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Una abogada mexicana en la Gran Manzana

abogada mexicana en estados unidos

El mes de marzo, con la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, representa la ocasión ideal para recordar, como hace la autora en esta experiencia, que el desarrollo personal y profesional no debe estar condicionado por las circunstancias o estigmas sociales y culturales, ni tampoco por la ideología o el género de una persona. Más bien, debe darse como una consecuencia del trabajo arduo, la honestidad y el respeto. Iliana García comparte su experiencia personal y profesional como abogada en Nueva York.


Vivimos en un momento sin precedentes en el que la desesperanza y la frustración se han vuelto una constante entre el caos y el aburrimiento. Pero es precisamente en estos momentos en los que hago una pausa para apreciar lo afortunada que soy y el increíble viaje que hasta ahora he vivido, tanto personal como profesionalmente.

Mi buena suerte empieza con mi familia. Mi felicidad y éxito no serían posibles sin mis padres, mi hermana y mi abuela materna. Son ellos las primeras y más fuertes influencias que han marcado mi vida. Mi padre no lo sabe, y tal vez al día de hoy no lo reconozca, pero él se convirtió en un feminista cuando nacimos mi hermana y yo. Ante sus ojos, sus pequeñas niñas pueden lograrlo todo. Ser mujeres nunca fue ni será una limitante en mi familia. Él nos inculco desde el principio que, a través del trabajo arduo, la honestidad y el respeto, podemos alcanzar cualquier meta.

Por su parte, mi madre siempre me brindó su apoyo en todas y cada una de mis locuras. Su amor incondicional, combinado con su perspectiva directa y objetiva de ver las cosas, no me han permitido perder el tiempo en la autocompasión. Ella siempre ha tenido la respuesta correcta ante los problemas, haciéndome sentir segura en todo momento. A su vez, mi hermana Diana ha tenido un don único y maravilloso: hacerme reír aun en el peor de los momentos y, al mismo tiempo, asegurarse de que yo mantenga los pies en la tierra. Finalmente, está la influencia de mi abuela, con su voluntad de acero, su risa contagiosa y su fe y amor ilimitados hacia mí, que siempre me han hecho sentir fuerte.

Mi padre no lo sabe, y tal vez no lo reconozca, pero él se convirtió en un feminista cuando nacimos mi hermana y yo. Ante sus ojos, sus pequeñas niñas pueden lograrlo todo. Ser mujeres nunca fue ni será una limitante en mi familia.

Desde niña me gustó estudiar, por lo que sacar buenas calificaciones fue relativamente sencillo. Estudié la carrera de derecho en la Universidad Panamericana, acontecimiento que marcó mi vida por dos razones: la primera, que en ese periodo conocí a la mayoría de mis más cercanos amigos, quienes se volvieron mis hermanos por elección, y a pesar de los años y la distancia, han estado siempre conmigo, en las buenas y las malas; la segunda, que aunque la preparación académica fue importante, lo realmente valioso fue el desarrollo de mi inteligencia emocional, persistencia y seguridad en mí misma, como resultado de los exámenes orales que presenté en la Universidad Panamericana, los cuales me prepararon para los retos laborales y profesionales que vendrían. Hasta el día hoy, casi 20 años después, no me he enfrentado a algo más difícil y estresante que esos exámenes, en los que la calificación de todo un semestre dependía de esos minutos, que parecían eternos, en los que los sinodales podían preguntar cualquier cosa (dentro o fuera del programa del curso) e implicaban, en algunas ocasiones, competir directamente contra compañeros y amigos.

