En sus 104 años de vida, la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos ha experimentado más de 700 reformas, pasando de ser un documento pionero a nivel mundial —por la inclusión en su contenido de los derechos sociales— a uno de los más reformados y, quizá, desordenados e inoperantes. ¿Pero qué propósito tienen las reformas? ¿Han convertido a nuestra Carta Magna en una de las más innovadoras y mejores?
En México y en buena parte de lo que el embajador Michel Chevalier llama Amérique Latine, a mediados del siglo XIX, cualquier cambio a los textos denominados constituciones —lo sean o no— se consideran reformas. El Diccionario de la Real Academia Españolada por sentado que esos cambios constituyen innovaciones y mejoras. ¿Si legisladores e instituciones mexicanas saben que la Carta Magna de 1917 es una de las más “reformadas” del mundo, eso quiere decir que es una de las más innovadoras y mejores?
Aristóteles reconoce seis cambios en su Tratado de las categorías, según afecten la sustancia de la cosa o sus accidentes: generación y corrupción conciernen a la sustancia de las cosas; sus accidentes al crecimiento; disminución, alteración y cambio de lugar.1 Acorde con estas categorías, vistas desde los principios políticos, sin lugar a dudas la gran mayoría de los realizados a nuestra Constitución son corrupciones de lo generado en su texto original.2 De ahí la importancia de discernir lo que es una reforma de una contrarreforma, que, como se verá, es lo más opuesto al mejoramiento y a la innovación de la Constitución de 1917, la única ley fundamental que consiguió hacer una nación del desgarrado México del siglo XIX, hoy en decadencia.
El epígrafe hegeliano de Jesús Reyes Heroles, como solía sostener el general Lázaro Cárdenas, no refiere a la contrarreforma sino a la contrarrevolución; los desvíos de la administración pública federal, contrarios a las leyes derivadas de las primeras causas de la Constitución queretana. Dicho epigrama niega que la contrarrevolución sea una nueva revolución y afirma que más bien es un atentado contra lo alcanzado por la Constitución de “papel”, en la articulación de las partes y de las clases de la sociedad mexicana, contrario y, por ende, destructivo para la correcta observancia de la forma de vida y de gobierno de México.
La vuelta a esos principios de vida y de gobierno que benefician esencialmente a los gobernados y sólo por accidente a los gobernantes, requiere dejar claras tres cosas sobre las elecciones fundamentales del constituyente carrancista: cuáles y cuántos son los principios políticos de la Constitución, así como las dos clases de mezcla establecida para ellos.
Por desgracia, para esta tarea no ayuda mucho el intento por definirla del constituyente que la forja. ¿O no dice que es una república, representativa, federal y democrática? Esto no les quita el gran mérito de haber logrado crear la mejor constitución política mexicana, la única que consigue articular a las partes y a las clases sociales del país, aunque durante muy poco tiempo —entre 35 y 41 años—, después de una gran cantidad de intentos fallidos durante toda la centuria decimonona, cuyo rasero común fue el desconocimiento de México, sumado a la adopción de principios inadecuados que se importaron de otros documentos del mismo nombre, en particular de Francia y de Estados Unidos, aunque estos últimos nunca han contado con una constitución que realmente lo sea.
La Carta Magna de 1917 deriva de las reivindicaciones de tres facciones revolucionarias: la plutocrática de Madero,3 la democrática de Zapata y Villa, rematada por la fuerte presidencia carrancista concebida como ancla del pacto social republicano entre unos y otros. Este pacto entre ricos (plutócratas) y pobres (demócratas) proviene de una fusión que elimina los vicios de ambos, a los cuales Platón llamaba amantes del dinero, por razones opuestas (codiciosa vs. pródiga), porque la misión que se le asigna a la presidencia es la de renovar cotidianamente el pacto de justicia social entre aquéllos, con objeto de crear una clase intermedia libre y republicana que sea mayoritaria.
¿Qué forma de vida y de gobierno resulta de la mezcla del principio de la presidencia con el principio republicano, hecha de una fusión de plutocracia y democracia? No una república; tampoco una democracia, corrupción de aquélla, sino una presidencia republicana que combina el poder real de los artículos 27 y 28 constitucionales, atribuidos no a la institución de la corona de las monarquías sino a la nación de las repúblicas. Estos poderes de la presidencia carrancista son opuestos a los que se atribuyen al Poder Legislativo unicameral de la Carta Magna de 1857, al que Rabasa tachó de congresionalismo, en el que el sufijo ismo —al igual que el asambleísmo de la peor forma de democracia— convierte a aquélla en un desgobierno impotente por demás polémico.
