo que trataba de evitar, pero la manera de hacer la petición…
El espectáculo de Parrondo significó la vivencia de algo que no era común en una ciudad con dinámicas culturales diferentes. Poco a poco se invitarían a otros músicos y concertistas, mientras se alcanzaba la tira de autosuficiencia artística en las presentaciones realizadas por intérpretes formados localmente.
En este recuento, más que un comienzo, Parrondo caracterizaría un proemio, ya que los siguientes pianistas visitaron la ciudad en un lapso no mayor a cuatro años, a diferencia del que ha transcurrido desde que la México-peruana vino a Celaya-, y los primeros citados serán el dúo italiano de Eleonora Spina y Michele Benignnetti, intérpretes a cuatro manos cuya principal característica como pianistas es la pulcritud. Su presentación se dio el 24 de junio del 2022 con un programa cautivante: Rachmaninoff, Poulenc, Brahms, Franck. Las obras de estos compositores fueron expresadas con un delicado tacto de cordura que bien pudiera ser la musicalización de aquellos hilos que Rimbaud usara para conectar las calles con las estrellas: “He tendido cuerdas de campanario a campanario; guirnaldas de ventana a ventana; cadenas de oro de estrella a estrella, y bailo”
Spina-Benignetti duo, una pareja de artistas formados en Austria, Francia y Holanda, acreedores de diplomas como el de la Escuela Normal de Música en París “Alfred Cortot”, dieron una magnífica muestra de limpieza y proporción en sus interpretaciones sedosas, expresivas, contenidas. Generalmente, como dueto, suelen utilizar dos pianos para sus actuaciones, pero en la limitante de un solo instrumento —modestia de nuestro nuevo teatro municipal—, su acoplamiento cristalizó en una de las mejores destrezas técnicas que jamás se han visto y escuchado en la ciudad, misma que, no me cansaré de recalcar, ha sido la música de piano más satinada que hemos escuchado aquí.
Bajo las luces de su filosofía y su estética, la música narra, describe, conceptualiza, representa, pero también trama sonidos como los que el piano puede lucir de tersas maneras en sus recitales cuando es tratado con seducción. Así lo revelaron Spina y Benignnetti en aquella memorable tarde de nuestra ciudad. De cualquier manera, no se guarde duda sobre las potencias del piano, que no solo es acuarela y guirnaldas de oro, porque es fragua y yunque, también, tal como Galina Utvolskaya ha reclamado del mismo en su delirante estilo de composición. Consideren este comentario una recomendación…
Pero en la memoria están otros dúos conformados por Ibeth Ortiz y Beatriz Guerrero, soprano y pianista respectivamente, así como de los hermanos Rubén y Adrián Barrera, violinista y pianista, originarios de Celaya, tanto ellas como ellos.
El recital de Beatriz e Ibeth, llevado a cabo el 22 de agosto del 2022, estuvo enfocado principalmente en la interpretación de arias, piezas de zarzuela y canciones mexicanas. Para aquella ocasión, el piano fue un instrumento de acompañamiento ya que el arte principal fue el canto, nada despreciable, en la capacidad vocal de Ortiz. Sin embargo, lo destacado en la remembranza es la misma Beatriz Guerrero, formada en el conservatorio celayense y en la escuela de música Johann Sebastian Bach, con un gran reconocimiento como solista, ya que es conocida por sus exitosas presentaciones en Guanajuato capital como uno de los frentes culturales más importantes del país. Por esta razón, referirla es un tributo a los intérpretes como ella y como Rubén Barrera, otro brillante tecladista nacido en esta ciudad con triunfos en fronteras internacionales.
Junto con su hermano Adrián, en abril del 2023, trabajaron una presentación en el Teatro de la ciudad como muestra intercalada en que la disciplina y el rigor del músico concertista fueron palmarios interpretando a Vivaldi, Grieg, Piazzola. Ya alguna vez había presenciado el alcance de Rubén como clavecinista en una interesante combinación con el guitarrista Édgar Ramírez en el templo del Corazón de María, igualmente en Celaya. Por ello, debe señalarse que el prestigio de estos hermanos es celebrado en el círculo de la música clásica de nuestra región, extendida a la ciudad de Querétaro, donde ambos cumplen una labor como profesores, también.