Con este bagaje cultural y familiar, salí al mundo laboral con una actitud ganadora, sintiéndome invencible. Durante el último año de la carrera inicié una pasantía de seis meses en el área legal de una institución financiera multinacional. Me sentí realizada, porque siempre quise trabajar ahí, y estaba dispuesta a quedarme más allá de esos seis meses. Al final lo logré, con mucho esfuerzo y dedicación, y me quedé por siete años. Michel, mi jefe en esa empresa, fue una de mis primeras influencias laborales. Se tomó el tiempo de “enseñarme a ser abogada”. Si bien es cierto que aprendí la parte “técnica” en la escuela, entender las necesidades del negocio es algo muy diferente. Aprendí a construir credibilidad en mi trabajo para influir en las decisiones del día a día, evitando riesgos legales y, al mismo tiempo, permitiendo a la empresa generar utilidades. Estas enseñanzas se volvieron indispensables, sin importar la institución, la función o el país en los que he trabajado.

El reto

Un buen día, y sin buscarlo, me enteré de una posición en el área legal de la empresa matriz, en Nueva York. No se requería la admisión a la barra de abogados del estado. Aunque me llamó la atención, al mismo tiempo me aterró la idea de dejar a mi familia y a mis amigos. Sin embargo, gracias al apoyo y consejo de una de mis “hermanas por elección”, me armé de valor y envié mi solicitud. Para mi sorpresa, uno de los líderes del área legal en Nueva York, que conocí en mis primeros años, me apoyó completamente y me recomendó con quien posteriormente sería mi jefe. El proceso de entrevistas parecía intimidante: dos días en Nueva York, donde sería entrevistada por nueve personas. Pero un amigo me recordó que no sólo era cuestión de impresionar a los entrevistadores; al mismo tiempo, ellos debían convencerme de que el puesto valía la pena para dejar mi país y mi gente. A partir de ese momento, me sentí nuevamente invencible y lista para el reto. Al final de los dos días me contrataron; incluso me ofrecieron una segunda posición en otro equipo. He de confesar que mi ego no cabía en aquella torre de cincuenta pisos.

Había tenido la oportunidad de visitar Nueva York como turista y me parecía una ciudad fascinante y hermosa, pero ahora me convertiría en una de sus residentes. Demasiadas emociones juntas llenaban mis días: ilusión, curiosidad, miedo, felicidad, nostalgia y un antojo insaciable de auténticos tacos al pastor. Me mudé en mayo del 2010, un mes en que el clima es ideal. La gente y la cultura me parecieron fenomenales, encontré conciertos gratis por toda la ciudad, comida deliciosa y diversa… Me sentía en mi segunda casa.

El shock cultural comenzó cuando gradualmente fui descubriendo y tratando de asimilar las grandes diferencias entre el derecho civil en México y el derecho común en Estados Unidos. Los primeros meses me sentí completamente neófita. Todo era tan diferente. Y aunque tenía cierta práctica en redactar y negociar contratos en inglés, hay una gran diferencia con hablar y escribir en otro idioma permanentemente.

Nuevamente la vida me presentaba una oportunidad invaluable: mi jefe, George, se convirtió en un mentor para mí. Muchas veces dedicó su tiempo, hasta altas horas de la noche, para explicarme conceptos contractuales y legales de una forma sencilla y práctica. Su apoyo y paciencia me impulsaron a mejorar cada día y, para mi sorpresa, él consideraba que mi desempeño era extraordinario.

Creo que el escepticismo sobre nuestra propia persona se debe a que, en muchas ocasiones, no tenemos la habilidad para reconocer nuestras fortalezas y triunfos. Joyce Roche le llama a esto Síndrome del Impostor.1 Demasiadas personas, hombres y mujeres, lo sentimos en algún momento de nuestras carreras profesionales. Sin embargo, he intentado utilizar este síndrome en mi beneficio, porque me mantiene alerta y me ayuda a perfeccionar mi trabajo día con día.

