Jaime Vázquez reflexiona sobre el caso Sacco y Vanzetti, un juicio marcado por la política, el prejuicio y las preguntas sin respuesta sobre justicia y culpa.
Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, inmigrantes italianos, después de un juicio controvertido, fueron ejecutados en la silla eléctrica el 23 de agosto de 1927, en Massachusetts, Estados Unidos. Se les acusó de robo (un botín de 15 mil 700 dólares) y del asesinato de dos personas, empleados de la Slater-Morrill Show Company, hechos sucedidos en abril de 1920.
Sacco, de oficio zapatero en su natal provincia de Foggia, y Vanzetti, pescador originario de Cuneo, habían arribado a los Estados Unidos, donde se hicieron amigos, a inicios del siglo XX.
Seguidores de las ideas anarquistas del italiano Luigi Galleani, editor del diario Crónica subversiva, los amigos habían participado en actos de sabotaje y agitación política, además de la distribución del periódico entre obreros norteamericanos y en el círculo de inmigrantes italianos.
La captura de Sacco y Vanzetti ocurrió en mayo de 1920, tan solo un mes después de los acontecimientos de los que se les acusaba. En la captura, se les encontraron armas y panfletos, además de explosivos, según datos policiacos.
En primera instancia se les juzgó por robo y se les sentenció. Webster Thayer, juez supremo de la corte de Massachusetts, encabezó el juicio y solicitó su asignación para un segundo juicio, por homicidio.
Un grupo de escritores e intelectuales progresistas levantó la voz. Argumentaban opacidad, acusaciones falsas, manipulación de pruebas y testigos. El caso tomó relevancia y en los periódicos aparecieron alegatos de defensa por parte de personalidades como Bertrand Russell, Upton Sinclair, John Dos Passos, H.G. Wells o George Bernard Shaw.
Vanzetti declaró ante el juez Thayer, en abril de 1927: «No le desearía a un perro o a una serpiente, a la criatura más baja y desafortunada de la tierra; no le desearía a ninguno de ellos lo que he sufrido por cosas de las que no soy culpable. Pero mi convicción es que he sufrido por cosas de las que soy culpable. Estoy sufriendo porque soy un radical, y sí soy un radical; he sufrido porque soy italiano, y sí soy italiano. Si me pudieran ejecutar dos veces, y si pudiera renacer dos veces, viviría de nuevo todo lo que ya he vivido».
En 1971 el director italiano Giuliano Moltaldo estrenó su versión cinematográfica de este caso que resonó durante largo tiempo, pero que nuevas generaciones en Italia desconocían: Sacco y Vanzetti llegó a las pantallas.
Para personificar a Nicola Sacco, Montaldo eligió a Riccardo Cucciolla, con quien ya había trabajado en A cualquier precio (1967). El papel de Vanzetti fue para Gian Maria Volonté, actor insignia del cine italiano. La música es de Ennio Morricone y la voz de Joan Báez se escucha en el tema final.
Sacco y Vanzetti es un alegato y una protesta sobre la manipulación de la justicia y la ley. Cine político que representa una corriente de la producción italiana contestataria, comprometida, militante, que denuncia el uso de las instituciones y la autoridad.
Visto por algunos como un “asesinato de estado”, el caso de Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti es, para la realidad y para el cine, un ejemplo de enjuiciamiento y sentencia marcadamente político.
A casi un siglo de la ejecución de estos dos anarquistas la pregunta sigue en el aire: ¿culpables o inocentes?