¿Qué forma de vida y de gobierno resulta de ella? Una presidencia republicana —cuyo contrario es la tiranía antirrepublicana padecida ya durante más de 66 años, sea apoyada por los ricos o por los pobres—4 que es lo opuesto a una república presidencial. Si la primera mezcla el poder regio de los artículos 27 y 28 constitucionales, lo hace para que la segunda permita al Ejecutivo administrar la justicia social entre ricos y pobres del artículo 123: trato igual a los iguales y desigual a los desiguales en bienes externos para hacer a ambos libres; fusión que, como sostuviera José María Morelos en sus Sentimientos de la nación, busca atemperar —templar o moderar— a los pocos demasiado ricos y a los muchos demasiado pobres. En su correspondencia con Simón Bolívar, Juan Bautista Alberdi da por supuesto que estos hombres deben poseer la prudencia de los reyes auténticos de los orígenes de los pueblos, no desquiciados ni intemperantes, con un consejo republicano de 500 ciudadanos libres, de suerte que a aquéllos no se les llame monarcas sino presidentes, por ser primus inter pares, los primeros entre iguales.
La palabra “reforma”, de origen latino, se compone del prefijo re que significa “hacia atrás”, mientras la voz forma denota “figura o imagen”. Su significado es volver a poner o dar forma a una cosa; retorno a los orígenes de la cosa por reformar, sinónimo éste de renovar o renacer, no de innovar ni de mejorar. Por eso, Nicolò di Bernardo dei Machiavelli, a quien su padre regaló los ocho libros que componen el Tratado de política de Aristóteles, lo plagia cuando habla de la necesidad de regresar o volver a las fuentes de las auténticas constituciones para que no se administren alejadas de sus propósitos primigenios. También el florentino utiliza y aplica a la política lo que dice Lucreciosobre la tuberculosis en su obra De rerum natura. Si éste advierte sobre la conveniencia de que el buen médico diagnostique la fiebre de consunción en sus inicios para curarla, así el florentino, como sólo el estadista puede hacerlo, debe identificar en sus comienzos la corrupción de la vida política o despierta de una comunidad, porque cuando esos desórdenes, enfermedades o desviaciones de il vivere corrotto de las constituciones, por sus usos y sus abusos, ya son visibles para todos, entonces resultan letales.
Para facilitar al lector la comprensión de la etimología de la voz reforma, conviene compararla con la palabra revolución, para discenir las semejanzas, pero, sobre todo, las diferencias entre ambas. La traducción a la lengua de los castillos del vocablo latino revolutio se compone no de dos sino de tres partes: el prefijo re, “hacia atrás”, como en reforma; volvere o “dar vueltas”, además del sufijo -ción, “acción y efecto de dar vueltas a uno y otro lado”. Una revolución implica el fin y el comienzo de una sustancia que se destruye, sea de il vivere politico o del il vivire corrotto maquiavelano. Los antiguos las llaman kyklos en griego, cyclus en latín y ciclos en español, palabras que denotan un círculo de vida y muerte. Este concepto se aplica al carácter curvo, no lineal sino circular, del tiempo en la historia de los individuos y los pueblos, cuya trayectoria estándar va de las realezas heroicas de fundación de los pueblos, a su corrupción en las tiranías del final, con los subciclos individuales de los gobiernos aristocráticos y republicanos, a su vez destruidos y reemplazados por las supremacías partidarias de las plutocracias (“capitalismos”) y de las hoy inexistentes democracias. Cumplido el ciclo completo de los pueblos, el carácter político de éstos se corrompe en supremacías partidarias hasta pasar a formar parte de la historia, su cementerio.5
Vistas las etimologías y el parentesco de las palabras reforma y revolución, conviene señalar sus semejanzas y sus diferencias, con el propósito de dar respuesta al título de este breve ensayo con dos autores: el sabio escolarca del Liceo ateniense ya citado, así como un príncipe que muere a mediados del siglo XX.
