En 1961 John F. Kennedy asumió la presidencia de los Estados Unidos de América. Tras años de conflicto, el país necesitaba una reestructuración que desbordaba a las capacidades del gobierno. En su discurso inaugural, el recién electo presidente pidió a la población estadounidense sumarse a los esfuerzos estatales por alcanzar ese objetivo: “No te preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por tu país”.
La invitación del joven Kennedy no solo propició la participación de la sociedad en los temas que aquejaban al gobierno de entonces, sino que se convirtió en una invitación intergeneracional a las diversas comunidades del planeta para involucrarse con su entorno y mejorarlo. Desde ese momento, numerosas organizaciones filantrópicas se han generado como una forma en la que individuos, familias y comunidades han procurado incidir en la mejora de la vida en sociedad.
En México, aunque ha sido citada en numerosas ocasiones la sabiduría del político estadounidense, ésta no parece tener mayor incidencia; a pesar de que a los gobiernos los superan sus quehaceres, la falta de una conciencia colectiva en los individuos les impide pensarse como potenciales generadores del cambio. Veamos. Según el Global Philanthropy Report elaborado en 2018 por la John F. Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard, mientras en Estados Unidos existen 86, 203 fundaciones filantrópicas, en México se registran tan solo 336.
Esto es alarmante si tomamos en cuenta que el dato anterior, considerando tanto a fundaciones como a instituciones de asistencia privada, no representa ni el 1 por ciento de la cantidad de instituciones con el mismo fin en el país vecino, a pesar de encontrarse la población mexicana en la situación de necesidad de asistencia que caracteriza a los países que están en vías de desarrollo.
Ante la falta de una estrategia clara por parte del gobierno para atender las necesidades sociales, surgen diversos cuestionamientos: ¿qué hacer?, ¿cómo organizarnos?, ¿cómo cubrir los vacíos? La participación horizontal de la comunidad en la gestión de sus problemas juega un rol esencial para su propio devenir; es decir, la filantropía como forma de apoyo a los iguales puede coadyuvar en la resolución de esos problemas.
En este sentido, y en el contexto de la Agenda 2030 de Naciones Unidas suscrita por el Estado mexicano, en la que se establecen 17 objetivos para el desarrollo sostenible (ODS) resulta relevante preguntarnos en qué áreas del desarrollo social la filantropía puede ser relevante y urgente, y visualizar quiénes son los actores de la asistencia. Algunas fundaciones procuran la consolidación de instituciones sólidas, la construcción de paz y la correcta impartición de justicia; otras, enfocan sus esfuerzos a la reducción de los índices de pobreza y hambre; la educación, al igual que los anteriores, es un objetivo a alcanzar para lograr un planeta sostenible.
Una de las personas que se han dedicado a la filantropía en México, y que es ampliamente reconocida en el campo del Derecho en México, es Don Fausto Rico Álvarez, quien se preocupa, en particular, por la promoción de oportunidades de aprendizaje para todas las personas (lo que es acorde al ODS 4). En su nombre fue creada una fundación encaminada a apoyar económicamente a estudiantes sobresalientes, pero de escasos recursos económicos, para que puedan continuar con sus estudios en prestigiosas instituciones de enseñanza; así mismo, él se ha dedicado a la educación de estudiantes de Derecho y a la formación de decenas de notarios en la Ciudad de México.
Para celebrarlo y agradecer su “ayudar al otro sin esperar nada a cambio”, en este número de abogacía hemos decidido aplaudir la filantropía y homenajear a Don Fausto Rico Álvarez por su trayectoria y su espíritu de apoyo, pues innumerables generaciones de estudiantes y profesionistas han podido salir adelante gracias a él. Sea ésta una invitación para los lectores a seguir su ejemplo.