Juan Carlos Abreu y Abreu se aproxima críticamente a los medios de comunicación que sostienen narrativas que propician el rencor social y la inseguridad a través de discursos populistas.
Detrás de cada sistema de gobierno se encuentra una ideología que guía sus planes de acción. Actualmente, entre el sistema de gobierno y el sistema de seguridad se halla un elemento ideológico que desdibuja la línea entre la política y la seguridad: el populismo. Este fenómeno, si bien no constituye por sí mismo un problema, adquiere relevancia cuando se erige como la guía primordial en la formulación y la ejecución de proyectos de políticas públicas.
Las implicaciones jurídicas y sociales en la convergencia de estos elementos genera desafíos en las políticas de seguridad en el momento en que son creadas a partir de un populismo político estratégico y discursivo. Es decir, el problema surge cuando los políticos hacen de los procesos electorales un campo de promesas aprovechándose de los miedos del pueblo, con el fin último de ganar su voto.
Esta manifestación del populismo trasciende el ámbito penal en el instante en que en el discurso de quien se postula se plantea una solución cercana —momentánea— con respecto a los índices de inseguridad o de los problemas derivados de la delincuencia. En este sentido, la propuesta y la promesa se dirige en función de dos cosas: i) lo que el pueblo demanda y necesita —por encima de la voz del experto— y ii) presentarse como la persona que cumplirá sus demandas y eliminará el problema.
En función de lo anterior, el populismo converge con el derecho penal, en su aspecto punitivo, a través del resentimiento social. Concretamente, las estrategias de seguridad planteadas no se sostienen en la pretensión de resolver la criminalidad, sino en el propósito de influir en el proceso de opinión pública y contar con la aprobación —derivada del resentimiento, el desencanto y la desilusión generados por las instituciones— de la sociedad para ejecutarlas.
En este nuevo paradigma suceden dos cosas: i) la población aboga por imponer sanciones más severas en lugar de menos, donde el castigo no sólo cumple una función punitiva sino que se erige como un ejemplo social, y ii) el político responde a las demandas sin estudiar el impacto de políticas desmesuradas.
Aunque estas cuestiones están intrínsecamente entrelazadas, se puede observar que cada una refuerza a la otra, creando un ciclo en el que el populismo toma como sujeto legitimador las voces de aquellos agraviados por las élites o los gobiernos anteriores. Se trata de retórica y acción, distantes del objetivismo y la protección de los principios que norman el derecho penal.
En consecuencia, la retórica de este populismo se enfoca en el cambio ante la inactividad del poder establecido. La inseguridad y la delincuencia se erigen como fundamentos de campañas políticas, justificando acciones desmedidas, con políticas que favorecen la severidad, sin importar su idoneidad y, menos, su efectividad.
El populismo penal, en ascenso, se configura como una herramienta eficiente para líderes que lo instrumentalizan en beneficio propio. La transformación de los sistemas de legitimación política revela un control del discurso que prioriza las emociones por encima de la voz de experto. No se trata de blanco y negro, sino de la objetividad en la toma de decisiones que influyen en la realidad de la sociedad; esto es, se trata de un consenso que no encuentre su límite en disparidades.
De forma explicativa, mas no limitativa, el populismo es susceptible de desdibujarse cuando se encuentra con una sociedad informada y objetiva que no se guíe por soluciones pasajeras, sino constantes. La exigencia de cambios sustanciales se debe priorizar para contar con un gobierno eficiente ajeno a promesas oportunas que a ningún lugar llevan, y menos problemas resuelve de fondo.
La percepción de que las decisiones de un “líder” responden más a consideraciones populistas que a principios jurídicos sólidos crea el espacio para minar la credibilidad del sistema de justicia, comprometiendo la imparcialidad del sistema mismo.
En relación con ello, debe observarse un aspecto fundamental para la constante permanencia del fenómeno: los medios de comunicación, los cuales emergen como un actor determinante en la construcción y la difusión de narrativas que impulsan la imperiosa “necesidad” de políticas desmesuradas.
Como se ha mencionado, el populismo en el sistema penal se caracteriza por su apelación a lo emocional y por la búsqueda de respuestas simplificadas a problemas complejos que son difundidos por este aliado estratégico. La simplificación o la desproporción de la realidad social respecto de los temas de seguridad plantean una dicotomía de castigo versus impunidad que, alterada por los medios de comunicación, sólo abonan al fortalecimiento de la retórica populista.
La relación simbiótica entre el populismo penal y los medios de comunicación se manifiesta de diversas maneras. En primer lugar, los medios tienden a privilegiar la cobertura sensacionalista de crímenes, enfocándose en casos impactantes que refuercen la percepción de una sociedad amenazada. Esta selección editorial alimenta el miedo y la inseguridad, creando un caldo de cultivo propicio para la aceptación de políticas más severas sin estudio previo de su impacto, alcance y efectividad.
Aunado a esto, los medios de comunicación, en su afán de captar la atención del público, contribuyen a la simplificación de la realidad jurídica. Los debates complejos sobre causas estructurales del delito o soluciones reales son eclipsados por titulares que subrayan la necesidad de respuestas inmediatas, aunque sean pasajeras y no resuelvan el problemas de fondo. Esta simplificación favorece la narrativa que busca soluciones rápidas y visibles, incluso a expensas de principios jurídicos fundamentales, en la que también se encuentran incluidos expertos y comentaristas en los medios, vinculados a agendas políticas particulares, encargados de moldear la percepción pública.
Es evidente que los medios de comunicación desempeñan un papel importante en la percepción de la realidad y la permanencia de narrativas y discursos del populismo. Su impacto va más allá de la simple transmisión de información, toda vez que no puede haber furia social sin información emitida de forma constante, a medida y en exceso, para mantener los niveles de estrés, pánico, angustia y rencor en la sociedad.
En este contexto, la reflexión crítica sobre el papel de los medios se vuelve imperativa, y como sociedad se debe ser consciente de que: i) los medios de comunicación no son entidades neutrales; ii) nos encontramos expuestos a interpretaciones sesgadas y simplificadas de la realidad; iii) la desinformación, o la información parcial y tendenciosa, representa un peligro palpable en la construcción de un entorno seguro, y iv) existe la manipulación discursiva.
La responsabilidad recae tanto en los medios como en la audiencia: el ciudadano debe cultivar un espíritu crítico al consumir información, cuestionando la veracidad de las fuentes, evaluando la objetividad de la cobertura y considerando el contexto en el que se presenta la noticia. Por su parte, los medios de comunicación deben tener especial cuidado en su función de informar para propiciar la verdad de los hechos sin afectar a su sociedad.
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