Una vez más, me dediqué al cien por ciento a triunfar en este nuevo reto. Compré varios libros de derecho americano y me inscribí en una maestría en derecho financiero, bancario y corporativo. Los días eran intensos. Trabajaba durante todo el día y por las tardes asistía a la universidad, hasta las diez de la noche, quedándome en muchas ocasiones en la biblioteca a hacer trabajos o a estudiar para los exámenes, que palidecían en comparación con los exámenes de la universidad en México. Tenía la firme intención de ser admitida a la barra de abogados de Nueva York y ser reconocida oficialmente como abogada en esa gloriosa ciudad. Pero eso no sucedió. No se puede planear cada paso del camino y muchas veces las cosas no resultan como uno imagina. A veces es lo mejor, pero eso sólo se puede reconocer con la sabiduría que da el tiempo.

Una perspectiva más allá de los límites

George dejó la empresa para trabajar en otro banco. Para mí fue devastador, pero mantuvimos nuestra amistad y él continuó siendo mi mentor. Sin saberlo, más adelante este cambio en su carrera abriría nuevas puertas en la mía. Después de tres años de haber llegado a Nueva York, empecé a sentirme “demasiado cómoda”. Mi amor por Nueva York seguía creciendo, había pasado ya tres inviernos ahí, dominaba el metro y tenía mis restaurantes, cafés y bares favoritos. Pero el reto mental del trabajo se había desvanecido. El departamento legal de mi empresa era muy grande y sus funciones muy especializadas, por lo que yo sólo me dedicaba a negociar contratos muy específicos. Así que decidí inscribirme al examen de la barra de abogados. Había que pasar por un proceso burocrático muy tedioso y cometí el error de no enviar una traducción apostillada de mi cedula profesional mexicana. Irónicamente, ese descuido, que no me permitió tomar el examen, implicaba que no me reconocieran como abogada, por lo que tendría que esperar seis meses más para enviar una nueva solicitud. Esa espera significaba un retraso en mis posibilidades de ser promovida o de buscar otro puesto dentro de la misma empresa. Otro tema complicado era el de los ingresos. A diferencia de muchos mexicanos que emigran a Estados Unidos, yo ganaba más en México que en Nueva York, donde el costo de vida y los impuestos son muy elevados. Por si esto no fuera suficiente, ese momento coincidió con el fin de una relación de varios años con mi novio.

No se puede planear cada paso del camino y muchas veces las cosas no resultan como uno imagina. A veces es lo mejor, pero eso sólo se puede reconocer con la sabiduría que da el tiempo.

Me sentía decepcionada y frustrada. La sensación de invencibilidad se había disipado y extrañaba México más que nunca. Regresé para pasar la Navidad con mi familia. Como siempre, ella y mis amigos cercanos me apoyaban, cuidaban y guiaban. Mi padre me ayudó a pensar diferente, más allá de los limites evidentes; a reconsiderar las cosas y a encontrar soluciones, en lugar de dejarme vencer por las adversidades.

Al regresar a Nueva York, Vivian, una de las vicepresidentas con las que trabajaba constantemente, me ofreció una posición en el área de compliance, para la cual no necesitaba ser admitida a la barra de abogados. Al principio dudé en aceptar, porque ya no sería “abogada”, aunque oficialmente nunca lo fui en Estados Unidos. Sin embargo, decidí aceptar, principalmente porque admiraba a esta mujer profundamente: me parecía brillante, auténtica, una madre de cuatro niños cariñosa, dedicada, exitosa y que siempre lucía “perfecta”.

Tomar esta posición fue una de las mejores decisiones de mi carrera. Aprendí a pensar diferente, a ampliar mi perspectiva, a entender el negocio mucho más a fondo, a analizar los riesgos regulatorios desde un punto de vista operativo. Vivian se convirtió en una influencia muy importante para mí. Aprendí muchísimo de ella desde un punto de vista profesional y personal, observándola como madre y alta ejecutiva.