Con solo diecisiete años, María Hanneman se presentó en Celaya formando parte del grupo de artistas invitados al Festival Cultural de Fundación Celaya, que es, al mismo tiempo, una extensión del Festival Internacional Cervantino de Guanajuato. Pero más allá de acepciones institucionales, la joven pianista trajo uno de los prodigios más solventes, en sí, que hayan tenido participación en esta ciudad. De hecho, no son necesarios los elogios a su persona, a su talento, a su expresividad e interpretación; no son necesarios a su juventud, carisma y atavío, o al perfecto manejo de compositores como Ponce, Chopin, Mendelssohn o Bach (en piano), pero si a su clase y sencillez por agradecer personalmente a los asistentes de su extraordinario recital, prolongado durante más de hora y media… Y no son necesarios los elogios porque esa joven debe tener un lugar asegurado entre los mejores intérpretes de la historia reciente mexicana, con la veintena de premios obtenidos a lo largo de su infancia —¡De su infancia, sí! — Y haberla escuchado de manera presencial en el Teatro de nuestra ciudad tan impoluta, tan articulada, tan apabullantemente lúcida, hizo que me convirtiera en un admirador de sus logros.
Presumo que, de aquella noche, octubre 7 del 2022, no regresé a casa únicamente con la impresión que una pianista de jerarquía deja como huella, sino con una fotografía al lado suyo. ¿Quién se negaría a un recuerdo así?
Pero de esas experiencias, también poseo una foto con otro destacado pianista en mayúsculas: Chiu Yu Chen. Estremecedor intérprete de origen taiwanés, poseedor de una maestría trepidante en su forma de ejecutar. Un detalle curioso, relacionado con su origen, es que su presentación en nuestra ciudad se dio en la misma semana que Nancy Pelosi, presidenta, entonces, del senado norteamericano, realizó un viaje a Taiwán, dentro de un momento de tensiones castrenses entre esta nación, EEUU y China, país que reclama su soberanía en la isla como parte de su territorio. Políticas aparte, Chen tuvo un agradable lleno en el Teatro de la ciudad, ya que su interpretación, en general, resume lo que un talento ingente puede lograr con el piano.
Comencemos por el hecho de que su programa incluía autores y obras de diferentes lugares y épocas, lo que no es sencillo de dominar, especialmente en clásicos del instrumento como Beethoven, Chopin o Debussy; pero, además, en sus interpretaciones incluyó obras del ruso Mili Balakirev, el lituano-americano Leopold Godowski y su coterráneo Kuo Chih Yua, con una interesante pieza llamada Rapsodia sobre la música indígena de Taiwán. Al respecto de él, Chiu Yu Chen es un intérprete de capacidad inconmensurable. Un dicho coloquial define lo que hace con el piano: “se las traga riendo”. No hay manera de describir su alcance sino escuchando sus interpretaciones, y eso quizá no sea tan difícil, ya que se presenta constantemente en diferentes lugares del país (si tienen la fortuna de escucharlo en vivo, no pierdan de vista sus cierres a una mano. Simplemente admirable).
Este pianista oriental ha tenido dos presentaciones en Celaya, la mencionada en aquellos días extraños, 5 de agosto del ‘22, y una segunda el 9 de septiembre del 2023, con un programa más mexicano, pero igual de gestionado: Ricardo Castro, Eutimio Pérez, Manuel Ponce… Yu Chen posee una agilidad y una inteligencia musical raramente escuchada, y aunque su estilo tal vez sea un poco más rígido o técnico, sustraído de una educación con pilares rusos y orientales, esa capacidad operativa es también un bello acuerdo estético que deja satisfecho a quien lo presencia.
Otro internacional que visitó nuestra ciudad, en el mismo año del ‘23, fue el lituano Rokas Valuntonis. Histriónico, apasionado, sofisticado. Tuvo un detalle llamativo en su concertación, ya que ejecutaba en forma de medley, interpretando bloques de diferentes autores con bastante oportunidad y firmeza, algo que no he escuchado anteriormente. Por desgracia, sumando este autentico estilo a la descortesía de no entregar programas, el resultado es una presentación de la que no puedo dar detalles, aunque ese preparativo habla de la fortaleza mercurial de un pianista curtido: ir de aquí a allá, en un tramo establecido de tiempo, cambiar de visión, de concepto, de dificultad, de época y emoción, saber unir las piezas de forma idílica, todo ello es laborioso, y esa manera de ejecutar tuvo su originalidad, aunque, lamentablemente, desconociéramos la mayoría de las obras que se hilaron en sus manos.