Los ocho libros del Tratado de política aristotélico son la más portentosa biblioteca jamás escrita acerca de las cosas políticas de ayer, hoy y siempre. Primero, citamos dos sentencias del sabio y, más adelante, la de un conde contemporáneo. El estagirita tiene dos sentencias sin desperdicio para entender qué es una contrarreforma. La primera sostiene que“las leyes deben seguir a las constituciones, no las constituciones a las leyes”; la segunda compara la reforma de las leyes con la revolución: “Hay la misma dificultad en la reforma de una constitución, dificultad vieja, que en el establecimiento de una nueva…”,6 la cual asemeja la tarea de restablecer las primeras causas de una Constitución, pasado un lapso importante de tiempo, y la de establecer por primera vez los principios políticos de una Constitución nueva. ¿Por qué la reforma nunca es más fácil que la revolución? No pocas veces la reforma sobrepasa en dificultad a la revolución, debido a los intereses opuestos que genera en las partes y en las clases de las sociedades: los partidarios que apoyan su renacimiento son pocos y débiles, mientras que quienes se benefician de sus desviaciones son más y se oponen con mayor fuerza a las reformas, porque saben que si ocurriera la auténtica reforma perderán los grandes beneficios que obtienen de aquéllas.
Cierto, las voces reforma y revolución son parientes por sus semejanzas, pero sus diferencias las separan de manera tajante. En la primera hay una tendencia a volver a las fuentes originales, para regresarlas al presente y revitalizarlas y dotarlas de una energía renovada. Por el contrario, una revolución busca erradicar esas fuentes sin dejar raíz, pues su objetivo es derruir por completo la constitución política de la sociedad. Si la reforma fortalece y regenera lo establecido, la revolución lo golpea y lo aniquila, porque aquélla busca su renacimiento, semejante al que protagoniza la mítica ave fénix que, consumida por el fuego, renace de sus cenizas cinco mil años después. Su gran diferencia con la revolución no puede ser más radical, porque en ésta hay destrucción completa de su esencia, cambio de la constitución de las comunidades verdaderas, a las que suceden las supremacías partidarias, las tiranías de una de sus partes o de unas clases sociales contra los demás.
En su famosa novela El Gatopardo, el siciliano Giuseppe Tomasi, último conde de Lampedusa, hace una formulación por demás sofisticada y precisa de las dos sentencias aristotélicas sobre las reformas, también la más mal entendida y vilipendiada. Hela aquí: Si vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi.7 Su traducción literal, que no literaria, sostiene que si queremos que todo permanezca como es se necesita que todo cambie. Su versión sumaria es que todo cambie para que todo permanezca. ¿Entonces las verdaderas reformas son un fiasco, no un progreso, sino un “gatopardismo” que sólo ve por la conservación del estado de cosas y que en vez de mejorarlo consigue que empeore? Si esa es la naturaleza “conservadora” de las reformas, ¿podría decirse que éstas son un fraude, puesto que en vez de aportar cosas nuevas buscan mantener el pasado? De ninguna manera. Hay un regreso a los orígenes de las cosas viejas, pero este hecho de volver al pasado no tiene más propósito que provocar el resurgimiento y la remodelación contra el deterioro y las desviaciones que surgen en el trascurso del tiempo; sobre todo si, como ocurre en nuestro caso, los supuestos gobernantes se vuelven déspotas y dejan de educar a la comunidad debido a sus severas patologías, en eso que es la vida política electa para todos los mexicanos en la Carta Magna de 1917; puesto que sin templanza alguna llevan a cabo sus trapacerías contra el régimen, algo que los transforma en los primeros deseducadores del país, de suerte que impiden que ese pasado real y republicano pueda renovarse en sus premisas, fortalecidas en un presente siempre nuevo y cambiante.
Dicho de otra manera, este príncipe de linaje noble que vive entre 1896 y 1957 define las reformas mediante una paradoja aparente, que le permite hacer una formulación enigmática pero incuestionable. La sentencia niega lo que afirma: para que las cosas permanezcan hay que cambiarlo todo, con lo cual se da el lujo de transgredir el prejuicio vulgar y común sobre las reformas. Es como si se dijera que para vivir hay que morir, lo que, tomado literalmente, es una contradicción, porque la muerte es el término de la vida y no su comienzo. Empero, tomado como lo que es, una verdad formulada metafóricamente, expresa de manera inmejorable lo que significa reformar la vida de los seres humanos y sus formas de gobierno individuales y colectivas.8
Lo que urge es reconstituir lo que Emmanuel Joseph Sieyès, representante del “tercer Estado”, la burguesía francesa contraria a la noblesse d’epée y de cloche, denomina constitución de “papel”, pero sobre todo en la realidad que se vive hoy prácticamente en todas las dimensiones. El peor delito contra la vida política de un pueblo es la impunidad; en nuestro caso, de los presidentes. El mismo sabio que establece la norma según la cual los castigos de los delitos humanos deben ser proporcionales al daño que se hace a la sociedad, sostiene que esto es cierto en toda la gama de los que se cometen por cálculo, excepción hecha de los extremos: el de hambre famélica, al que se añade ahora la falta de medicinas; opuesto al más grave y dañino de todos ellos, la impunidad, porque es el que destruye con mayor rapidez a las sociedades de nuestra especie, razón por la cual afirma la necesidad de que su castigo se realice de inmediato y sin proporción alguna.