Mi trabajo y esfuerzo en esta posición pronto fueron reconocidos y fui promovida en un par de ocasiones, convirtiéndome en vicepresidenta, lo que también implicó beneficios en mi salario, que se triplicó durante mi tiempo en esa área. Asimismo, trabajar en compliance me abrió la puerta a mejores oportunidades que, diez años atrás, hubieran parecido inimaginables. George me recomendó para una posición en el área de cumplimiento del banco en el que él trabajaba y, una vez más, tuve que salir de mi zona de confort en busca de nuevos retos. En esta institución tuve que crear otra vez mi “marca personal”, desarrollar nuevas relaciones y aprender una cultura y un negocio diferentes. He encontrado retos intelectuales, he vencido miedos y he crecido profesionalmente.

Mi trabajo más importante

En 2013, durante una tarde soleada y con un clima inusualmente agradable para marzo, conocí al amor de mi vida, Tony. La conexión con él fue inmediata. Me entiende mejor que nadie, me apoya y me protege en todos los sentidos. Poco tiempo después de conocernos, nos casamos y formamos una familia maravillosa. Primero llegó Sophia, una hermosa e intrépida niña, y luego David, un niño tierno y risueño. Ellos han cambiado mi mundo y mi perspectiva de la vida por completo, y redefinieron mis prioridades.

Ser madre nunca estuvo en mis planes. Considero que implica una responsabilidad enorme, para la que nunca me sentí preparada. Sin embargo, Tony me demostró que es posible ser madre y profesionista de tiempo completo en una posición demandante. Desde luego, no ha sido fácil y en muchas ocasiones he experimentado sentimientos de culpa por no poder pasar más tiempo con mis niños o por depender de su nana, quien se ha vuelto parte de la familia. También llegan días en los que, concentrada en un proyecto de trabajo, quisiera dedicarle más tiempo, lo que implicaría llegar tarde a casa y pasar menos tiempo con ellos. No tengo una solución definitiva a estos problemas; no obstante, cada día busco un balance. Cuando estoy con Sophia y David, procuro dedicarles toda mi atención, buscando actividades específicas para hacer con cada uno de ellos, para fomentar nuestro lazo afectivo. Y mantenemos rutinas que les dan la confianza de tener a su mamá a su lado. Cuando estoy trabajando, confío en nuestra nana y, con la tranquilidad de saber que están en buenas manos, me enfoco en el trabajo. Mantener este balance es la actividad más importante para mí.

El mejor ejemplo que puedo dar a mis hijos es disfrutar lo que hago y cumplir mis metas a través de un arduo trabajo y, sí, un poco de suerte. Parte de la responsabilidad enorme que llevo a cuestas es inspirarlos a buscar sus propios caminos, a dominar sus miedos y, al mismo tiempo, a gozar el proceso sin remordimientos.

El aprendizaje

Escribir estas líneas ha representado un recordatorio de la importancia de superar miedos e inseguridades para descubrir sendas inesperadas. Sin duda, he tenido mucha suerte de encontrar gente maravillosa en mi camino. Por supuesto, también me he topado con detractores. Sin embargo, lo importante ha sido mi determinación por lograr mis objetivos, los cuales —así lo he aprendido— deben ser flexibles, fluir. Tengo una constante curiosidad intelectual y una sana ambición por ser mejor que ayer; por lo mismo, no me permito permanecer en mi zona de confort por mucho tiempo. Eso me lleva a buscar nuevos retos, que me hacen crecer profesional y personalmente.

Creo que es fundamental mantener una mente abierta para modificar las metas y adaptar las actitudes, acciones y conocimientos conforme a nuestra propia evolución individual.

Durante estos meses de confinamiento por la pandemia, las pérdidas irreparables de tantas vidas, así como las desgracias económicas y sociales del último año, han significado oportunidades para valorar lo realmente importante en la vida: la salud de nuestros seres queridos, los innumerables momentos de felicidad que se encuentran en las pequeñas cosas del día a día, y la resiliencia que como seres humanos tenemos. Todo ello nos debe impulsar a salir adelante y a ser mejores cada día. Y en esta misión, no importa si se es hombre o mujer.


1 Joyce Roche, The Empress Has No Clothes: Conquering Self-Doubt to Embrace Success, Berret-Koehler Publisher, 2013.

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