El último intérprete es una alhaja morelense. Originario de Cuernavaca, 21 años, Alfonso Cadenas se presentó dos días consecutivos de este año 2024: el 21 de marzo en el salón de coro del conservatorio mismo de nuestra ciudad, y el 22 en la sala Herminio Novelo, de la casa de la cultura —no el mejor de los lugares para la música en vivo—, con obras de Chopin, Prokofiev, Liszt, Schumann y Rachmaninoff. También interpretó a Beethoven, a Bach (otra vez en piano) y dos obras de los compositores Józef Wieniawski, polaco, y del jazzista ruso Nicolai Kapustin: Sur l’ocean Op. 28 y Etude del concierto Op. 40, respectivamente.
Cadenas hace de la soltura su mayor fortaleza, tiene bastante agilidad para extenderse en las notas y precisar los ritmos como hizo con la sonata n.º 21 (Waldstein) de Beethoven, tan contrastada en sus movimientos, y que fue un logro para este extraordinario músico en Celaya. Esperamos un pronto regreso de este resuelto maestro a la ciudad.
El piano Yamaha de siete pies, del nuevo Teatro de la ciudad de Celaya Gto., fue entregado en agosto del año 2021 por el gobernador Diego Sinhue, con una arenga suficientemente quemada: apostarle a la cultura para evitar que los niños y jóvenes caigan en las drogas y sean blanco de la delincuencia. Los hechos nos hacen ver que eso no es cierto, que su discurso es falaz, que las drogas en el círculo de los artistas son muy populares y que el crimen alcanza a cualquiera cuando le place en sus intereses. Además, el crimen se hace acompañar de expresiones artísticas que, aunque no son bellas artes, rinden en esa función. El punto es que las artes no tienen por qué realizar ese cometido salvífico, cuando, en ocasiones, ni siquiera tiene el cómo, haciendo que ese argumento se parezca mucho a quien sugiere que tomar una aspirina diaria sirve para mantener una salud íntegra.
Adaptarse al arte más logrado requiere de un proceso que no es gratuito ni sencillo, porque el arte es complejo en las ideas que arrastra en cualquier obra de gran carácter; se deben de tener ciertos conocimientos, cierta teoría, saber de su historia y contextualizar el camino de un color, de un sonido o movimiento para acercarse a ella. La percepción nunca ha sido suficiente para entender una obra de arte superior, aunque eso no significa que no se pueda disfrutarla de primera mano, solo que la encriptación es otro cuento, y desencriptar es lo que hace que el arte se convierta en una labor. Veamos a los Medici o a los Sforza alimentando con su mecenazgo a Europa y al mundo entero de un vasto conjunto de obras artísticas invaluables. Ese patrimonio se inspiró en la exigencia social de homogeneizar lo bello con lo lujoso, es decir, de ostentar la superioridad del nombre a través de poseer algo que fuera irrepetible en lienzo, en mármol o en espacio. Quizá los Medici o los Sforza no entendían al arte más que como aquello que pudiera abrillantar sus colinas y mansiones, algo que le ocurrió al diseñador Gianni Versace, que poseía magníficas obras clásicas en su residencia solo porque podía adquirirlas, muchas de estas para hacer de perchero meramente. A decir de él, el arte no lo salvó del vano mundo que lo acompañaba, porque ni siquiera se interesó en profundizar, solo en lidiar con las formas que el dinero le costeaba. Encriptar y desencriptar, repito, no es lo más sencillo.
Sin embargo, sigo pensando que, en cuestión de música, todo tipo de música, escucharla en vivo es algo higiénico o terapeuta porque reanima la vida, y es ahí donde se encuentra su savia. Es verdad que la música grabada se disfruta con un ánimo de maravillas, pero el momento de la interpretación actual es la ataraxia griega, o bien, todo lo contrario, la rabia en sí.
He realizado este ensayo con la intención de mostrar que vivo en una ciudad musical, y muchos, al leerlo, dirán que en sus ciudades tienen diez conciertos de piano mensuales, que nuestra situación es solo un entremés comparándola con CDMX, Guadalajara, Querétaro o Mérida. No se trata de mover esas aguas, sino de dejar un testimonio de lo que ocurre artísticamente en un lugar donde padecemos de una escoria criminal y política que en muchas ocasiones se tienden la mano… Qué hipocresía sería de su parte, entonces, decir que el obsequio gubernamental de un piano ayudaría a que el arte y la cultura sirvan para alejar a niños y jóvenes de esos males, si lo que a ellos corresponde corregir es, en muchas ocasiones, una complicidad. Aun así, en ese arduo camino que es comprender el arte, muchos hemos experimentado en Celaya la terapia de un recital de piano como el instrumento más suntuoso en ese orbe. Es mi deseo que otros lugares, igual de ensangrentados, puedan tener esa dicha en algún momento pronto.