¿Qué vínculo hay entre la tragedia teatral y el Derecho penal? Jimena Mancera se lo cuestiona a la vez que, como abogada, hace teatro.
En enero del año pasado me metí a clases de ¡teatro musical! porque me pareció la antítesis disciplinaria más frívola para oxigenarme del derecho penal. El resultado estaba siendo contrario al esperado, o sea, catastrófico.
Los ensayos actorales desembocaban en una mayor inmersión a las leyes, en su doble acepción, criminales. Lo atribuía –¿y cómo no?– a que un elenco con edad suficiente para ser nuestros propios padres representaríamos Vaselina, obra preparatoriana cuyo trama es igual de insustancial que su desenlace: Sandra Dee recuperó la atención romántica de Danny Succo por usar leggings de cuero.
Según María José, mi hermana mayor, estaba en un periplo. Huiste al teatro –decía– para regresar al Derecho. Además de que no me convenció eso del periplo, i.e. circunnavegar (¿quién toca el mismo punto dos veces?), bastó recordar dos fragmentos de días registrados en mi diario para percatarme que mi situación era distinta:
20 de marzo de 2022. Esto de fingir cantar los coros de Freddy mi amor mientras bailo –en palabras y por instrucciones de la maestra– “cual cincuentera virgen”, me está matando. No sé si por pasión o por calamidad, pero en el ensayo de hoy sentí la ausencia de lo que encuentro al entrar al ministerio público o escuchar el testimonio de una víctima de violencia familiar: la inexplicable necesidad de contactar con la pura realidad no con realidades puras como las que actué hoy mientras usaba una esponjosa falda color naranja fiusha.
26 de abril de 2022. En audiencia evitaré a toda costa supeditar mis emociones a ese falso tonillo es cuanto, su Señoría que es más aburrido que profesional; profesional sería ampliar el espectro de proyección de voz, decirle a la jueza desde el diafragma y, si se distrae, incluso con uso italiano de manos no decida este caso sin antes verle los ojos al imputado, bueno, algo no tan ridículo, ¡ja! pero ahhh… el escenario, ¡imponente escenario!, me obsesionó con la razón sensible.
Más bien, estaba en un bucle. No sabes qué tragedia –le contesté a María José–, el escenario me hace pensar en casos penales y los casos penales en el escenario. Lo que pasa es que te encanta el drama, gritó mi mamá desde lejos delatando la asonoridad de sus audífonos y que, por más noble que se viera tejiendo un diminuto suéter amarillo ya-ni-sé-para-qué-bebé, llevaba chismoseando todita la conversación. Genia. Su intervención convirtió mi catástrofe inicial en inmensa curiosidad.
¿Cuál es la relación entre el drama y el derecho?, más particular, ¿cuál es la relación entre el género tragedia y la rama penal?
Pregunto porque en enero del año pasado deseaba que la respuesta fuera “no tienen nada que ver” y no respondo porque conforme pasó el tiempo me percaté que mi deseo infantilezco incluía “nada”, palabra totalitaria y, sabrán, la reflexión es enemiga de la tiranía.
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