Notas:- La alteración suele usarse como sinónimo de corrupción o adulteración; pero es sólo un cambio de cualificaciones o cualidades, i.e., colores de la sustancia.[↩]
- Según el Instituto Belisario Domíguez, hasta 2018 se realizaron poco más de 700 reformas, en más de 233 decretos, de las cuales 70 por ciento (486) corresponden a la cofradía de los presidentes que usan, ellos y sus equipos, el principio del libertinaje de la ganancia económica del régimen estadounidense, desde Miguel de la Madrid Hurtado hasta Enrique Peña Nieto, a los habría que sumar a Manuel Ávila Camacho, pero sobre todo a Miguel Alemán Valdés, además de Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría Álvarez y José López Portillo. A lo anterior hay que añadir la aguda observación de Montesquieu en su De l’esprit des lois, en el sentido de que la fuerza de las leyes depende de la fuerza de las costumbres, de manera que tantas mudanzas afectan gravemente los usos y las costumbres de la población.[↩]
- Se confunde equivocadamente con “democrática” debido al subtítulo de su famoso libro La sucesion presidencial en 1910. El Partido Nacional Democrático, que Madero copia del archidemagógico nombre que Thomas Jefferson y James Madison dan al Partido Republicano Democrático, ya entonces sólo Partido Demócrata, de plutócratas esclavistas de la dinastía virginiana como George Washington, cuyos hombres llaman a votar en su auxilio para corromper a las clases medias y pobres contra la plutocracia norteña. Véase P. Marcos, Los nombres del imperio. Elevación y caída de los Estados Unidos, Patria/Nueva Imagen, México, 1991.[↩]
- Daniel Cosío Villegas compone la frase “monarquía absoluta sexenal hereditaria por vía transversal” para calificar, en el sexenio de Luis Echeverría Álvarez, la corrupción de la presidencia republicana que devino tiranía, sea con la connivencia de ricos o pobres, y que prevalece desde Manuel Ávila Camacho, el último presidente del gremio de los generales, pasa por el sindicato de los licenciados en derecho y la cofradía de posgraduados estadounidenses, hasta nuestros días.[↩]
- Se entiende que el ciclo completo de la historia de un pueblo sea así una revolución, ciclo de alrededor de un milenio, compuesto al menos por seis subciclos o revoluciones individuales de duración distinta. Cada círculo que termina y se cierra cumple una revolución que lleva de la corrupción de un régimen de vida colectiva a la generación de otro, sin importar aquí si es una de las tres formas de vida política o despierta política, o las correspondientes degradaciones inhumanas de la vida dormida.[↩]
- Aristóteles, Política, IV 1, 1289a 1-6. En uno de sus excelentes artículos recientes el maestro Elisur Arteaga Nava se refiere a la dificultad, pero sobre todo a la gran responsabilidad, de lo que en nuestro país se llama, por contraste, “productividad legislativa”, ya que en la Esparta de Licurgo al ciudadano que se atreviera a proponer una reforma a la excelente constitución republicana, hecha de lo mejor de las cuatro constituciones de los cuatro clanes que la forman, le ponían de inmediato una soga al cuello. Si la reforma se aprobaba, se la quitaban; pero si no, lo colgaban. ¿Qué pasaría en nuestro país si se adoptara esta práctica, en que la currícula de diputados y senadores aumenta con el número de propuestas y cambios a la Carta Magna de 1917?[↩]
- G. Tomasi di Lampedusa, Il Gattopardo. Novela publicada de manera póstuma en 1958 por la editorial Gangiacomo Feltrinelli, previamente rechazada por las editoriales Einaudi y Mondadori.[↩]
- ¿No convendría que al libro La constitución política de los Estados Unidos mexicanos. Texto reordenado y consolidado de 2016, elaborado en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México por su director Pedro Salazar Ugarte, Diego Valadés, Héctor Fix-Fierro, Daniel Barceló, Eduardo Ferrer MacGregor, José María Serna de la Garza y Daniel Márquez, libro que “no altera las normas ni el pacto político que la sustenta, pero sí da como resultado una Carta Magna más accesible, coherente y entendible para el común de las personas que son sus titulares legítimos”, le siguiera otro que, a partir de la identificación en su articulado de las tersgiversaciones y las destrucciones que padecen sus principios políticos, se regrese a sus fuentes de inspiración originales y a sus articulaciones verdaderas?[↩]